Fuera de compás
DESAYUNO, POR AMOR AL ARTE
Frank Zappa publicó en 1968 un disco que cargaba contra el buenrollista sueño hippie y su armonioso sistema de valores titulado ‘We’re only in it for the money’. Ácido, crítico y realista, vino a decir que todos estaban en el negocio de la música por el dinero. El grupo valenciano Desayuno, después de 27 años de actividad, es la prueba viviente de que, en algunas ocasiones, no es así. Ellos están en esto por amor. Por amor al arte, a la música, a su público y a sí mismos. Empezaron siendo amigos antes que músicos. En una acampada, de chavales, se disfrazaron de los Beatles. Después del play-back, picados por el gusanillo, decidieron repartirse los instrumentos y tomarse algún tiempo para aprender a tocarlos, como recomiendan los Byrds en «So you want to be a rock and roll star». Estrellas, estrellas, no lo fueron nunca, pero ganaron el concurso ‘Sona la Dipu’ en 2011 y han tocado en el Primavera Sound, el Low Festival, la plaza de toros de València o en Jardines de Viveros durante la Feria de Julio o las Fallas.
Al estrellato y la fama prefieren honor, orgullo, honradez, honestidad, lealtad y sentido de pertenencia. Ya les digo, amor, pero también buenas canciones, con buenas melodías, letras emotivas, atmósferas brillantes y bien arregladas, manufacturadas con cariño y mucha querencia por el pop-rock clásico de cierto regusto indie. Hace unas semanas publicaron su séptimo trabajo, ‘Circular’, puede que su mejor disco. Surgió de la pandemia, cuando Linu, su cantante, se quedó sin ganas, sin ideas. «Miraba la guitarra y el piano con rechazo, me provocaban ansiedad. Creí de verdad que jamás volvería a componer nada más. Y un día llegó una canción. Y después, las otras cinco. Decidimos grabarlas lo más rápidamente posible, de la manera más sencilla, en los Estudios RPM de La Canyada».
«En el fondo son canciones básicas, puras, que mantienen todo el sentido si las desnudas y las dejas sólo con un piano y la voz. Decidimos que no nos importaba mostrarnos tal y como somos, sin complejos ni disfraces. Nos lo tomamos como un ultimátum por si, visto lo ocurrido durante el parón pandémico, no teníamos otra oportunidad de componer o grabar», explica Linu. El disco, maduro y conceptual, en el que las canciones son pares enfrentados en un espejo, transmite esa emoción urgente y también la tensión de afrontar una oportunidad de renovarse y probar otras texturas, otras atmósferas, otros patrones rítmicos.
Lo presentaron en un abarrotado Loco Club hace un mes ante su parroquia de siempre, una masa social tremendamente fiel que sigue a Linu, Ati, Richie y Mou desde sus primeras actuaciones. Hace 10 años se les unió Jaume, un magnífico batería, y no lo digo porque sea mi hermano pequeño. Estas fallas tocaron en la plaza del Ayuntamiento. Las actuaciones seguirán llegando, pero a ellos los que de verdad les gusta, lo que no perdonan, es su sesión de ensayo semanal. «En el local nos ponemos al día, hablamos de nuestra vida al margen de la banda, de parejas, de hijos y de trabajos en una especie de terapia que siempre acaba de la misma manera. Colgándonos los instrumentos y tocando nuevas y viejas canciones como si fuera la última vez, pero sin importarnos demasiado», revela el vocalista.
Están donde quieren, que es precisamente a donde el negocio de la música los ha llevado. Como cuentan en ‘Circular’, seguirán experimentando alegrías y decepciones, grabando discos y recorriendo España apretados en una furgoneta, robando tiempo y dinero a sus vidas cotidianas. Y serán felices proporcionándonos felicidad a los demás a través de su música. Y siempre estarán satisfechos, porque son una banda de hermanos que sigue en esto por la misma razón que los puso en marcha: simple, puro y maravilloso amor al arte.
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