Obituario

Pedro Lavirgen, inolvidable honestidad

El tenor Pedro Lavirgen

El tenor Pedro Lavirgen / Levante-EMV

Justo Romero

Ha muerto Pedro Lavirgen. En pleno Domingo de Ramos. Tenía 92 años y todos nos habíamos acostumbrado, de alguna manera, a que seguiría siempre ahí, al otro lado del teléfono, dispuesto siempre a conversar y recordar. Hace tan solo una semana, hablaba de ópera con la ilusión y el ánimo de toda la vida. Ni siquiera la muerte de Paquita, su inseparable compañera de vida, hace seis años, en 2017, pudo mermar el positivo impulso vital de quien ha sido, es y será unos de los tenores más destacados de su registro lírico-spinto. Cantó con todos los grandes -él también lo fue- y su carrera universal estuvo siempre marcada por el coraje, brío, pasión y honorabilidad -artística y profesional- que imprimía a todos sus personajes. Ha fallecido sano y lúcido. Con su partida, la lírica pierde a uno de los grandes tenores de su historia. Don José, Radamés, Calaff, Canio, Manrico, Pollione, Cavaradossi y otros personajes ennoblecidos por el arte noble de Pedro Lavirgen han perdido a uno de sus más apasionados intérpretes.

Artista temperamental, intuitivo, noble y de una honradez artística a prueba de todo, Pedro Lavirgen fue uno de los pilares de la brillante generación de cantantes españoles que reinaron en la lírica durante la segunda mitad del siglo XX. Junto con Aragall, Berganza, Caballé, Carreras, Domingo, Kraus, Lorengar, Pons y Victoria de los Ángeles, copó la escena internacional. Persona de enorme amabilidad y generosidad, fue siempre compañero ideal, leal con sus colegas, a los que siempre estuvo dispuesto a ayudar, desde Franco Corelli, cuando compaginó con él en la Arena de Verona el papel de Calaf, a Caballé y Grace Bumbry en Covent Garden, con las que cantó el Pollione de Norma, en las famosas nueve funciones en las que las dos divas tenían que alternar los papeles de Norma y Adalgisa, pero que Caballé, muy en su estilo, dio la estampida cuando le llegó el turno de ser Adalgisa en las cuatro últimas funciones, en las que la sacerdotisa sería la Bumbry (finalmente, la sustituyó, casi sobre la marcha, Fiorenza Cossotto, cuyo marido, Ivo Vinco, hacía el papel de Oroveso en aquellas funciones londinenses).

En su palmarés, Pedro Lavirgen contaba con todos los honores que puede ser soñar un artista, desde inaugurar la temporada de la Scala, donde cantó en reiteradas ocasiones, tras su debut, en 1976, con Radamés, a ser estrella de la Ópera de Viena o adorado en teatros como el Metropolitan de Nueva York, el Colón de Buenos Aires, el Bellas Artes de México o, en fin, el Liceu, donde cantó casi todo su repertorio a lo largo de 19 temporadas consecutivas.

Consideraba el Teatre Principal uno de los escenarios “en los que he vivido algunas de mis mejores noches de ópera”

València tampoco fue ajena a sus éxitos, y de hecho, consideraba el Teatre Principal uno de los escenarios “en los que he vivido algunas de mis mejores noches de ópera”. Entre los títulos que disfrutaron los melómanos valencianos figuran algunos de sus más emblemáticos roles, con funciones memorables de Doña Francisquita (1961, con Ana María Olaria, Inés Rivadeneira y Benito Lauret como director); Carmen (1964, con la Compañía de José Tamayo, dirigido también por Benito Lauret); I Pagliacci (1973); Turandot (1973); Ernani (1977, con Marisa Galvani y Matteo Manuguerra, con la batuta de Anton Guadagno); y Tosca y Carmen, ambas en 1980. La cronología no permitió que el Palau de les Arts -inaugurado en 2005, cuando Lavirgen rondaba ya los 75 años- se enriqueciera con su canto. También Andrea Chénier y Samsón y Dalila (versión de concierto, con la Orquestra de València), ambas en I974.

Pedro Lavirgen había nacido en Bujalance (Córdoba, en 1930). Allí, en su pueblo natal, comenzó las primeras lecciones de solfeo. Estudio magisterio. En Madrid, con 20 años, ingresó en el Coro de Radio Nacional de España, y comenzó a estudiar canto “seriamente” con Miguel Barrosa, “que fue quien verdaderamente me inició en la profesión”. En 1958 se incorporó al Coro del Teatro de la Zarzuela. Fue precisamente en este teatro donde debutó profesionalmente, en 1962, como Fernando en Doña Francisquita. Dos años después, en 1964, se traslada a Italia, donde se establece -hasta 1978- y comienza su importante carrera internacional, basada en unas condiciones naturales absolutamente excepcionales: “Es un privilegio haber hecho esta carrera, pero no es mérito mío, sino de la naturaleza”, dijo en más de una ocasión.

Fue siempre un caballero dentro y fuera del escenario. Nunca dijo una palabra fuera de tono de nadie ni a nadie

Era un artista particularmente querido por sus colegas, Corelli, Di Stefano, Kraus o Domingo hablaban maravillas de él, “de su Don José visceral, de su arrojado Calaff o de su Radamés perfectamente delineado”. Fue siempre un caballero dentro y fuera del escenario. Nunca dijo una palabra fuera de tono de nadie ni a nadie. Por eso, cuando quien suscribe compartió con él todo un Anillo del Nibelungo en Bayreuth, en 2007, oficiado por Thielemann, pudo comprobar su indignación, al final del segundo acto de Siegfried -protagonizado por su colega Stephen Gould- , tras escuchar un estentóreo “mamarracho” escupido desde la platea del Festspielhaus. Se corrió la voz entre los españoles de que quien había proferido el insulto fue el propio Lavirgen. En el restorán, después de la función, bien entradas ya las once de la noche, Lavirgen aún andaba enojado: “¿Cómo alguien puede pensar que yo llame “mamarracho a un colega? ¡menos aún si ha hecho la heroicidad de cantar lo que este señor -Gould- ha cantado y cómo lo ha hecho!”. Lavirgen, cuyo único nexo con el universo wagneriano fueron unos Lohengrin cantados en italiano, andaba fascinado en Bayreuth: con Wagner, con su foso, con Thielemann, con sus cantantes y sus tenores. “¡Pero si esto parece un sindicato de tenores!”, dijo entre risas y orgullo en su única visita a Bayreuth.

Tuvo distinciones y reconocimientos. Medallas y calles. Todos los premios habidos y por haber. Pero hoy, las portadas de los periódicos de su país, España, apenas se hacen eco de la noticia de su muerte. Después de tantas glorias líricas, tras tantas cosas -auditorios, teatros de ópera, orquestas, cantantes maravillosos-…, en este país de María santísima sigue interesando más la supuesta maternidad de la Obregrón, los cuernos de fulanita a fulanito, el supuesto romance entre la Preysler y Évole o los escarceos emiratíes de Froilán y su emérito abuelo que la muerte de uno de los grandes tenores de la historia. Pedro Lavirgen, la inolvidable honestidad. Suena tu “Aria de la flor”. Un abrazo grande y recuerdos a Paquita, Alfredo, Franco y Giuseppe.