Alba Molina engrandece su sangre en Les Arts
La hija de Lole y Manuel brilla en un concierto emocionado en el que lloró durante la interpretación de "Todo es de color" y "Que nadie vaya a llorar"
El cante es recuerdo y emoción. Es rebuscar en la huella indeleble de la memoria y de la imaginación para exponerlo encima del escenario con esa paz submarina que da la naturaleza del sentimiento y con ese don preclaro de evocar la historia de una vida. Porque no se puede cantar sin sentir. Y para sentir hay que recordar.
Y eso hizo este viernes la cantaora Alba Molina (Sevilla, 1978) encima del escenario del Teatro Martin i Soler del Palau de les Arts, acompañada magistralmente por el pianista cubano Pepe Rivero. Justamente se cumplían ocho años de la muerte de su padre, el inolvidable compositor, guitarrista y cantaor Manuel Molina -fallecido el 19 de mayo de 2015- e impulsor del flamenco fusión con su inigualable pareja Lole Montoya. Y el peso de su evocación en cada canción rompía a la artista sevillana, atravesada por un flujo desbordante de sensaciones, sentimientos y emociones: “Yo soy gitana, pero no flamenca”, dejó claro de entrada en el concierto que cerraba la programación de ‘Les Arts És Flamenco’.
Su voz conserva el poder de la belleza, acompañada de una jubilosa libertad que se reencontraba con la misma que enarbolaron sus padres para marcar una época. Todo lo subterráneo que tiene la cavidad de su cante son las raíces y los metales de su sangre. Veraz, versátil y segura de su poderío. Con un centelleo que te atrapa como un manto flamígero. Con un cante frondoso y aterciopelado que desprendía una gemebunda resonancia propia de un aljibe milenario. Un eslabón de la geometría visionaria del cante gitano. Una identidad que aspira a perpetuarse de la misma forma que subsisten hoy en día las canciones de Lole y Manuel.
Dos canciones marcaron la diferencia durante el recital, centrado principalmente en su último disco, “Nuevo día”. La primera de ellas fue Todo es de color, uno de los grandes temas de Lole y Manuel que fue escrito mano a mano por su padre y Tele Palacios (Triana) y grabado por ambos grupos con diferencias de matiz. Aquí, Alba, tal y como hacían sus padres, puso el alma en cada nota y cantó con ese aire místico, casi de plegaria, que tanto le gustaba a su madre. Alba expresó con la misma intensidad de los recuerdos con su padre, cuya preservación estriban en regresar al origen, y rompió a llorar casi sin poder continuar. Como si Manuel Molina se hubiese hecho presente: “Lo echo mucho de menos”, manifestó después de terminarla.
Punto álgido del concierto
Otro punto álgido fue la canción que escribió su padre sobre la muerte, Que nadie vaya a llorar. (Es mas hermoso cantar/ mientras mi carne se quema/ Y luego me ofrecéis al mar/ al aire o sobre la arena/ o un jardín, me da igual/ pero cuando yo me muera/ que nadie vaya a llorar). Cantaba como si hurgara en las texturas misteriosas del fondo de su sentir y rompió otra vez a llorar. Sus lágrimas traspasaban la piel como un estoque. Fue una poesía expresada con una emoción tangible que se parecía a una herida. Y es que la herida de la ausencia de Manuel Molina la sentimos todos allí.
Antes, Pepe Rivero brilló con su solo titulado Contradicción, que también está incluido en su último disco. Finalizó con la copla No puedo quitar mis ojos de ti con esas melodías de jazz, género del que verdaderamente está enamorada. Y así terminó un concierto que tardará en ser olvidado por el público que llenó las butacas.
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