Entrevista

Miquel Barceló: "Me gusta no saber qué voy a hacer, experimentar, fracasar..."

El artista, que participa en la Semana del Arte de Oviedo, reflexiona sobre su vida y su carrera

Miquel Barceló, este jueves, en la sidrería El Ovetense, en Oviedo.

Miquel Barceló, este jueves, en la sidrería El Ovetense, en Oviedo. / Luisma Murias

Tino Pertierra

Miquel Barceló, un gigante del arte internacional, llegó ayer a Asturias desde su Mallorca natal y lo primero que quiso hacer fue degustar un "bodegón" muy de aquí: bígaros, sidra, queso de Cabrales y jamón asado. El motivo de su visita no es gastronómico: invitado de lujo en la III Semana Profesional del Arte de Oviedo, mañana dará una conferencia en el teatro Filarmónica a las 12.30 horas. No faltarán citas con el Prerrománico o el Museo de Bellas Artes. Y con una buena fabada. La Nueva España, del grupo Prensa Ibérica, compartió mesa y mantel con el premio "Príncipe de Asturias" de las Artes en 2003 y entre bocado y bocado y culín y culín, Barceló (Felanitx, 1957) habló largo y tendido de arte, recuerdos, buceo, desafíos, inquietudes. De vida. A su lado, su pareja, la artista australiana Tamar.

–Siempre es más divertido vivir con alguien que comparte tu visión del mundo. La vida del pintor es especial. Viene a nadar cada día conmigo. En Australia son muy físicos.

El mar baña la conversación desde el principio: "Bucear es lo que más me gusta hacer fuera del arte. Es lo más parecido a pintar. Y leer. Son tres actividades en las que estás concentrado en otra cosa. Como en una burbuja. No pienso al bucear. Veo lo que hay alrededor. En Mallorca buceamos desde niños. Pescaba muchísimos pulpos. Y meros. A diario, con mi arpón. Luego empecé a leer sobre pecios y arqueología, y a entender más la ecología y tenerlo en cuenta al pescar".

El cambio climático se percibe antes debajo del agua: "El desequilibrio es más radical. Vas a Grecia y encuentras especies tropicales en sitios donde no debería haber. Los buzos somos como un club, nos gusta visitar aguas de todo el mundo, o donde se pueda. Nunca he buceado en el Cantábrico, y debe estar bien. Me gustaría".

Volvemos a tierra firme. Quien acuda mañana al Filarmónica no debe esperar mensajes: "No he preparado nada. Los artistas no tenemos ideas que lanzar. Hacemos nuestro trabajo y a veces no somos capaces de describirlo".

Le pegan etiquetas desde hace mucho tiempo. Icono del arte mundial, por ejemplo: "He tenido tantas que unas se me caen y otras nuevas se me van pegando. Cuando empezaba me llamaban ‘joven salvaje’, Caray, pensaba, yo salvaje no soy, más bien soy muy leído. Lo mejor es no protestar. Total, no decides tú. Es incluso gracioso. No influye ni en mi trabajo ni en la mirada del espectador sobre él. Es pasajero".

Hablemos de su último desafío: "Una cerámica muy grande en Mallorca. Es como una cueva y de un solo pedazo, ya sabes que en cerámica es muy difícil hacer cosas tan grandes, de seis o siete mil kilos. Y puedes entrar en ella. Una cueva portátil. Me gusta mucho porque es como llevar el Paleolítico al siglo XXI. Siempre habíamos pensado que el inicio de la pintura era la renacentista, pero yo intento dialogar con los pintores de antes. Me gusta mucho ensanchar la mirada al pasado. Es una obra técnicamente compleja y con el covid me he retrasado bastante, pero estoy a punto de acabar. En eso estoy".

Casi nunca hace encargos, "media docena quizá. Lo que me gusta es no saber qué voy a hacer. Mi situación preferida es decidir cada día. Experimentar, probar... Y fracasar". Si las paredes de su estudio hablasen... "Me darían patadas en el culo, me insultarían... A menudo los fracasos, con el paso del tiempo, son lo que más me interesa. Es un poco irónico".

Llega un plato de jamón asado y Barceló promete probar "todo lo que me deis". No está acostumbrado a hacer entrevistas "mientras nos damos un festín. Aquí a la gente la sabéis tratar muy bien. Cuando vine por el premio estaba mi foto por toda la ciudad. Me sentía como un Rey Mago. Hice muy buenos amigos: Susan Sontag, Ryszard Kapuscinski..."

"La sidra en Francia es más dulce", paladea, antes de volver a asuntos artísticos: "Mantener la fidelidad a uno mismo no me cuesta. Soy muy cabezota. Mis prioridades son claras. El trabajo es la principal. En momentos que tuve dudas, lo mandé todo al cuerno para concentrarme. Por eso me fui a África, para poder pintar y no estar haciendo el tonto en los salones".

No le preocupa su "cotización" en la Bolsa del mercado artístico: "Siempre lo acabas sabiendo pero no tiene mucha importancia que lo sepa porque no cambia nada. No lo decido yo. Y, francamente, no me interesa mucho. Nunca ha sido mi objetivo". Cuando era bastante joven, recuerda, "viajaba mucho y pinté muchos sitios distintos. Durante 40 años estuve pintando entre África, París y Mallorca. No fui nómada porque eso significa ir a lugares donde nunca has estado. Yo practicaba la trashumancia, haciendo el mismo circuito".

Sus raíces de pueblo pescador marcan: "Uno intenta aprovechar lo que tiene. Conozco todos los nombres de los peces y las plantas, de los árboles y de los pájaros. Lo intento transmitir pero a la gente joven no le interesa o no lo ve útil. Distinguir un abedul de un abeto es conocimiento. Sabiduría. Como la pintura. Un trabajo intelectual. Todo eso sirve. Con 15 años pensaba: no se puede ser un artista famoso siendo de Mallorca, es como si eres de Disneylandia. Luego pensé: eres lo que eres. Pensaba que una ensaimada no es algo que uno pudiera pintar, que solo la gente de mi pueblo sabrán lo que es. En cambio, he pintado muchas veces formas en espiral y si funciona plásticamente el resto da igual. De lo local puedes hacer algo universal".

Leer todos los días es irrenunciable: "Siempre pensé que la pintura y la lectura son como vasos comunicantes. Un exceso de pintura lo compensas leyendo. Porque no es visual, leer me equilibra, no sé explicarlo muy bien. Lo que leo no tiene nada que ver con lo que estoy haciendo, es como ir a nadar o correr. No puedo hacerlo mirando películas".

Inteligencia Artificial: "Ya nos afecta a todos. Ves una noticia en el telediario y te preguntas si es verdad o no. Sistemáticamente. Ese descrédito de lo real empezó con Trump. Realidad y ficción se solapan. Eso me da miedo. Y que los gobiernos intenten regularlo me da más miedo aún. En arte, los falsificadores copiaban lo que existía, pero la IA crea imágenes que no existen. El arte tiene que ir más allá. Es un reto interesante".

Memorias de África: "Aprendí allí las pocas cosas que sigo usando y desaprendí las que no. Te cambia los esquemas. Vivía en la África más dura, con gente con problemas muy graves de subsistencia. Vi llegar el islamismo. Les enseñaba lo que pintaba. Los niños de mis vecinos son ahora señores. Cuarenta años allí ¿eh?"

"Cosa de viejos"

Pintar es cosas de viejo, dijo en cierta ocasión, y es que "se aprende muy despacio, al menos en la pintura que me gusta, compleja. Para eso hay que empezar muy joven, también". Dibujar es una forma de mirar el mundo "de entenderlo. Voy a los museos con un lápiz". Ha introducido en su obra el tema taurino, "muy político ahora porque es un mundo que va a desaparecer. Me gusta la historia de la pintura de tauromaquia, aunque casi toda es mala. El bodegón es una mesa llena de cosas, y una plaza de toros es un poco eso, un espacio cerrado con luz, muy ordenado, sombra, reloj, vida, dolor, sangre, muerte... Como el gran teatro barroco. Cuando hago una exposición sobre ello recibo críticas de que hago apología de la tortura animal. Qué curioso. Yo no pinto toros, pinto cuadros de toros, algo puramente intelectual. Cézanne pintaba manzanas por el color, la forma, pero no se las comía, le gustaban las naranjas". ¿Lo que más le irrita del mundo del arte? "La tontería, pero en general. Vivimos un mundo muy decadente". El ruido político le afecta poco, "soy muy escéptico".

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