Rancapino, en el nombre del padre
El cantaor gaditano, heredero de la raíz más pura del cante, ofrece un extraordinario concierto en Torrent acompañado magistralmente por el guitarra Antonio Higuero

Rancapino Chico durante un concierto / Levante-EMV

Alonso Núñez Fernández, “Rancapino Chico”, se acariciaba la cruz plateada que colgaba de su cuello, como si fuese un ejercicio de introspección, como si tuviese frente a sus ojos una bola de cristal que le adivinara el cante que iba a salir de su garganta rota, desgastada, aromática y afinadísima. Lo hacía de manera recurrente antes de empezar el cante para intentar cuadrarlo en ese momento justo del encuentro con un auditori de Torrent que rozó el llenó de “No hay billetes” en sus butacas. Su melena, peinada y lisa, reforzaba su aspecto de cantaor antiguo.
“Gracias por vuestro cariño y sensibilidad, Torrent. Tenía muchas ganas de venir y a la vista está que vosotros también. Hacéis que me entregue”, señaló en un momento del concierto uno de los herederos de la raíz más pura del cante y de los cantes de Cádiz como son la Perla de Cádiz y Enrique el Mellizo.
Generosidad mayúscula
Alonso Núñez cantaba angustiado, como si estuviera abandonando a un ser querido en el portal de una iglesia. Porque el flamenco es deshacerse de algo incontrovertiblemente para ofrecérselo a los demás. Es un acto de generosidad mayúsculo. Y es que el dolor es la parte inevitable de esto, aquello que le da coherencia al cante, el dolor es lo único que es capaz de mantener el flamenco, de hacerlo quedarse para siempre en nuestra memoria. Por eso el cantaor gaditano abrió el concierto con los cantes más puros como la seguiriya, los tientos o la soleá por bulerías.
El nombre de su padre aquella tarde de sábado resonaba por los desvanes de la memoria como el rugido lejano de un luminoso horizonte onírico. Y ese nombre de su padre traspasaba vivamente la nostalgia de nuestro recuerdo. Así que cada cante era una íntima superación, más afilada cada vez, más bárbaramente sutil. “Vengo de una cuna dulce, de arte y poderío./ Vengo de una cuna dulce de los mimbres de mi padre / ay, ha nacío el cante mío”, cantaba en unas alegrías de Cádiz que fueron uno de los puntos álgidos del concierto. Aquí vino el instante de vértigo del concierto, ese que abría la rendija de una posibilidad. La posibilidad de hacerlo eterno y siempre con exquisito cuidado de conservar la raíz del cante. Tampoco faltó alguna letra de Camarón de la Isla como sus tangos a Rosa María.
Y es que su flamenco es como una narración proteica, abierta, torrencial que se alimenta del caudal identitario que le trasmitió su padre y en él flotan todas las posibilidades de lo puro, lo intenso y lo que él es en definitiva como cantaor. Él demostró que es hijo del gran cantaor Alonso Nuñez “Rancapino” y de Juana Fernández Núñez, sobrino de Orillo del Puerto y biznieto de la Obispa.
Un final a capela
El cantaor de Chiclana de la Frontera (Cádiz) no se mostraba desgastado ni agotado a lo largo de la hora de concierto, pero a cambio quedaba ese dolor tan real y tan físico, como prueba irrefutable de todo lo que se entregó en Torrent. Al final de cada canción se levantaba emocionado y miraba al cielo, como si agradeciese a su madre -fallecida en 2010- el privilegio que sentía allí arriba.
Un final a capela, en el borde del escenario, acabó de arrebatar al público: “Que no se acabe nunca esto”, le gritaron algunos aficionados entre tema y tema. También ayudó que estuviera acompañado magistralmente por el guitarra de Jerez de la Frontera, Antonio Higuero. Un maestro del toque que conoce perfectamente el cante de Rancapino y condensan un gran binomio encima de las tablas.
Y es que su flamenco nos daba la oportunidad de elaborar un ritual, de solemnizar un día cualquiera y de convertirlo en un tiempo especial. Así que perfectamente Rancapino ya se puede desprender del ‘Chico’ en su nombre artístico por su gran cuajo como cantaor.
Y es que difícilmente se encontrará un flamenco más auténticamente puro que el suyo, frente a los convencionales mestizajes -entre bonitos y pseudo modernos- que usurpan la etiqueta de lo verdaderamente puro. Escuchen a Rancapino, por favor.
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