Los reclutas valencianos que conquistaron Madrid armados de "bacalao"
Una tesis doctoral analiza la llegada del fenómeno de las discotecas de música electrónica a la capital de España y el papel que jugaron los soldados valencianos que hicieron la mili allí en la década de los 80
Aunque a veces parezca que en cuestiones culturales, como en tantas otras, València esté condenada a seguir la pautas que se marcan desde Madrid, a importar tendencias, gustos y modas y a que en ese balance cultural nuestra aportación apenas consista en unos cuantos nombres resultones y en muchos trenes de alta velocidad con parada casi directa en los musicales de la Gran Vía, esto no siempre ha sido así.
Hubo un momento concreto -en la década de los 80 del siglo pasado- y en una cuestión determinada (musical para más señas) en el que fue València la que le marcó el ritmo a la capital de España. Lo analiza Eduardo Leste Moyano en "Vida y muerte del bacalao", un ensayo publicado por la Universidad Politécnica de Valencia (UPV) que nace de una tesis doctoral -reconocida con un cum laude- en la que el mismo autor analiza la historia del «bacalao» madrileño con especial atención a sus orígenes valencianos.
Las voces anónimas
Tanto Vida y muerte del bacalao como la tesis académica en la que se basa («Memoria y nostalgia en la industria musical: el caso de la música electrónica») se diferencian de los otros libros que se han publicado sobre el fenómeno en que, en su caso, gran parte del protagonismo lo tienen las personas más o menos anónimas que frecuentaron las discotecas. Y es gracias a estas voces, a estos testimonios, cuando Leste descubre otro dato curioso: que el principal cauce de introducción del «bacalao» valenciano en Madrid fue el servicio militar.
«El bacalao madrileño no surgió de la nada, sino que lo hizo de la interacción de una cultura juvenil madrileña con otra valenciana -escribe Leste en su tesis-. Fueron algunos jóvenes madrileños, generalmente nacidos entre 1965 y 1970, muchas veces vinculados a la cultura juvenil gótica y a los nuevos románticos, los que empezaron a relacionarse con la música electrónica, muchas veces traída de València a mediados de los años ochenta». «La escena valenciana -continúa- comenzó a llegar a Madrid por distintos medios entre los que se encontraban el Servicio Militar Obligatorio, donde los jóvenes de distintas comunidades podían compartir experiencias».
Bacalao en la Guardia Real
Uno de los testimonios que recoge la investigación confirma esta relación entre la «mili» y la conquista bacalaera de la meseta. «Yo estaba en la Guardia Real y un compañero mío era de València y bueno, cuando dejamos la Guardia Real pues él me propuso... -la verdad es que me lié con su hermana- y nada, fui a València y conocí el rollo de València y ¡ya está! Y luego fue muy fácil a través de este chico y tal pues me fue muy fácil pues contactar con Fran, el que pinchaba en Spook, contactar con las mejores tiendas que traían música belga y alemana».
No es un testimonio cualquiera. Gracias a su compañero valenciano de cuartel, Antonio, el autor de este testimonio, decidió empezó a pinchar en un bar de su propiedad, Planta Baja, las canciones que sonaban en las discotecas valencianas.
«Fue en este pub donde distintas tribus urbanas, especialmente góticos y nuevos románticos, pudieron conocer la música del bacalao valenciano -señala Leste-. Este fenómeno no había encontrado atención en medios convencionales, empezó a cuajar en Madrid por medio de este bar madrileño y de la discoteca Voltereta, cuyo jefe de relaciones, Adamo Dimitradis, se inspiró a su vez en Planta Baja».
Las peregrinaciones
Cuenta Leste que la llegada a Madrid de lo que estaba pasando musicalmente en València hizo que algunos de los jóvenes que frecuentaban Planta Baja o Voltereta decidieran viajar hasta aquí en una especie de peregrinación o de viaje iniciático y descubrir la experiencia que ofrecían discotecas como Spook, Chocolate, Espiral o Barraca.
Uno de ellos era Jaime, otro de los bacalas pioneros en Madrid que colaboran en la tesis doctoral y que también destaca el papel del servicio militar en la expansión del fenómeno: «Por aquel entonces estaba en la mili y un compañero que veía las cintas que escuchaba me dijo que tenía que conocer Planta Baja y que en València había un sitio que no cerraba en toda la noche. (...) en aquella época Planta Baja cerraba a las 2:30 y si querías seguir saliendo tenías que ir a Villalba donde estaba Thunder y otros sitios que cerraban más tarde. Pero nada como en València…».
Jaime, según describe el autor de Vida y muerte del bacalao, era un joven new romantic que vio la luz bacalaera cuando bailaba con su novia y un amigo bajo la influencia de las mescalinas en Spook. «Y como él, a otras personas de otras tribus, les pasó lo mismo. Dieron el paso a una tribu sin nombre marcada por su gusto por la música EBM y el bacalao valenciano», añade el investigador. Una vez «iluminado» por la nueva religión bacala, Jaime se dedicó a hacer proselitismo ya que fue el impulsor de Movement, uno de los nuevos «templos» del bacalao en la capital.
Dos caminos a partir de los 90
La influencia valenciana sobre Madrid en cuestiones bacalaeras (música, moda, diseño e incluso drogas) siguió hasta principios de los 90. Coincidiendo también con el endurecimiento y posterior decadencia de la ruta valenciana -cuando el bacalao pasa a ser bakalao-, los caminos entre la metrópoli discotequera y su colonia se separaron.
«Mientras en València las guitarras empezaron a ser sustituidas por el dance, en Madrid se abrió un doble proceso. Por un lado, empezó a cuajar un techno más oscuro basado en el hardcore británico y la emergente música trance, y, por otro, la escena comenzó a fragmentarse cuajando proyectos más houseros», escribe Leste.
Pero a partir de la segunda mitad de los 90 ambas escenas, la madrileña y la valenciana, sufrieron una decadencia provocada por la masificación de las salas, el descenso de calidad de la música y de los estupefacientes y, sobre todo, por la persecución policial y mediática. El libro de Eduardo Leste no se para aquí, sino que analiza el fenómeno del «neobakalao» o «remember» y esa mirada retrospectiva, selectiva y nostálgica de lo que fue el fenómeno de los 80. Pero esa es otra historia.
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