Crónica
Leyendas de carne y hueso
Los Radiadores y The Grannies Band en el Loco, 3 Cómplices en 16 Toneladas y el Phonomaton Express en El Volander nos dejan ver que la música levanta cabeza por encima del barro
Mitos fundacionales, leyendas que sientan las bases de una civilización. El océano devuelve a un niño condenado, una loba amamanta a dos gemelos, un águila devora a una serpiente sobre un nopal, Prometeo regala a la humanidad el fuego robado a los dioses, los Scooters ganan el concurso musical de ‘Les mogudes de la Dipu’ en 1986 después de un concierto en la plaza de toros de València que será recordado por una batalla campal entre punks, mods, skins y otras tribus urbanas. Me lo cuenta Toni Garrido “Gominola”, mi Homero particular, como si entonara un canto de La Ilíada en medio de la oscuridad reinante en Loco Club el jueves pasado.
Los Radiadores, siempre fenomenales, acaban de terminar su actuación en un programa doble cuya recaudación irá a parar a los afectados por la DANA a través de la Fundació Horta Sud. He meneado el bullarengue junto a mis amigas Lydia Borja (Movingtickets) y Reme Maldonado (Café Continental, La Edad de Oro, King Creole) mientras el cuarteto daba buena cuenta de su último elepé, “Sorbos de electricidad”. En breve subirán al escenario The Grannies Band, liderada por José García del Real, Pepe el Cangrejo. Mientras eso sucede, en unos pocos minutos, Toni, ayudado por Edu Cerdá de Doctor Divago, traza el árbol genealógico de las bandas en las que militó Pepe. Scooters, Cangrejos, París No Importa, Tent... Estos últimos sí que me suenan por una cuestión generacional, son de la segunda mitad de los 90 y yo ya estaba dando patadas por ahí.
The Grannies Band en Loco Club
Hay expectación por ver a The Grannies Band en formato eléctrico, se prodigan poco, así que no es de extrañar el caluroso recibimiento que se les ofrece. Ellos responden con un potente y limpio pop de guitarras de neta raíz británica, cantado en inglés y repleto de estribillos brillantes y certeros. Irradian una energía fluida y familiar a través de canciones perfectamente construidas según las normas de los Beatles, Kinks, Who, Jam y Small Faces. No en vano Pepe lleva una guitarra Gretsch idéntica a la de Steve Marriott. Nobleza obliga. Refulgiendo bajo las luces del local, los destellos que lanza ese magnífico trasto son tan cegadores como las melodías que expele. En diez años de recorrido han dado muchas y muy buenas canciones y esa noche nos ofrecen una fabulosa selección que sabe a poco. Las rematan con aplomo, alegría y compromiso con el genocidio en Gaza y el sufrimiento y el abandono que muchos valencianos experimentan por la ineficacia y la desvergüenza de sus dirigentes políticos. Sobrados de forma e ilusión, se atreven hasta con una de Badfinger.
Después de un mes sin acudir a salas ni conciertos, ni de escribir o publicar nada en este diario o en redes sociales y con el ánimo lastrado por las consecuencias desoladoras provocadas por la hecatombe meteorológica de marras y la nauseabunda inacción y la criminal incompetencia del gobierno autonómico, me he propuesto salir tres noches seguidas en una semana atiborrada de eventos musicales. Necesito ver que todavía hay vida más allá del barro, y de los locales de ensayo anegados, y de los instrumentos convertidos en sustancia informe y muda. Necesito saber que la música levantará cabeza. Me quedaré sin ver a Chuck Prophet, a Nacho Casado, a La Gran Esperanza Blanca de mi admirado Cisco Fran y a Mr. Sánchez, entre otros, pero es que a todo no se puede.
Phonomaton Express
El viernes acudo a la sala El Volander, por la fiesta del Phonomaton Express que ha montado Antonio Madrid Souto y de la que ha caído The Standby Connection por cuestiones de índole personal. Acudo con mi mujer y con mi amigo Santi Almenar. Los tres necesitamos una velada alcoholomusical sin niños en la que enterrar lo peor de una semana complicada. Muy lejos de sentirme una mala influencia para mis acompañantes, como y bebo sin recato y, al llegar al local, encajo con efusividad las manos de Juan Pardo, Julio Luis Vidal, Enrique Bellido, Amadeu Sanchis y el propio Antonio. Beso a Patricia Alambiaga, a Sylvie Sil y a Gloria Enguix, que acaba de cumplir años y está tan estupenda como siempre. Dice que echa de menos reírse con alguna de mis parrafadas y le contesto que la sección de Cultura del periódico volverá a funcionar con normalidad en pocos días, en cuanto la información derivada de la riada lo permita.
Al igual que el jueves y el sábado, nos iremos encontrando los sospechosos habituales de la vida nocturna ligada a la música rock en nuestra ciudad, fotógrafos, intérpretes, disc jockeys, activistas culturales, artistas plásticas, periodistas, escritores, gerentes de salas, encargados de locales de ensayo, productores musicales, camareras, propietarios y empleados de librerías y de tiendas de discos y de instrumentos, técnicos de sonido, lutieres, profesoras, actrices, realizadores. Público en general que sin la música en vivo no tendría las mismas ganas de vivir. Personas que, para sostener este tinglado, gastan su dinero en entradas, taxis, libros, discos, camisetas, comida y bebida. Faltan muchos, ya les he dicho que el finde venía cumplidito de actuaciones.
Estamos en familia para ver a Irene Villar Tiemersma en medio de un silencio sepulcral, absolutamente irreal, totalmente anómalo en estas latitudes. Hay un hechizo en su voz que tira de la fantasmagoría que inunda el espacio de Nou Moles. El tintineo de los cubitos de hielo en las copas produce un dolor ominoso en los oídos del medio centenar de asistentes. Mis estúpidos estornudos, ni les cuento. Me acabo refugiando en el baño, maldita sea mi alergia, perdiéndome algunos de los pellizcos que la artista pega en la guitarra para acompañar su voz gatuna. Gemidos sobrenaturales, agudos titilantes, presencia etérea e inquietante. “Eres una bruja”, le diré al terminar a modo de patosa felicitación.
Un cigarro, otra copa. Rick Treffers en solitario, alternando la acústica y la eléctrica, combinadas con un par de pedales para sostener el ritmo a base de bucles, desgrana su último trabajo, “The Opposite of Never”. Obra su poder con una mezcla de misterio, calidez, madurez y aplomo. A veces crooner, a veces folkie, siempre pop preciosista, armónico y elegante. Unos minutos antes de subir al tablado se quejaba de su voz, pero lo cierto es que no se le nota nada que afee su nuevo y profundo tono. Lo hace bonito y cercano. En el tramo final recibe la visita del dúo Muno Na Baka, que le ayudan al piano y al chelo, poniendo la guinda a otra noche en la que agradecer a Antonio Madrid Souto su constante promoción del talento de esta ciudad, haciendo escena, promoviendo contactos y colaboraciones, trenzando redes, confeccionando tejido emocional. Los abrazos son apretados, llenos de carne y huesos, conductores de emociones sinceras. Molaría que la humanidad fuera siempre esto.
3 Cómplices, de vuelta a los 80
Acudo a la tercera noche de farra consecutiva con la semi sobriedad por bandera para ver tocar a 3 Cómplices en 16 Toneladas. Llevo meses esperando con verdadera ilusión la actuación de estos dos veteranos del punk rock valenciano, José Alves "Nano", guitarra y voz principal, y Domingo Antúnez "Buto", batería. Acompañados por el guitarrista Óscar Ureña y los bajistas Félix Espejo "Buelius” y Fede Ferocce, presentan su último elepé, “La Tragedia”, uno de los mejores discos del año, publicado a todo lujo por Manolo Rock, esa leyenda viva del rock and roll patrio que tiene unas memorias como para hacer una serie de televisión.
Me cruzo en las soledades aledañas a la sala con mi compadre Marcos Casañ. Una birra y un poco de charla a la que se suman el insigne y veterano fotógrafo de conciertos Iziar Kuriaki (por su lente pasaron divinidades como Iggy Pop, Ramones, Kurt Cobain, Tina Turner, Robert Smith) y la joven Iosune Noguera, guitarrista de Mantequilla Voladora. Rajamos con furia cargada de razón de las gigantescas promotoras de conciertos que están machacando a las salas con sus contratos leoninos y sus corsarias maniobras. Más todavía cuando utilizan espacios públicos para sacar tajada.
Los músicos están a punto de cenar en la mesa de al lado, pero se levantan para abrazarnos. Les deseamos suerte y Marcos se cita con Manolo en los camerinos para que le entregue en forma de cesión un premio que el locutor Rafael Abitbol, de Radio 3, entregó a la banda Comité Cisne (de la que Manolo fue mánager) por haber publicado el mejor elepé nacional de 1988, “Beber el viento”. Me cuentan que en un delirante arranque de codicia, varios miembros del grupo desmontaron algunas piezas doradas metálicas del trofeo pensando que eran de oro macizo. Su gozo en un pozo. Latón y plástico en un diseño posmoderno de vanguardia muy resultón, eso sí.
Subo con ellos dos para inmortalizar el momento de la entrega con la ruin cámara de mi móvil porque el trofeo acabará decorando las vitrinas del local de Marcos, Imágenes, pub y sala de conciertos de Patraix que también es el museo del rock valenciano. De sus paredes cuelgan prendas de ropa, instrumentos, contratos, fotografías, carteles, partituras y fanzines que explican los entresijos de la movida musical valenciana de los años ochenta.
Cuando bajo a la pista del 16, el ambiente previo a la actuación emana incontestablemente de aquella época. Se habla de jubilaciones, nietos, achaques y de la suerte que tiene fulano de volver a entrar en la chupa sin dejar de respirar. Saludos peligrosamente efusivos. Una de esas palmadas en la espalda bastaría para quitarle hasta la más leve mota de polvo a cualquier gran alfombra persa de palacio. Esta semana, fisioterapeutas y farmacias habrán hecho su agosto en noviembre, pero en la noche del sábado había que financiar destilerías escocesas, cerveceras madrileñas y camellos locales.
La última broma sobre la edad de la peña se me congela en la boca cuando el Nano mete el primer acorde de “Hoy igual que ayer” en el mástil de su SG. Igual que ayer, no sé, porque yo no estaba presente en aquellas movidas de la Dipu, en Gasolinera, Pachá o en Planta Baja, pero bastante bien, descarao que sí. A unos pocos metros, el escritor y director de la Mostra Eduardo Guillot asiente rítmicamente con la cabeza, posiblemente recordando a los miles de muchachos que protagonizaron su crónica oral del punk en València.
Soy bastante más joven que la mayoría de los asistentes, y los mitos fundacionales y las leyendas que contribuyeron a fijar el suelo de la escena rock valenciana ya me vinieron dados, escritos diría yo, como la ley en aquellas tablas del Sinaí. Las mentiras ayudan a explicar la realidad cuando la ciencia, los papeles, las fotografías o los recuerdos contrastados con visos de verosimilitud no bastan. Esta noche, sobre el tablado no cabe la mentira. Hay tensión, buenas melodías, dedicación, experiencia, sencillez y canciones que documentan una época. Y, sobre todo, una energía divertida, juvenil (sí, juvenil) y refrescante, con un puntito de nostalgia que, en mi caso y a diferencia del resto de espectadores, es por lo no vivido.
Los que sí lo vivieron, además de otros que no vi por allí, no conocía o jamás conoceré, son muchos de los nombres que he escrito en esta larguísima crónica sobre tres días de conciertos en los que, sorprendentemente, imperó la virtud y conseguí no ponerme ciego como una rata. Hombres y mujeres que escaparon del dédalo de su propia existencia arrimándose, en ocasiones, demasiado al sol. Que sobrevivieron a sus Troyas particulares (algunos todavía están en ello), que burlaron a cientos de Polifemos, que resistieron a los cantos de sirena y que, como Prometeo, pasaron el fuego sagrado a generaciones posteriores para que pudiéramos seguir alumbrándonos con él. Héroes y heroínas que regresaron a Ítaca enriquecidos por el viaje y a los que hoy quería rendir un pequeño homenaje expresando mi admiración y mi agradecimiento, aun a riesgo de que el panfleto me haya quedado, con tanto nombre, como una crónica de sociedad.
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