Crónica

Una nueva etapa para Ela Vin

Ela Vin

Ela Vin / Fernando Soriano

Fernando Soriano

Fernando Soriano

València

La cantautora Esther Vinuesa protagonizó durante la tarde del jueves una maravillosa actuación en el auditorio de la sede de la SGAE en València, abarrotado para una ocasión en la que las emociones viajaban del escenario al patio de butacas y viceversa de una forma invisible pero perceptible. El ciclo Indrets Sonors tiene como objetivo ayudar a difundir y respaldar el trabajo de los compositores e intérpretes de música popular en el País Valenciano y, en el caso de Ela Vin, el alter ego artístico de Vinuesa, también sirvió como reconocimiento a sus 10 años de carrera. Una trayectoria que tuvo en el concierto de ayer el inicio de una nueva etapa: la puesta de largo de un formato de banda que cuenta con Lucía Zambudio a la guitarra eléctrica, Piltra a la percusión y Diego Barberá en el contrabajo. Músicos fenomenales que demostraron tener un feeling espectacular y que acogieron con técnica, calidez y agudeza las piezas de Vinuesa.

Esther reveló al inicio del recital la importancia de la cita después de haber superado un periodo creativo lleno de altibajos y zozobras emocionales. Con un repertorio que repasó sus cuatro trabajos publicados ofreció un viaje a través de los sentimientos experimentados a lo largo de toda su carrera. La cantautora, multi instrumentista de formación clásica, regaló una actuación repleta de música delicada, suave y evocadora. Una hora y diez minutos de exquisitez sonora y poética en la que contaba e importaba cada gesto: la inclinación de un plato de lluvia, la intensidad en la caricia a un címbalo o en el golpeo al cajón, la fuerza en la pulsación de la cuerda de un contrabajo, la firmeza en la nota sostenida de la guitarra eléctrica.

Decenas de matices para insuflar vida a unas composiciones que ganan carnalidad en directos como este y superar a las que figuran presas en unos discos grabados competentemente por productores de la talla de Montxo Burgos o el dúo formado por Cayo Bellveser y Xema Fuertes. Y aun así, en el concierto todo sonaba más firme, más coherente, más homogéneo. Más vivo y más emocionante. La fluidez de la banda y la presencia de Vinuesa, cantando con los ojos cerrados, interpretando sus canciones con una magnífica expresividad, también influyó en el resultado, claro.

Ejecutó su acción poética por la senda de la chanson, el bolero, el jazz, el pop y la bossa-nova. Su voz, rica, de vocación transatlántica, serena, sólida y adornada en ocasiones por un excitante falsete, dibujaba viñetas inspiradas en sus viajes por Hispanoamérica, sus gentes y sus recuerdos. Sostenía las melodías de unas canciones que hablan del amor romántico y vitalista, de la añoranza, de los desencuentros o del poder de un abrazo. Con un dominio total de la guitarra acústica, del acordeón y del ukelele, Esther contagió al público las emociones contenidas en “Pedazos”, “Dejà vu”, “Tú”, “Hostal azul” o “La casa”, entre otras muchas, y regaló momentos tiernos y hermosos con esa capacidad suya para extraer belleza de situaciones de pérdida y amargura como en “Alma que vuela”.

Una actuación que fue, tengo la esperanza, la primera de muchas con este formato que tan bien se ajusta a pequeños auditorios y a salas recogidas. Ela Vin tiene la calidad, las canciones, y ahora, la banda indicada para ello. Bromea con que se podía haber ahorrado algún que otro desvelo si se hubiera dedicado al macramé en lugar de a la música. Oigan, menos mal que no lo hizo. Lo que nos hubiéramos perdido.

Tracking Pixel Contents