Crítica|Música
Ardiente Armenia

Sofya Melikyan. / L-EMV
José Doménech Part
Sociedad Filarmónica de Valencia
Palau de la Música. Sala Rodrigo
Intérpretes: Sofya Melikyan, piano
Obras de Ricard Viñes, Mauricio Ravel, Fréderic Mompou, Gabriel Fauré y Deodat de Séverac
Novedosa propuesta la del último concierto de la SFV, tanto por presentar a la pianista armenia Sofya Melikyan (Armenia,1978), como por el inusual programa de autores catalanes y franceses lo cual, de partida, ya ofrecía su punto de interés.
La historia de la música abunda en compositores a quienes, por una u otra razón, el destino los ha desplazado en favor de otros que sí han tenido la fortuna de lograr un lugar preeminente entre los melómanos, por lo cual debieran estar eternamente agradecidos de permanecer así "in saecula saecularum". Ricardo Viñes (1975 -1943) y Deodat de Séverac (1872-1921) vivieron épocas paralelas en el París de entre siglos y la Belle Époque, y aunque en su momento fueron celebrados, poco a poco fueron desplazados por el talento, el ingenio o la suerte de otros creadores.
Los "Cuatro homenajes", de Viñes compuestos en 1905 y dedicados a varios músicos amigos (Ravel, Fauré, Satie y Fargue) demuestran una sencilla pero atractiva atmosfera de música de salón pero siempre con una estética que la aleja de lo establecido y Melikyan los tradujo con seguridad, convencimiento y aplomo gracias a su poderosa técnica. No hay duda que el gran mérito de Viñes fue el de estrenar docenas de obras de sus contemporáneos como Ravel, Debussy o Satie, pero también de Turina, Mompou o Falla, quien le dedicó sus "Noches en los Jardines de España".
La suite "En Languedoc", de Séverac, consta de cinco piezas cortas, escritas como descripciones naturalistas, algo muy cultivado en el impresionismo. La pianista armenia es una interprete poderosa y ardiente, con amplio sonido, que en algun momento se percibe excedido y contundente.
Fue en el Nocturno op. 33, de Fauré, donde Melikyan encontró su mejor momento, volcado con tanta calidad como calidez, y un empleo idóneo de los pedales, siempre aliados necesarios para recrear el climax de la obra.
Ravel y Mompou le dieron oportunidad a la pianista, por su afán y entusiasmo, de hacer cantar al teclado con generosidad, delicadeza y variedad de matices necesarios en la estética de ambos. Todo un acierto.
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