Comprar una casa

«Vull que comprem una casa», es una fantástica canción del grupo valenciano Tardor.
Esta semana soy «Vull que comprem una casa», la fantástica canción del grupo valenciano Tardor. Se encuentra en su disco de 2017 Patraix, mi favorito de ellos. Les pido que la escuchen para acabar de comprender la parrafada de hoy, porque contra todo pronóstico, y a muy poquito de la cincuentena, me he comprado una casa. Bueno, nos hemos metido en nuestra primera hipoteca gracias a que mi esposa por fin tiene un sueldo de verdad y ha terminado su recorrido por estos mundos de la investigación científica poniendo el huevo en la Universitat de València, como les conté hace poco. Si no, de qué.
Cansados de rodar y cuando los de nuestra quinta están acabando de pagar su primer préstamo hipotecario, y algunos amigos se meten en un segundo cerca del mar, hemos adquirido un piso que nosotros mismos pintaremos y reformaremos mínimamente en un lugar tranquilo de la ciudad, con un balconcito donde desayunar, hartos del nomadismo y la provisionalidad. Un escenario de gozo cotidiano, con dos tazas de váter y mucho espacio para nenucos, transformers y pokemones. Lo mismo, y si recuerdo dónde los guardé, hasta recupero mis discos, mis libros y mi equipo de música. Qué maravilla de vida, qué maravilla de canción.
Y así, a lo largo de estas semanas de peregrinación por bancos, notarías y almacenes de material para construcción, he recordado algunas de las casas más famosas de la historia del rock mientras asentía con la mirada perdida a preguntas sobre distribuciones, muebles, apliques, pinturas, grifería y papel pintado, o me tragaba maratones de los gemelos de las reformas. Yo, que tengo como ideal del confort la nave de 2001: Una odisea del espacio.
Graceland. La fastuosa mansión que Elvis compró a doña Gladys para que viviera como una reina y se olvidara de aquel cuchitril de Tupelo. Comprarle una vivienda a tu madre, será bonito eso. O a tu hermana. Ya se lo dijo El Cordobés a la suya antes de finiquitar la frase con «o llevarás luto por mí». Hambre y miseria en España, pero también en Estados Unidos. Vean si no la casa de Johnny Cash y su familia, semi esclavos en los campos de algodón de Dyess, Arkansas.
De chaval flipaba con la choza de los Beatles en la película Help!, tan británicamente pop, con sus gadgets y sus moquetas, puro swinging London. Muchos años más tarde John Lennon moría asesinado cerca del portal de su domicilio en Nueva York, en el famoso edificio Dakota, donde se filmó La semilla del Diablo. Mal rollo a tope, porque allí también se alojaron el siniestro brujo ocultista Aleister Crowley, que aparece en la portada del Sgt. Pepper’s y Anton LaVey, fundador de la Iglesia de Satán. De Neverland, el casoplón de Michael Jackson, ni hablamos.
Parece que los rockeros británicos preferían irse al campo para huir del bullicio de la capital y disfrutar de los espacios abiertos y el aire de la campiña. Allí remodelaban edificios históricos. Keith Richards lo hizo con Redlands, escenario de una tremenda redada antidroga en 1967, y Robert Plant con Bron-Yr-Aur en Gales. Los norteamericanos, tres cuartos. Neil Young adquirió al inicio de su carrera el rancho Broken Arrow ante la incomprensión del guardés, que no se explicaba por qué un chaval tan joven querría tanta tranquilidad. Levon Helm, de The Band, se hizo con una casona cerca de Woodstock, donde vivía Bob Dylan en 1966. Allí instaló un estudio de grabación y todos juntos escribieron en su sótano una de las páginas más bellas de la música popular moderna. La llamaron Big Pink.
Kelis cuyos muros han visto larguísimas noches de farra, como la Hell House de los Guns N’Roses en West Hollywood, la de Metallica en El Cerrito, la de los Mötley Crüe en Sunset Strip o el piso de Joaquín Sabina en Tirso de Molina, del que tenía llaves medio Madrid. Mansiones como Villa Nellcote en la Costa Azul, casitas cerca de la playa como la de Brian Wilson en Laurel Bay, chalés como el de Springsteen en Long Branch que dieron un carisma especial a ciertos discos monumentales.
Y sin embargo, de todas las casas musicales en las que he pensado durante estas semanas, me quedo con la de Jaume Sisa. Esa a la que van llegando para una fiesta invitados como Tintín, Mickey, Pulgarcito, Snoopy, Carpanta, Sissi, Peter Pan, Asterix, Mortadelo, Pinocho y Superman y en la que cualquier noche puede acabar saliendo el sol.
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