CRÍTICA

García Calvo, empaque, tino y nitidez

Lana Zorjan y Guillermo García Calvo.

Lana Zorjan y Guillermo García Calvo.

Justo Romero

Justo Romero

Siempre es bienvenida en el podio de la Orquestra de València la visita de Guillermo García Calvo (Madrid, 1978), unos de los directores españoles de más atinada trayectoria internacional. En esta ocasión ha regresado apoyado en un programa de claros alientos románticos, centrado en la paisajista Primera sinfonía de Chaikovski, cuyas maravillas son ya delatadas por el propio sobrenombre: «Sueños de invierno». El maestro madrileño radicado en Viena pulió la partitura y cuidó sonoridades y empaste para servir una versión de claros matices; descriptiva y nítida como sus propios gestos e indicaciones. Sin batuta y atento a detalles, hizo brillar la rica orquestación de sus cuatro movimientos y ese ambiente crepuscular, nostálgico y resplandeciente a un tiempo que distingue la música de Chaikovski y en particular esta sinfonía de madurada juventud, nacida cuando el compositor apenas cuenta 26 años y acaba de ser nombrado profesor del Conservatorio de Moscú.

Versión de empaque sinfónico y decididos perfiles descriptivos, que encontró su núcleo en el maravilloso Adagio cantabile, dicho y modulado con ese carácter «desolado y brumoso» que expresamente pide la partitura. Luego, y tras el vibrante y «giocoso» Scherzo, orquesta y maestro desenlazaron la sinfonía con un final empeñado en animar sus aires más populares, tan enraizados en el folclore ruso. La respuesta entusiasta del singular público -que aplaudió al final de cada movimiento- fue a tono con los quilates de la entonada versión. Tanto aplauso a destiempo evidenciaba la presencia generosa de aplaudidores espectadores ajenos al día a día del Palau de la Música.

También se aplaudió con ganas a la joven violinista serbia Lana Zorjan (2008), a la que le venía grande por los cuatro costados el exigente Primer concierto para violín y orquesta, de Henryk Wieniawski. Versión apurada y desbordada, de trazo grueso. Borrosa y de dudosas afinaciones. Sin la nobleza, amplitud e intensidad de sonido que requieren sus románticos e hiperviolinísticos pentagramas. A sus 17 años, viste y luce cabellera a lo María Dueñas, pero su violinismo novicio está a años luces del de la granadina. Se evidencia que su carrera y talento requieren estop y puesta a punto con disciplina, humildad y la cercanía de un maestro que reconduzca su evidente talento. Antes, como preludio del programa, el wagneriano García Calvo dirigió con carácter y propiedad una versión de la obertura de Rienzi emborronada por unas trompetas desatinadas que no tuvieron precisamente su mejor día. A cualquiera le pasa.

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