La ventana de Mazón
Si hace falta una sexta ventana que incordie el sueño del ‘president’ ahí estaremos, ¿vale? Ahí estaremos

Quinta manifestación / Levante-EMV

No sé si el presidente Carlos Mazón sabrá dibujar una ventana en su cabeza. Como si formara parte de aquel histórico club surrealista que todo lo veía como en sueños y luego convertía esos sueños en imágenes, en textos raros, en una manera de entender la vida y de vivirla. No hace falta que sea una ventana como las que salen en las películas y a través de la cristalera se ve la estatua de la Libertad (ya le queda poco) o los rascacielos limitando el horizonte. No, no hace falta que sea una ventana inmensa, como si fuera el Guernica de Picasso por ejemplo. O los techos de la Capilla Sixtina pintados por Miguel Ángel y donde el Papa Bergoglio vive ahora mismo unas horas chungas. Hablo de una ventana muy pequeña, que quepa en su cabeza, que no necesite cristal porque lo importante es que corra el aire y entren hasta los oídos de Mazón los sonidos de la calle, los rumores de los autos que por las noches son más llevaderos, el susurro que dejan los besos de una pareja adolescente en el portal antes de la despedida. O sea: una ventana normal, como las de las casas normales. Ya sé que esto no es Hollywood, aunque Camps y Rita Barberá pensaran lo contrario. Y así nos fue.

Quinta manifestación / Levante-EMV
Por eso pongamos que sí, que Carlos Mazón es capaz de dibujar esa ventana en su cabeza. Y que la dibuja. No sabe por qué le ha dado por ahí. Pero a veces hacemos las cosas sin saber muy bien por qué las hacemos. Y a él, esta noche, le ha dado por convertirse en Dalí o alguien parecido que se inventa cosas extrañas. Claro que sabe que no es Dalí o Picasso cada cual con su estilo, claro que lo sabe, pero dibujar una ventana tampoco es para ganar el Nobel, en el caso -eso no lo sabe- de que exista un Nobel para premiar al mejor dibujante de ventanas. Así que ya ha abierto una en su cabeza. Y el aire de la calle se cuela en su habitación. Al principio es como si algo se fuera deslizando muy suavemente por la pared, como si los besos adolescentes en el portal reptaran dulcemente por la fachada de la casa. Una placidez relajante en esas horas tardías, ya casi en la madrugada.
Pero poco a poco va subiendo el volumen de los besos adolescentes. Y más poco a poco se va dando cuenta de que no son besos lo que invade su tranquila somnolencia. Y de que lo que entra por la maldita ventana (a qué mala hora decidió cambiar la guitarra de Marengo por los pinceles) es un reguero de agua lleno de chatarra, de casas en ruinas, de gente que se agarra donde puede para que no se la lleve la torrentera. Poco a poco se da cuenta de que la casa se le está llenando de gritos que buscan auxilio antes de ahogarse bajo las aguas, de miradas perdidas a lo lejos, que es el destino donde se pierde siempre la última esperanza, de miedo porque nadie sabe lo que hay en la negrura profunda de la barrancada.

Quinta manifestación / Levante-EMV
En medio del estruendo intenta aliviar la pesadilla, separar los ruidos que lo ensordecen, colocar cada cosa en su sitio para que regrese a la casa el orden de costumbre. Pero le falta algo que tarda en identificar. Y lo encuentra. La soledad infinita, el silencio de quienes hace nada lo sacaban a hombros de la plaza, como a su bienquerido amigo Vicente Barrera en sus tardes de triunfo, la sospecha de que él mismo se está convirtiendo en Drácula y todo lo que ve delante de sus ojos son ristras de ajos y cruces de madera. Y lo que más distingue entre todo lo que se cuela por la puñetera ventana: la lentitud del caminante que no tiene prisa, que busca la exactitud de las palabras para que a las palabras no se las coman la falta de humanidad y de vergüenza.
Y las voces que gritan en medio de esa lentitud, unas voces que le están diciendo que ya va por la quinta vez que salen a la calle y que no lo van a dejar tranquilo ni cuando esté dormido o a punto de dormirse. Y que si no deja la presidencia del gobierno valenciano habrá una sexta vez y las que hagan falta hasta que se vaya o lo echen los suyos, aunque Feijóo -otro que tal baila- lo que quiere es que se vaya borrando con el tiempo la huella terrible de los muertos y desaparecidos. Y lo peor en esta noche llena de fantasmas: sabe que la ventana que se abre en su cabeza no la ha dibujado él, sino la gente que no está dispuesta a tragarse a todas horas sus mentiras y aún mucho menos el olvido que a él y a su jefe les gustaría.

Quinta manifestación / Levante-EMV
Esa tarde, la tarde de la quinta, éramos treinta mil personas por las calles de València dibujando una ventana para inundar los oídos de Mazón con nuestro grito. Otra vez la alcaldesa Catalá, a través de la policía local, rebajó sustancialmente esa cifra, una rebaja que es su obligada manera de ayudar a un camarada en ruinas. Era la quinta manifestación desde aquel terrible 29 de octubre del año pasado. Y lo dicho: si hace falta una sexta ventana que incordie el sueño de Mazón, ahí estaremos, ¿vale? Ahí estaremos.
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