El poder del Rey revienta las Fallas
El torero peruano obra su faena más redonda en la plaza de toros de València con un gran toro de Victoriano del Río de nombre ‘Frenoso’ premiado merecidamente con la vuelta al ruedo en medio del clamor popular

Roca Rey sale a hombros de la Plaza de Toros de València / Germán Caballero
Emoción como orden integral de la salvación fallera. De la feria taurina y de la ciudad. El ‘Cap i Casal’ respiraba en todo su esplendor como un reencuentro con lo perdido estos últimos días de incesantes lluvias y suspensiones. Fue algo parecido a la felicidad de una invocación del resucitado. También de lo esperado con ansia. Primero por la confianza del ambiente soleado como primer consuelo y segundo por cómo Andrés Roca Rey patentizó en los ruedos tan perseverante emoción a través de su muleta, sin ninguna posibilidad de salir indemne de un contagio de emoción tan sustancial, tan colosal entre él y el gran toro de Victoriano del Río lidiado en tercer lugar, 'Frenoso', número 551, negro mulato, bordeando los cinco años. Y esa seriedad de la edad también la tuvo en su embestida tan larga, humillada, entregada a las telas del peruano, quien lo cuajó de principio a fin.
Así que Roca Rey inició su temporada del décimo aniversario de alternativa en la plaza de toros de Valencia y vino a demostrar quién es el gobernador actual del toreo, el que manda ahora mismo, el que va con la goma de borrar o como lo quieran llamar. En pocas palabras, el rey, sí, para asumir definitivamente ese cetro en la primera plaza de primera categoría como es Valencia. El poder del Rey, en definitiva.
Porque en su primer toro de los cuatro que tiene en la Feria de Fallas, ese ‘Frenoso’ –no le importó lo que hubiera en chiqueros porque se jugó la vida- hizo una faena de rabo, así lo digo a pesar de pasear las dos orejas tras gozosa faena. Pero no se lo pidieron con la fuerza que mereció la faena. La puesta en escena del torero de Lima, la seducción comunicativa de su personalidad, el emocionante soliloquio consigo mismo, el monólogo dramático con el gran toro de Victoriano del Río para el que se pidió el indulto con tibieza por su brava condición. Con este toro, Andrés descubrió un año más en Valencia, su plaza talismán, que su más palmaria y excepcional potencia de su tauromaquia reside en más allá del valor, poderosamente capacitado para el ejercicio de la subversión frente a la bravura.

Andrés Roca Rey durante el inicio explosivo de su faena al toro de Victoriano. / Germán Caballero
Tal vez habría que buscar a este respecto un término medio, más o menos estabilizado en una neutralidad más socorrida, pero lo que se vivió este sábado en la plaza de toros de Valencia es lo que representaba la fiesta del toreo en sí mismo. Pero no todo resulta tan simple en el terreno de las emociones fuertes de un joven que se jugó la vida a carta cabal, con un valor sin imposturas, de actitud arrogante delante del animal como doble filo de su entrega y que él ni siquiera defendió de cara al tendido porque era tan evidente que fue rigurosamente indiscutible con la gravedad implacable de su mano izquierda, tirando del animal a la altura de la cadera, soltando la muñeca, más ‘amanoletado’ que nunca con la retórica delante del desprecio de la vida.
La plaza estaba, literalmente, al rojo vivo. Y luego lo embarcó en varias series de redondos de espaldas tan muy ligados, sin apenas espacios entre el animal y él que no cabía un papel de fumar. Citaba a la altura de la cadera con esa nueva profundidad que ha desarrollado con su toreo, de modo que su muleta lo vaciaba con autoridad, con pasmosa seguridad. Bárbaro. Porque Roca Rey atraviesa ahora un gran momento de valor y torería en esta nueva etapa de su vida. Porque este torero ha sumado a su sentido escénico y a su valor una gran dosis de buena tauromaquia, más suelta, más libre en definitiva.
Así que una vez impuesta la ley del toreo volvió el sitio comprometido, el toque invisible que desengañó y meció la embestida hasta que ambos terminaron acoplados y los muletazos se templaban y alargaban sin fin. Y ese camino de conjunción se siguió por el tendido con una entrega también paulatinamente mayor. Puramente eléctrica. Tan vehemente. Tan emocional. La gente de pie, la Concha Flamenca de la banda de Montroi sonando extraordinariamente bien, el floreado de El Soro que tampoco faltó después del brindis del torero al público y no dejabas de preguntarse qué grande es el toreo cuando ocurre un milagro como este de la fusión de Roca Rey y ‘Frenoso’. Una estocada de ley puso el doble trofeo en las manos del joven peruano y el pañuelo azul también salió como premio póstumo al toro, que empujó en el caballo pero no se acabó de definir hasta la muleta, con una embestida vibrante y entregada, humillada también y con gran duración en su buen tranco. Un gran toro, en definitiva. Sin olvidar el quite por chicuelinas y tafalleras tan ajustadísimo que ya puso la plaza en convulsión. Con las dos orejas en la mano, el maestro Julián García se acercó y me dijo: «Hacía tiempo que un torero no me emocionaba así. Déjame, que voy a tocarle las palmas. Qué manera de torear y jugarse la vida». Con esto estaba dicho todo. Palabra de maestro.
El quinto fue un manso de libro, apretando hacia dentro y huidizo. Tanto es así que en los terrenos de chiqueros acabó toreándolo. Con qué poco se hizo tanto… que puso a la gente de pie.

Alejandro Chicharro tomó la alternativa en Valencia. / Germán Caballero
Por su parte, Alejandro Chicharro tuvo un gran lote en el día de su alternativa. Bueno su primero, del que paseó la oreja y en el que saludaron en banderillas Juan Carlos Rey y Fernando Sánchez, y con transmisión el último del festejo, faena que pinchó pero que mereció mayor tono del espada madrileño en un día tan clave.
Finalmente, Alejandro Talavante no tuvo su día. Directamente, no justificó estar en uno de los carteles de la programación fallera porque se mostró apático y excesivamente funcionarial. Una pena porque la tauromaquia, el toreo en sí, está necesitado de grandes acontecimientos para enganchar a un público que llenó hasta la bandera la plaza de València con el cartel de ‘No hay billetes’.
Roca Rey se marchó por la puerta grande de la plaza de toros de Valencia entre la locura colectiva. Llegó al hotel y todo el mundo quería una foto con él. Todos querían tocarlo. No hay nada más bonito que eso.
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