Entrevista | Juan Gabriel Vásquez Autor de "Los nombres de Feliza"
«Me puse un mandato a la hora de escribir esta novela: no hagas daño»
La escultora colombiana Feliza Bursztyn falleció en 1982 mientras cenaba en un restaurante de París. «Murió de tristeza», escribió su amigo Gabriel García Márquez, que aquella noche estaba cenando con ella. Vásquez parte de estas palabras para investigar en la vida de esta mujer extraordinaria que se enfrentó siempre a la sociedad en la que le tocó vivir.

El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, autor de "Los nombres de Feliza", este lunes en València. / Miguel Ángel Montesinos

Esta novela nace tras tres décadas de obsesión con la figura de Feliza Burzstyn. ¿No son muchos años para una obsesión?
Cuando nació la obsesión yo tenía 23 años, apenas comenzaba a fantasear con la idea de escribir novelas y supe inmediatamente que no tenía ni las herramientas literarias, ni la experiencia vital necesarias para comprender a una mujer como Feliza y aprovechar esta anécdota de haber muerto por tristeza de la que habla García Márquez. Hizo falta esperar a que la vida me diera las vivencias necesarias que hicieran posible la escritura de un libro así.
Pablo, el marido de Feliza, dice que lo malo de querer tanto a una persona es creer que la conocemos. ¿Ha corrido usted el riesgo de querer y de creer conocer a Feliza?
Creo que sí. La ficción es eso, la constante revelación de lo poco que sabemos de los demás y de que la novela es espacio único donde podemos realmente conocer a fondo a alguien. Yo a Madame Bovary o a Ana Karenina las conozco mejor que a mis mejores amigos. Y nunca voy a llegar a conocer ni siquiera a mi pareja, ni siquiera a mis hijas tanto como conozco a Marcel de “En Busca del Tiempo Perdido”. La ficción nos da un acceso misterioso a las vidas de los otros, que es lo que yo he intentado hacer con Feliza. Y ahora, mucho me temo que tal vez con la probable excepción de su marido, no hay nadie que la conozca mejor que yo.
Pero ha tenido dudas. En un momento de la novela se pregunta si no hubiera sido mejor “no ir más allá”.
Sí, escribir esta novela requirió también mi intromisión en la memoria y en la vida de otro. Su marido puso a mi disposición sus recuerdos de lo que había sido la vida de Feliza. Pero contar con esa autorización no impidió que yo me sintiera en muchos momentos un intruso, un impertinente, que me preguntara por el derecho que tengo de pedirle a alguien que recuerde hechos dolorosos para después contarlos. Pero siempre fue esencial para mí contar con esa autorización que era moral, pero también literaria. Yo tenía muchos mandatos concretos cuando escribí este libro, pero uno de ellos era casi hipocrático: ante todo, no hagas daño, ni a quienes recordaban a Feliza ni a la memoria de Feliza.
¿Qué opina entonces de la retirada de «El odio» de Luisgé Martín precisamente por la posibilidad de hacer daño?
No quiero hablar de eso. Conozco a Luisgé, es amigo y es un autor que respeto. Sin tener un retrato más a fondo de lo que ha pasado, no quiero dar un juicio sobre esto.

El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, autor de "Los nombres de Feliza", este lunes en València. / Miguel Ángel Montesinos
Habla de este libro como una novela. ¿Por qué no como una biografía o como no ficción?
Porque llega a lugares que no son accesibles mediante las herramientas de la investigación de los hechos y que trata de poner en escena el acto de imaginar a alguien más. La novela comienza como crónica personal del narrador, que soy yo, que va por las calles de París tratando de reconstruir la vida de Feliza. Pero a partir de cierto momento hay un salto hacia el punto de vista de ella. Trato de determe en su piel, en la medida en que eso es posible, meterme en su conciencia, en sus emociones e interpretarla. Y eso es algo que solo es posible mediante esta herramienta humana y menospreciada que es la imaginación.
¿Y escribir una novela para explicar que alguien murió de tristeza es un acto científico o es un acto literario?
Claro, ese es un diagnóstico de García Márquez, no es un diagnóstico de médico, así que no se le puede dar una respuesta científica, solo novelística. Y si me preguntas si Feliza murió de tristeza o no, la respuesta está en todas las páginas de la novela.
¿Cuántas vidas interesantes nos habremos perdido porque no estaba García Márquez delante en el momento de la muerte?
Los grandes novelistas del boom latinoamericano, pero también los de la novela en lengua inglesa de entreguerras, y desde luego los del siglo XIX nos revelan la riqueza inabarcable de la vida humana y cómo cada vida con la que nos cruzamos contiene 700 vidas más. Y la única manera de conocerlas es a través de la ficción, de la imaginación del otro.
Escribe que si, en vez de esculturas con chatarra, Feliza hubiese pintado eucaliptos en acuarela, nada de lo que sufrió le habría pasado. ¿Existe un compromiso artístico sin sacrificio?
No sé contestar a eso. El artista es también un ciudadano, pero mezclar ambas cosas suele tener consecuencias negativas desde un punto de vista artístico, y muchas veces, también social. Crecí con una generación de novelistas latinoamericanos que asumieron un compromiso de ciudadanos, pero el padre literario de toda esta generación, Jorge Luis Borges, es un hombre que rechazó siempre cualquier noción del compromiso ciudadano. No puedes crecer en una tradición tan ambigua y tomar una posición fundamentalista. Siempre he creído que la única obligación de una artista es su arte, pero mis propias novelas desmienten esa creencia.
¿Usted ha tenido que sacrificar muchas cosas por tu literatura?
Sí, inevitablemente. He tenido que sacrificar una estabilidad material que habría podido tener si me hubiera dedicado el Derecho, como parece que iba a ser mi destino. Desde luego, el hecho de ser un novelista que también escribe columnas de opinión me obliga a sacrificar todos los días a algún posible lector, porque mis opiniones molestan y en sociedades polarizadas como las nuestras eso lleva siempre a la pérdida. Pero lo que no voy a hacer nunca es callarme, silenciar esa conciencia ciudadana. Si uno tiene un espacio más o menos privilegiado en el cual hablar, tiene que decir las cosas en las que cree.
Pocas novelas personifican como esta el siglo XX a través de una mujer. ¿Cuánto ha perdido el relato de la Historia sin un punto de vista femenino?
Sin el punto de vista femenino nuestra comprensión de los fenómenos colectivos queda fatalmente truncada, y me parece inverosímil que no hayamos descubierta eso hasta hace poco. Lentamente lo vamos remediando.
¿Podría haberse titulado esta novela “Feliza contra los hombres”?
No, no creo. En algún momento le preguntaron si era una feminista que odiaba a los hombres, y ella dijo que no, que los hombres son un invento fantástico que tenemos que cuidar. Ella llevó una vida de libertad sexual, de libertad afectiva absolutamente convencida y militante, y nunca chocó eso con su idea de abrir cada vez más espacios para la mujer.
Pero los críticos que decían que hacía un arte poco femenino, los políticos que le obligaron a exiliarse en París, el marido que se llevó a sus hijas, eran siempre hombres.
Sí, pero eso quizás habla más de las estructuras de poder en sociedades que están encarnadas siempre en un hombre. Ella también sufrió el repudio de las mujeres de su sociedad que la consideraban escandalosa, o de compañeras de militancia que creían que era poco comprometida, o en sus orígenes burgueses que la consideraban demasiado revolucionaria. Ella trató de defenderse constantemente de las camisas de fuerza que su sociedad le imponía. Y muchas veces esas camisas de fuerza estaban encarnadas en una figura masculina.
¿El arte ha perdido ese objetivo provocador que tenía el arte de Feliza?
Sí, esto lo explica muy bien un ensayista colombiano, Carlos Granés, que habla de cómo se han intercambiado los roles del político y del artista. Ahora parece que el artista apela a la docilidad del mercado y a la estabilidad, mientras que el político hace happenings y monta escándalos e intenta destrozar cualquier noción de valores establecidos. De todas maneras, las sociedades en momentos de conflicto siempre producen un cierto tipo de arte porque es así que logramos contestar a ciertas preguntas que nos estamos haciendo. No me interesa lo contestatario por lo contestatario, sino lo que cuestiona, lo que introduce un grado de disentimiento en nuestras conversaciones.
Una vez uste ya ha cerrado 30 años después el capítulo de Feliza, ¿cuál es el siguiente?
Cada libro mío trata en alguna medida de rebelarse contra el anterior, así que que el cuerpo me pide es regresar a la novela novela. La novela de personajes de ficción, con toda la libertad maravillosa que eso supone.

El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, autor de "Los nombres de Feliza", este lunes en València. / Miguel Ángel Montesinos
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