Salvem El Ventorro

Los Smith en la puerta de Salford Lads Club. / Levante-EMV

Leo con desgarro y estupefacción en este mismo diario que la gerencia de El Ventorro ha decidido quitar del exterior del local cualquier placa o señal indicativa de su existencia.
Ya saben, el restaurante en el que el Molt Honorable President de la Generalitat, Carlos Mazón, se hizo fuerte la tarde del 29 de octubre, pasando de todo mientras la dana provocaba un desastre inaudito, incluyendo el fallecimiento de al menos 228 personas en la Comunitat Valenciana.
Después del laberinto de versiones que se ha marcado el andoba a lo largo de estos cinco meses, y seis manifestaciones después, los dueños del restaurante están hartos de verse asociados a su trágica incompetencia y buscan pasar desapercibidos.
Y es que, a pesar de haber estado dando de comer durante décadas a políticos, empresarios, periodistas y otras personas necesitadas de discreción para planear sus tejemanejes mientras se llenaban la andorga, su prestigioso nombre se había convertido en combustible para falla y su sobria fachada, en decorado para selfis. Ay, esas estúpidas fotos que se tira el personal mientras hace turismo para demostrar que estuvo allí y colgarlas en sus redes sociales, generando tendencias y peregrinaciones.
En ocasiones, los más obtusos se sacan la instantánea sin importarles que el contexto tenga connotaciones dolorosas o macabras. Recuerden cuando el volcán de La Palma o el incendio de Campanar. Tanatoturismo con poses molonas y muchos emoticonos en Auschwitz, Chernóbil o Camboya.
La industria cultural, mediante el cine, la literatura y la música rock, también han proporcionado una serie de destinos que bien valen una fotografía, más allá de la nube de memos que se amorran a la Gioconda para contemplarla a través de sus pantallitas, o de los garrulos que se pasan media hora buscando la posturita para sostener la Torre de Pisa. Con el estreno del biopic de Bob Dylan han proliferado las parejas que caminan cogidas del brazo por Jones Street, como el susodicho y Suze Rotolo en Greenwich Village, para imitar la portada del “Freewheelin’ ”, por el medio de la calzada, dificultando la circulación de los vehículos. Mucho más acostumbrados están en Londres, que cuenta con el paso de peatones más famoso de la era pop, el de Abbey Road, aunque el de Shibuya en Tokio le anda pisando los talones como atracción turística.
A veces la masificación provoca algunos problemas de convivencia. Hasta el mismísimo pirri acabó Barbara Lorber, domiciliada en el 66 de Perry Street, en el West Village, de las oleadas de pavas que se iban a fotografiar en la puerta de su keli, magdalena de colorines en ristre, porque allí era donde vivía Carrie Bradshaw en la serie “Sexo en Nueva York”. Le quiere poner una verja de hierro pero, como incumple la normativa arquitectónica, por ahora le han dejado colgar una cadena, qué pena, sin electrificar. Estas incomodidades acaban, en ocasiones, en restricciones de aforo para acceder a la foto cuqui de marras, como sucede en temporada alta en la Cala del Portixol cerca de Xàbia, con toda la peñita loquita por hacerse la fotito sentadita junto a la puertecita azulita. Qué agonía.
Hay otra puerta azul a la que también se arrima el personal a cazar su trofeo: la del número 280 de Westbourne Park Road, en Notting Hill, Londres. Allí vivía el librero William Thacker, junto a su destarifado compañero de piso Spike, en la estupenda comedia romántica que protagonizaron Hugh Grant y Julia Roberts. Parece ser que las visitas de los curiosos son más llevaderas, puesto que después de subastar la puerta original con fines benéficos el propietario decidió poner una igualita para no chafarles la guitarra.
La gente también acude a la entrada del Salford Lads Club a recrear el fotón con el que los Smiths aparecieron en el interior del colosal álbum “The Queen Is Dead”. Durante un tiempo, la dirección de este centro cultural y recreativo juvenil no vio con buenos ojos aparecer asociados a la imagen rebelde, ácida, crítica y provocadora que proyectaban las letras de Morrissey.
Quisieron impedir la toma de imágenes pero acabaron cediendo, rendidos ante su importancia cultural e histórica y agradecidos por cobrar un porcentaje de unas camisetas que se vendieron con la icónica imagen, beneficios que destinaron al bienestar y a la formación de su desfavorecida grey.
Que a lo mejor El Ventorro podría hacer eso en vez de esconderse, cobrar un eurito por foto y donarlo a los afectados por las inundaciones.
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