Staatskapelle Dresden: Schumann en casa

Concluyó el ciclo integral de las cuatro sinfonías de Schumann propuesto en el Palau de la Música por la legendaria y pluscentenaria Staatskapelle de Dresde (1548) y su actual titular, el milanés Daniele Gatti (1961), sin sorpresas. Es decir: éxito total. Artístico y de público, avalado por la excelencia propia de una orquesta máxima y decana mundial, y un maestro ubicado en el podio de los más grandes de hoy. La cercanía de la orquesta sajona con Schumann y su música es tan evidente como el dominio, naturalidad y convicción con que el milanés entiende y dirige su música. En definitiva, dos citas schumannianas, el miércoles y el jueves, imborrables y que marcan nuevo hito en la larga y rica historia del Palau de la Música.

Dresde y su Staatskapelle fueron la ciudad y la orquesta de Schumann. A Dresde llegó en 1844 desde su otra gran ciudad, Leipzig, a la busca de una ambiente más sosegado y menos trepidante. Allí, en la capital sajona, vivió con Clara Schumann hasta 1850, cuando se mudaron a Dusseldorf. Y en Dresde encontró aliento para concluir en 1844 el Concierto para piano y componer obras como el Concierto para violonchelo y la Segunda sinfonía. Esta cercanía vecina, y la categoría máxima de la Staatskapelle, se sintieron en cada poro y nota de la integral incandescente, fresca y natural escuchada en la Sala Iturbi. Transparente, de fascinante limpieza instrumental -pese a puntuales imprecisiones, como la de los metales -trompas y trombones- en el unísono acorde en pianísimo del comienzo de la Segunda sinfonía.

Un Schumann de tiempos vivos y contundentes, en el que Gatti -que dirigió de memoria las cuatro sinfonías los dos días- no dejó entrada sin marcar ni detalle sin matizar. Fue una dirección más deslumbrante y virtuosa que turbadora o efusiva. Abierta, extravertida, perfecta y fascinante por su calidad y maestría, aunque acaso faltaron las zozobras, arranques y contrastes del universo schumanniano. Ese anchuroso y confrontado estado anímico que son los mundos de Florestan y Eusebius y todos los que por medio hay. Un pathos y fervor que sí asoma en las referencias de Kubelík, Szell, Celibidache o, sin ir más lejos, la propia Staatskapelle en su legendario registro integral de septiembre de 1972 con Sawallisch. El milagro pre-bruckneriano que, por ejemplo, es el “Adagio espressivo” de la Segunda sinfonía se sintió formidablemente tocado -diez al oboe y clarinete solistas-, pero sin esa unción infinita que atesora la partitura y hace flotar en el séptimo cielo el ánimo y la sensibilidad.

Por contra, Gatti puso orden y claridad en la supuesta anarquía orquestadora de Schumann, que hizo que hasta un músico como Mahler enmendara la plana al creador de la Sinfonía Renana y realizara una reorquestación de las cuatro sinfonías. Con su versión y visión clarificadoras, Gatti mostró que están perfectamente tal cual y son. Desde los compases iniciales de la Primera sinfonía hasta el arrollador y brillante final de la Cuarta, este detallado itinerario schumanniano ha sido un viaje al corazón mismo desde la ciudad en la que Schumann fue más feliz y fecundo. Lástima que ninguno de los días se cerrara el festín sinfónico con algún regalo schumanniano, como podrían haber sido las oberturas de Manfred o Genoveva. El público, que no llegó a colmar las localidades del Palau de la Música, se quedó con la miel en los labios. Y no fue precisamente por falta de aplausos y bravos. 

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