Fuera de compás

Qué hice en vacaciones

Ya sólo por disfrutar de los juegos de sillas entre la peña por su incapacidad para ocupar su asiento ya vale la pena el "Live at Pompeii" de Pink Floyd

Pink Floyd en Pompeya.

Pink Floyd en Pompeya. / L-EMV

Fernando Soriano

Fernando Soriano

València

Se acabaron las vacaciones de Pascua con esta última semana rematada por el puente del trabajo y yo no sé ustedes, pero en casa hemos tenido un absurdo montón de deberes que hemos acabado a última hora, como viene siendo habitual desde que los humanos tenemos hijos. El último de ellos, un diorama sobre el paso de peatones de Abbey Road con sus cuatro Beatles, en cartón, témperas y silicona. Vergüenza, ninguna. Tenía que ser un lugar de Londres. Mi churumbel y yo vamos justísimos de psicomotricidad fina y el escenario en cuestión está reconocido como patrimonio cultural del Reino Unido y goza de un grado 2 de protección, sólo por debajo de Buckingham Palace, Tower Bridge y el Big Ben. Si nos dan una noche más, montamos Battersea Power Station con el cerdito volador y todo, remedando otra portada icónica del rock, la de “Animals” de Pink Floyd.

Estas fiestas tuve una cita con ellos en el cine. Se estrenaba en algunas salas la película-concierto-documental “Live at Pompeii MCMLXXII”, la versión restaurada, remasterizada, corregida y aumentada del legendario movidón que montaron los Floyd en el anfiteatro de Pompeya en 1972, recién publicado su formidable disco “Meddle”. Sólo por disfrutar de los delirantes juegos de sillas entre la peña debido a su incapacidad para ocupar de manera adecuada su asiento en una sesión con localidades numeradas valió la pena pagar la entrada. Qué tolais.

Pero es que además pude ver en pantalla grande a aquellos cuatro fenómenos dejando atrás su personalidad pastoral y psicodélica mientras preparaban su asalto al olimpo a través de la composición de “The Dark Side Of The Moon”, según se muestra en el metraje tomado en estudio. Qué emocionante verlos tocar y pasear entre la ceniza, las ruinas romanas, las esculturas, los mosaicos, los equipos de filmación, los cables, los pedales y los instrumentos, con esos torsos desnudos, esos pies llenos de polvo, ese lodo burbujeante y esas dentaduras tan desaforadas, por británicas, en gigantescos primeros planos. El sonido de la sala, demasiado bajo. Mal.

Fiestas de alto octanaje emocional. El Domingo de Resurrección me acerqué a Loco Club con mi esposa y mi señora madre para ver el cierre del XIV Gira Crucis del Dúo Caifás. Primera vez para ellas. Una bofetada de despertar artístico. Levántate y anda. Espectacular. Más allá de la calidad musical y vocal, con esa batería de Antonio J. Iglesias que vale por una orquesta filarmónica, o ese teclado polifónico de Gilberto Aubán que contiene universos, o esa Coral de Espinas con un acertadísimo Salva Aubán y una colosal Chelo Pons; más allá de todo eso está la capacidad histriónica e interpretativa del grupo. Un sinfín de entusiastas puñaladas de humor, de pasión, de respeto, de apego por “Jesucristo Superstar” que hicieron soñar, reír, llorar, gritar, cantar, perturbar y renacer a las doscientas personas de entre diez y noventa años que abarrotaron la sala en éxtasis y que sintieron el poder calorífico de setecientas torrijas de felicidad.

Un sentimiento de pertenencia antropológica a un grupo o a una tribu que también sentí en el concierto homenaje por sus 35 años de carrera a Doctor Divago, que se celebró en la sala 16 Toneladas. Conté más abrazos que canciones, más sonrisas que estribillos y tanta complicidad como calidad. Y hubo mucha. Una velada maravillosa gracias a las mutaciones que sobre el repertorio de la banda valenciana, una institución a valorar y proteger, nos ofrecieron el hechizo de Lanuca, la genialidad dicharachera de Luis Prado, el indie rock de Fanáticos, la oscura elegancia de Ambros Chapel, la energía electrizante de Los Radiadores, la imaginación exótica de Cándida y el descaro sustancial de Gilbertástico. Todos quisimos ser Juancho Plaza cantando “Tirando a dar” o Toni Gominola fundiéndose con Raúl Tamarit y Manolo Bertrán en un ardiente abrazo. Y para rematar, el Doctor sentando cátedra, emitiendo sus mensajes de humanidad ultramusical a través de personajes y sentimientos homéricos, sí, pero de una dolorosa y elevada cotidianeidad.

Y si me sobra morro para endiñársela a la seño con la maqueta, a ustedes, que no tienen autoridad ninguna, ni les cuento, con esta redacción sobre lo que hice en mis vacaciones. Bueno, en las de mis vástagos. Lo mismito que hicieron Fairport Convention en su segundo elepé, “What We Did on Our Holidays”, esa magnífica mezcla de folk británico y rock que contaba con la incorporación de la fabulosa Sandy Denny y que ya están tardando en escuchar.

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