Crítica

Entre anodino y rancio

La violinista Chouchane Siranossian tocó, concertó y dirigió con causa, conocimiento y virtuosismo, pero sin la personalidad artística ni maestría en el liderazgo que requería el programa

Siranossian.

Siranossian. / Foto Live Music Valencia

Justo Romero

Justo Romero

València

TEMPORADA 2024-2025 del Palau de la Música. Programa: Obras de Vivaldi (Obertura de L’Olimpiade. Las cuatro estaciones) y Haydn (Sinfonía número 45, “Los Adioses). Orquesta de Valencia. Directora, concertino y solista: Chouchane Siranossian. ­Lu­gar: Palau de la Música. Entrada: Alrededor de 1.600 espectadores. Fecha: viernes, 10 mayo 2025

A pesar del éxito y los muchos aplausos, fue un concierto discreto. Entre anodino y rancio. Planteado desde presupuestos estéticos más antiguos que Vivaldi y Haydn juntos. Fueron estos precisamente los compositores objeto de interpretaciones ajenas a cualquier requiebro historicista o ambición detallista.

Incluso el viejo y eterno Vivaldi de I Musici y su legendaria concertino Pina Carmirelli se antoja moderno frente a la versión planteada por la notable violinista francesa de origen armenio Chouchane Siranossian (1984), quien tocó, concertó y dirigió con causa, conocimiento y virtuosismo, pero sin la personalidad artística ni maestría en el liderazgo que requiere un programa tan enjundioso y arriesgado como el de este debut junto con la Orquestra de València, centrado en dos obras tan expuestas y representativas del mejor barroco y el mejor clasicismo como Las cuatro estaciones del veneciano y la Sinfonía “Los Adioses” del austriaco.

Como casi todas las formaciones sinfónicas, la Orquestra de València no se mueve precisamente como vez en el agua en el escueto repertorio barroco. Carencias y esencias asoman a flor de piel. La mera corrección y buena letra no bastan para salir airosos del reto. Los cuatro conciertos para violín y cuerdas que son Las cuatro estaciones fueron bien tocados por la solista, y defendidos con entrega y ahínco por la reducida Orquesta de València, ajustada a una plantilla de seis violines primeros (incluida la solista y concertino), seis segundos, solo tres violas, tres violonchelos y dos contrabajos, a los que se sumó un clave -el trevisano Giulio de Nardo- poco presente, al que más se vio que escuchó.

Fue una versión correcta y voluntariosa, sobrada de vibrato y corta de fuste instrumental, empuje expresivo, articulación, nitidez en el fraseo y contrastes dinámicos. Tiempos contenidos alejados de cualquier extremo. Faltó, también, vitalidad, luminosidad, vuelo en los movimientos lentos y ese empuje contagioso que casi siempre distingue y caracteriza la música inconfundible de Vivaldi. Lo mejor de esta primera parte de programa llegó en la propina que regaló la Siranossian, un virtuosístico capriccio de Locatelli cuya bien resuelta evocación ornitológica fascinaría al mismísimo Messiaen.

Luego, tras la pausa, llegó la también popular Sinfonía de Los Adioses, de Haydn, en una versión que superó con creces la de Las cuatro estaciones, pese al pequeño desbarajuste en el lento comienzo del segundo movimiento, Adagio. Hubo desenfado en el minueto y estilo en el Allegro assai inicial. Lástima que el movimiento final, el de “los adioses”, cuando los músicos dejan paulatinamente la escena hasta dejar la orquesta convertida en un duetillo entre el primer y segundo violín -Chouchane Siranossian y José Vicente Balaguer-, quedara convertido en una parodia ramplona de gracietas y tontuna, que ensombreció el cuidado diminuendo musical consecuencia de tanto “adiós”, y en la que los músicos se quedaron como figurantes en una escenografía más propia de casino del poble. Cosas… 

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