Crónica

Triunfo total de los Vaccines en el Deleste

La banda encabezada por Justin Young destiló todo lo mejor que ha sucedido en el panorama británico durante los últimos 30 años en una actuación perfecta, con el mejor volumen y definición de todo el evento.

Deadletter en el Deleste.

Deadletter en el Deleste. / Carlos Arnaiz

Fernando Soriano

Fernando Soriano

València

Bendito el festival Deleste por permitirme ser moderno dos días al año, acercándome propuestas musicales a las que no suelo prestar atención pero de las que disfruto junto a dos mil asistentes más que acuden a él a regalarse la vista y los oídos con un cartel que siempre aúna calidad y riesgo artístico.

También les digo que la dichosa modernidad me cuesta mis buenas horas de empollarme a las bandas participantes para no pasarme el fin de semana con cara de pez y obtener un mínimo de conocimientos que me permitan contárselo en un texto decente. Y así, vas formándote unas expectativas que, junto a los conocimientos recién adquiridos, te sirven de marco para componerte un escenario que, al final, se corresponde con la realidad resultante del ambiente y las actuaciones. O no.

Kruder y Dorfmeister decepcionaron el viernes

Aquello olía a victoria desde el momento en que la organización rescató la alfombra de césped artificial desaparecida hace ya dos ediciones. Un suelo libre de piedras y polvo por el que deslizar los cientos de vans y gazelles calzadas por un público experimentado y molador con ganas de música y su poquito de cachondeo bajo el espectacular sol primaveral del centro de la ciudad. Todo muy FIB edición 1997, ya les digo. En esas que salió Faixa con su atrevida mezcla de ritmos sintéticos más o menos machacones, sus atmósferas cibernéticas y una buena dosis de folclore valenciano. Parapetados tras sus teclados y sus ordenadores revelaron un trabajo experimental en el que se adivinaban marchas moras, cant de batre, malagueñas, jotas y fandangos, ya fuera en la voz en directo de sus componentes o en las pregrabadas de Noelia Llorens, “Titana” y otros. Una pena no verla allí sacando lustre a una actuación de por sí interesante, que navegó entre lo tribal, lo etnográfico y el beat universal que todo lo iguala.

Por su parte, la noruega Anna of the North propuso un pop cimbreante de querencias ochenteras pero con un marcado acento contemporáneo. Fue una alegría comprobar que, pese al carácter etéreo y electrónico de los discos publicados a lo largo de 10 años de carrera, la chavala endulzó su show con el sabor de los ritmos analógicos de una batería con groove, los detalles texturizados de una guitarra eléctrica y los agudos coros de una compañera. Un bolo lleno de simpatía escénica, espontaneidad juvenil y estribillos fáciles y agradables. Muy bonito, uno de esos casos en los que el directo gana al disco.

En otras ocasiones, no hay victoria ni derrota, pero sí una mutación inesperada. Imaginaba a los Yellow Days con mucho más soul y elegancia setentera. Con una buena dosis de cinematografía blaxplotation y falsete a lo Curtis Mayfield. Nada de eso. Los británicos, liderados por George van der Broek, se revelaron como una estupenda banda de blues cálido y pegajoso, de mollar gravedad rítmica y teclas abrasivas. Su voz rasgada y arenosa, quizá algo forzada a veces, luchó por transformar el despejado cielo nocturno en el techo agrietado de un honky tonk, con un hammond omnipresente, una guitarra con querencias jazz y estructuras de improvisación extremadamente orgánica y sudorosa en la que los instrumentos se intercambiaban en una dinámica más de sala que de festival.

La primera jornada terminó con el despago generalizado que me transmitían muchos amigos y conocidos que habían acudido al reclamo del dúo austríaco de dj’s Kruder y Dorfmeister. Donde tenía que haber dub y downtempo con Bristol puesto en el retrovisor, hubo una sesión de house europeo sin sentido, baleárico a ratos y muy seco. Hasta mugidos de vaca, escuché por un momento. Quizá por falta de contexto aquello me pareció una actuación sosa en la que dos señores mayores se hacían compañía para solaz de algunos danzantes aquejados de algún sospechoso virus que causaba desfiguración facial.

Mr Sanchez, indie a pleno sol

Criticar por criticar, y siendo asiduo del Deleste, nunca he visto claro que el sábado la movida comience a las cinco de la tarde, con una banda penando a pleno sol la lógica incomparecencia del personal. Y menos si la banda en cuestión es Mr Sanchez. El power trío de Benimaclet protagonizó, con sus maneras de potente indie rock eléctrico cimentado en los noventa, un gran concierto. Darío, su solvente, encantador y a la vez tímido líder, nos recordó que es un excelente guitarrista, afrontando partes complejas y texturas llamativas que adornan unas sólidas canciones, con letras que elevan la cotidianeidad a niveles de literatura. Una noche de farra, un barrio que se gentrifica, el pensamiento sobre la existencia y su duración, los miedos y las esperanzas de la gente corriente o el amor paternal ruedan con soltura apoyados por el ritmo trepidante de Coque y Héctor. Mucha calidad, no me canso de repetirlo.

Una de las últimas sensaciones del rock británico, Deadletter, vinieron a presentar su aclamado debut, “Hysterical Strenght”, un compendio de todo lo moderno acaecido en el rock anglosajón desde 1977. Barrieron a la peña con su actitud de vencer o morir en un show muy divertido en el que el cantante iba a tope desde que se bajó del avión y acabó cantando entre el público. Ayudados por un sonido crecido y juguetón, y por las expectativas creadas por la todopoderosa prensa musical británica, la banda soltó toda su carga de post-punk con ligeros tintes vanguardistas que hacen pensar en Talking Heads, The Fall, Fountaines D.C. o los mismísimos Psychedelic Furs por ese saxo que no para de sonar. Bolo intenso que recordaremos cuando crezcan y se conviertan en la pera limonera. Ya lo veremos, pero a mí me da la sensación de que les faltan canciones.

Teenage Fanclub en el Deleste.

Teenage Fanclub en el Deleste. / L-EMV

Teenage Fanclub desataron emociones

Justamente eso es lo que les sobra a los Teenage Fanclub, canciones. Lo que pasa es que no parecen saberlo o no quieren recordarlo, a tenor del repertorio escogido. Sin Gerard Love y sacando elepés de vez en cuando, los de Glasgow se siguen sintiendo vivos y en crecimiento, pese a lo que muchos podamos pensar. Que mejor época pasó, nadie lo duda. Que el sonido se hizo un poco bola, tampoco. Y si tú tienes cincuenta tacos, ellos ni te cuento, así que tampoco esperes un fiestón. Puede que sus antaño cromadas armonías vocales estén derivando hacia el coro rociero y que alguna guitarra suene destemplada, vale. Que si esa paloma que cruza el escenario es el espíritu santo que viene a inspirarlos. Mucha risa con los abuelos.

Pero de pronto tocan “The Concept” o “Everything Flows” y te fulminan. Secuencias de acordes con la capacidad de desgarrarte emocionalmente de una motosierra. Estribillos que te seccionan la yugular, que te parten el alma, que te revuelcan en el barro de tu extinta juventud y te dejan hecho un guiñapo. Y luego, recomponte si tienes huevos. A ver quién se ríe ahora, julai. Los Teenage Fanclub son esa caja de zapatos donde guardas las cartitas de amor de tus exnovias, la foto de tu amigo muerto, tu primer relato, la casete con aquella maqueta. Todo lo que pudo ser y no fue. Mejor dicho, lo que tú fuiste en aquellos momentos de construcción personal. Y eso no lo mancha nadie, por mucho que el cinismo nacido del fracaso y la desmemoria lo intente.

The Vaccines en el Deleste.

The Vaccines en el Deleste. / Carlos Arnaiz

The Vaccines bordaron su actuación del sábado

Los Vaccines ganaron anoche un fan, lo confieso. Esa primera patada al bombo, ese incendio sonoro y lumínico que te recuerda, una vez más, que Londres seguirá siendo el centro del mundo mientras exista un chaval con una guitarra eléctrica. Están a otro nivel, esto lo inventaron ellos y se nota. Los verdaderos cabezas de cartel del Deleste 2025 demostraron ser unos súper clase con una tremenda selección de canciones impregnadas de punk nuevaolero reformulado y vitalista. Destilaron todo lo mejor que ha sucedido en el panorama británico durante los últimos 30 años en una actuación perfecta, con el mejor volumen y definición de todo el evento. Apelando a la épica oscura de Bowie o Walker, a la energía luminosa de Who y Kinks, y a la actitud arrogante y desenfadada del brit-pop desde Suede a los Arctic Monkeys, el elegante barítono Justin Young y los suyos construyeron un muro melódico con un ritmo espectacular a base de profesionalidad, aplomo y dinamismo. Hasta que Pulp vuelvan a los escenarios, de lo mejorcito que se pueden echar a la cara.

Y ya estaría. Para mí, y para las chiquillas que se apalancaron en primera fila, sentadas desde que se abrió el recinto a las cinco de la tarde en la ardiente valla antipánico, fanáticas de los Vaccines a carta cabal por lo que se adivinaba por sus atuendos, esa fue la apoteosis del Deleste celebrado en el año del señor de 2025. Sobre los Death in Vegas no me siento capacitado para pronunciarme, más allá de ofrecer mi testimonio sobre como la basca intentaba ganar la puerta a chorro quizá confundida o aterrorizada, como un servidor, por los estertores de ballena degollada que salían por los altavoces en una incomprensible y sórdida ceremonia electrónica que no me atrajo en absoluto.

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