Crítica|Música
Arcadi Volodos, más allá de lo previsible

Volodos en el Palau Música. / Live Music Valencia

RECITAL ARCADI VOLODOS (piano).Programa: Obras de Schubert (Sonata para piano D 959), Schumann (Danzas de la Cofradía de David, opus 6) y Liszt-Volodos (Rapsodia húngara número 13). Lugar: València, Palau de la Música (Sala Iturbi). Entrada: Alrededor de 1.300 espectadores. Fecha: domingo, 1 junio 2025
Arcadi Volodos (1972), coloso del piano contemporáneo quizá comparable solo a su compatriota Grígori Sokolov (ambos afincados en el país de Alicia de Larrocha y Rafael Orozco), ha vuelto el domingo al abono del Palau de la Música para restablecer el nivel perdido tras las fallidas actuaciones de Rudolf Buchbinder (21 y 23 mayo) y el soporífero programa british dirigido por Paul McCreesh a la Orquestra de València el pasado día 30. En esta ocasión lo ha hecho -como siempre- con un programa cargado de médula pianística y ambición expresiva, que surca, confronta y abraza músicas tan dispares pero próximas como la penúltima sonata de Schubert -la D 959-, las juveniles y fogosas Danzas de la Cofradía de David -que compone Schumann con 27 años solo nueve después de que Schubert firmara sus tres últimas sonatas-, y la música de Liszt, plusvirtuosizada por Volodos en su espectacular y bien conocida versión de la Rapsodia húngara número 13. Fue un recital para la memoria.

El pianista, durante el recital. / Live Music Valencia
Una vez más, el artista (petersburgués como Sokolov) volcó su pianismo cargado de colores, sentidos, registros, ideas y respeto. En la penumbra de siempre, cargó todo de sutilezas y vigor, de verdad y lealtad a la partitura y a cuanto no aparece en ella. Asentado y casi recostado en la silla de siempre, Volodos enfoca su arte puro en la esencia de la obra de arte. Pura verdad. Puro Schubert. Entendido sin remilgos, desde la sonoridad y posibilidades que brinda el moderno piano; de infinitos colores, y dinámicas extremas, desde el más sonoro y sutil superpianísimo a unos fortísimos poderosos que en su vigor y lógica nunca se perciben fuera del discurso ni del universo schubertiano. Su arte extremado y sin límite va más allá de lo previsible: sus pianísimos desbordan lo predecible tanto como los fortísimos siempre cagados de lógica y música. Expresión hecha verdad. Música y solo música. Lejos de artificio o verborreas. Schubert en estado puro.
Luego, tras la pausa, destiló imaginación, virtuosismo y sentido en las particulares y disímiles 18 páginas que integran las Danzas de la Cofradía de David, opus 6 (Davidsbündlertanze). Fue la penúltima obra de un programa cuyo contenido “oficial” se cerró con el virtuosismo apabullante y nada gratuito de la versión que el propio Volodos realizó de la decimotercera Rapsodia húngara de Liszt. ¡La apoteosis! El público se desgañitó en aplausos y bravos. El artista, templado en los gestos y sus tonos, respondió llevándose una mano al corazón mientras sonreía sereno y amable. Fuera de programa, templó los ánimos con los prodigios susurrados de la canción Pájaro triste de Mompou y el Tercer Momento musical de Schubert, pero echó leña al fuego del frenesí con su transcripción, honda, jonda y espectacular de la Malagueña de Lecuona y congeló el mundo con el primero de los Tres Intermezzi opus 117 de Brahms. Es la universalidad sin fronteras ni parangón de quien es uno de los verdaderamente grandes del teclado de ayer, hoy y siempre. Lo de las toses y ausencias del público, ya fue otro cantar.
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