Fuera de compás
Subid el volumen de una puta vez
A Chrissie Hynde le parece bochornoso el volumen de 90 decibelios con el que las ordenanzas municipales castigan los conciertos al aire libre

Chrissie Hynde, líder de The Pretenders. / EFE/Juanjo Martín

Hace justo un año The Pretenders protagonizaron un estupendo concierto en eso que llaman el Auditorio de la Marina Nord de València, una explanada situada a escasos metros de las ruidosas discotecas que el ayuntamiento ahora quiere cerrar. Después de la actuación de Introglicerina, con José Manuel Casañ y compañía, el personal estaba calentito para disfrutar con la música de la legendaria banda británica. Lo que pocos saben es que, a la segunda canción, Chrissie Hynde amenazó a la organización con suspender el bolo, recoger los trastos y subirse en el primer avión de vuelta a su keli. Con toda la razón del mundo.
A la diva-diosa-leyenda-incombustible-reina de la nueva ola le parecía bochornoso el volumen de 90 decibelios con el que las ordenanzas municipales castigan a este tipo de eventos. Los técnicos obraron su magia para que no se impusiera sobre “I'll Stand by You” la pachanga musical que ameniza las despedidas de soltero, aquella quedó medio conforme y el asunto siguió adelante. Qué maja. Yo, como Bruja Mala del Oeste, os hubiera dicho: volad, mis pequeños, volad. A incendiar el ayuntamiento. Y no dejéis rastro de vida humana a vuestro paso.
Nuestra ciudad lleva años haciendo el ridículo con el volumen de conciertos y festivales al aire libre. Y la gente ya está harta.
Nuestra ciudad lleva años haciendo el ridículo con el volumen de conciertos y festivales al aire libre. Y la gente ya está harta. Porque enfadada ya lleva mucho. Son constantes las críticas y las opiniones negativas vertidas en estos saraos a gritos o a través de las redes sociales. El viento arrastra una voz cruel: subid el volumeeeeen. En Viveros sucedió en el Deleste y en el ciclo Nits de Vivers, pero al menos allí no tienes que soportar el estúpido pero poderoso pumbapumba que expelen los horteras garitos de la marina. Tanto es así que en algún Love To Rock, los ocupantes de la zona VIP han acabado bailando al ritmo que imponía el pincha discos de la boda que se celebraba al otro lado de la valla. Menuda experiencia festivalera.
Es absurdo que se escuche a beach clubs y discotecas más y mejor que al artista subido al tablado. Y los promotores, que se juegan muchos sueldos en el envite, no pueden hacer nada salvo confiar en la comprensión de artistas y público, explicando hasta la saciedad cómo está el tema y señalando, pero con la boca pequeña, al verdadero culpable del problema: el consistorio. Luego llegan las fallas y salta todo por el aire. Cualquier verbena sacude el vecindario a un volumen hipo huracanado, como el grito de Pepepótamo.
Veremos cómo suena el Roig Arena, a qué volumen y con qué programación. Hace 20 años algunos creían (y deseaban) que el Reina Sofía acabaría cobijando presentaciones falleras y se ha convertido en un centro operístico de primer orden. Ojalá me equivoque y el nuevo pabellón nos ofrezca muchas noches de gloria, como la que protagonizarán, estoy seguro, los Psychedelic Furs en noviembre. Pero tampoco pensemos que aquello va a ser la panacea, y menos para el rock independiente o alternativo, que es el objeto de mi deseo, mi disfrute y mis columnas.
Mientras llega el momento, The Jesus And Mary Chain, Wilco y Los Planetas van a tocar en el inevitable recinto marinero. Bandas cuya música necesita ser reproducida a un volumen brutal para apreciar el carisma, la personalidad, la energía, la sensibilidad y los matices de sus canciones. Si nadie lo remedia, volveremos a tener un sonido bajo y sin chicha que se perderá en aquella extensión en la que parecíamos no molestar a nadie. O eso nos aseguraron. Luego resulta que sí perturbamos, y mucho, pero a niveles de tortura medieval, a los pobrecitos dueños de los yates que pernoctan cerca, a razón de un pastizal el amarre, y a no sé qué fauna marina que convive con el ensordecedor trajín de las grúas, los containers y las luces cegadoras del puerto, en plan Blade Runner. Todo paz, calma y feng-shui. No te jode.
En el Festival de les Arts no, porque a sus asistentes, que agotan los abonos en media hora sin conocer el cartel, se la bufa la música y el que la toca; y a Miguel Bosé en el estadio Ciutat de València el 16 de julio tampoco, por razones obvias. Pero al resto, por favor, subidnos el volumen de una puta vez. Que entre lo caras que se han puesto las entradas, la poca oferta de calidad, lo repetitivo de los carteles, lo alejado de los espacios, el elevado precio de la cerveza y lo sordos que nos estamos quedando a ciertas edades acabaremos por no ir a ningún sitio.
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