Joaquín Sabina... ¡Y amén!
En la primera de sus tres citas en València, el cantautor ha recorrido cuatro décadas de repertorio ante un público entregado que ha abarrotado el Roig Arena

J.M. López

La gente no va a un concierto de Sabina en busca de sorpresas. La gente quiere que toque las canciones de siempre, incluso las de siempre que hace años que no toca y las nuevas que ya han nacido pareciendo de siempre. La gente quiere ir a un concierto de Sabina como quien va a misa y pierde el hilo tranquilamente, porque sabe que va a encontrar el Padre Nuestro donde lo esperaba. La gente quiere que Sabina sea Sabina, que haga de Sabina y que esté ahí, con su taburete y su bombín y su voz rasposa de Sabina, sonriendo como si tuviera un diente de oro y mirando hacia algún lado con los ojos muy abiertos.
Ha habido, no obstante, algo diferente en el reencuentro de esta noche de Sabina con València. Acostumbrados a tantos años de Plaza de Toros —con sus asientos de piedra y sus sillas de enea, su arena en los pies y sus murcielaguillos volando—, ver a Sabina en un lugar tan nuevo y moderno como el Roig Arena (sonido perfecto, visión nítida, pantallas digitales, butacas mulliditas) ha tenido un punto raro, distópico incluso, como si la línea vital que une al ídolo con sus fans se hubiese desviado hacia un presente diferente. El Sabina que estos días (9, 11 y 13 de octubre) ha venido a decirles “hola y adiós” a los valencianos, con casi todas las entradas vendidas, es el de siempre, pero no es igual. Este jueves ha estado como más joven y, a la vez, más viejo —like a rolling stone.
Una hora antes de que Sabina saliera al escenario con su banda al son de “Un último vals” se acercara al micrófono para entonar “Lágrimas de mármol”, felicitara a los valencianos por su día y después lo negara todo, el público ya había medio llenado el auditorio. Público maduro en su mayoría, curtido en mil conciertos de Sabina; gente que saborea su pionera condición de “yo le llamaba maestro en los 80 y vosotros os reíais de mí”. Gente capaz de cantar sin olvidarse de una sílaba ni desentonar esa “Mentiras piadosas” de 1990, recuperada para esta gira que, quizá por su condición de último vals -cada vez que Sabina lo ha dicho, ya pueden ustedes imaginar la reacción del público-, tiene algo de antológica.
De las antiguas —es decir, de las que muchos de los que este jueves llenaron el Roig Arena escucharon en vinilo o en casete— tampoco han faltado “Calle Melancolía” coreada por el público que canta "tan bien y afinadito" (Sabina dixit), “¿Quién me ha robado el mes de abril?” o “Pacto entre caballeros”, con Jaime Asúa a la voz y el protagonista de la canción entre bastidores, descansando y disfrutando seguro al oír como Mara Barros bordaba mientras tanto "Camas vacías". “Ahora que…” las tormentas son tan breves, ha cantado Sabina, mientras fuera del Roig Arena amenazaba el temporal.
“19 días y 500 noches” sigue siendo la gran contribución al folclore español con la que el de Úbeda podrá presumir desde el más allá. Sabina ha aprovechado ese toquecito épico de “Más de cien mentiras” para presentar con rimas consonantes a la banda, su "familia", y si “Donde habita el olvido” no la hubiera cantado tampoco hubiera pasado nada.
Creo que hay pocas canciones en la historia del pop español que empiecen tan bien (y sigan despues así) como “Peces de ciudad”. Tras “Una canción para la Magdalena” casi a solateras, Sabina ha dado inicio al habitual set hispanoamericano (como la sucursal del pueblo con mar), en el que no han faltado “Por el bulevar de los sueños rotos”, “Y sin embargo te quiero” con el estremecedor prólogo de Marita, “Noches de boda” y, claro, “Y nos dieron las diez”.
El mutis de la banda sin desenchufar los instrumentos ha servido para avisar de que todo esto empezaba a acabarse, que seguramente no volveremos a ver —al menos de esta forma— al cantante que parece visiblemente emocionado ante la ovación del personal. Después de que Antonio García de Diego haya interpretado “La canción más hermosa del mundo”, Sabina se ha puesto elegíaco con “Tan joven y tan viejo”, cariñoso con “Contigo” y enojado con “Princesa”. Al terminar tras dos horas de concierto, durante unos segundos ha parecido que a él también le jode tener que decir adiós, tanto que va a anunciar que tranquilos, que el año que viene más. Seguro que cada uno de sus desconsolados devotos habría murmurado un amén.
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