A tot allò va seguir un sermó -el to del qual és fàcil d’imaginar- i després es varen publicar els errors, en els quals «el pertinaz reo nuevamente se afirmava, haziendo señas y demostraciones de ratificarse».

És ara quan l’autor ens diu el nom del reu: «Enrique Garnau, alias fray Mandé de San Romeñ, frayle profeso de una de las varias religiones de el glorioso san Antonio Abad, en Francia.» I segueix: «Tenía de edad 32 años; era casado y tenía hijos, porque dezía que todos los religiosos y aun los sacerdotes se podían casar, pues era imposible guardar la castidad sin el matrimonio. Havía nacido católico y lo havía sido hasta cosa de unos diez años a esta parte, porque guardando ganado y leyendo las Epístolas de san Pablo, dezía que se le apareció el Espíritu Santo en forma de una serpiente y que le dixo cómo el Padre Eterno le havía enviado al mundo por reformador de su ley, para cuyo efeto havía determinado establezer una religión de multiplicantes y multiplicantas, poniendo por cabeça de ella y en el lugar de la Virgen Santíssima a su misma madre natural. En cuyo instituto, con la plena autoridad suya, pues dezía que Dios le havía constituydo pontífice, permitía libremente lícito el acto torpe y lascivo, excepto en los casados, pues estos havían de contentarse con solo dos mugeres, por lo qual negava la obediencia al papa y culpava ásperamente al rey Christianíssimo de Francia, Luys 14, porque havía desterrado de todos sus dominios a los hugonotes y hereges.» Els postulats de Garnau seguien, després, per altres camins: «el Padre Eterno era corpóreo y que tenía pies, manos, cabeza, etc.». De seguida, «negava el inefable mysterio de la Santíssima Trinidad» -amb una extensa explicació del per què. Afirmava, encara, que del Parenostre calia llevar certes paraules; predicava que «el infierno no era eterno, sino como el purgatorio, con la diferencia que a este ivan los que tenían sólo pecados veniales y a aquel los que les tenían mortales» -cosa inacceptable, ja que suposava la salvació de tothom. I acabava amb altres afirmacions sobre el Pare Etern, l’Esperit Sant, els evangelistes i la Bíblia, tot dient que qui volgués entendre la paraula de Déu, havia de «pasarse a Ginebra a estudiarla» -en referència als calvinistes, segurament.

Aquelles formes de concebre la divinitat i la relació amb la mateixa, a les quals, encara, s’afegien determinades idees sobre el sexe -la gran preocupació dels capellans, de sempre!-, evidentment no tenien cabuda en una societat tan compacta com aquella.