Dos palabras y un nudo en la garganta: Roca Rey. Jueves, 17 de marzo de 2016. Quinta corrida de toros de la feria. Mano a mano con Alejandro Talavante frente a toros de Victoriano del Río. El torero peruano se presentó en las Fallas y salió como triunfar de la feria tras una tarde llena de valor, ambición y capacidad. Fue ahí cuando arrancó el idilio del espada limeño con València, donde sus actuaciones se cuentan por puertas grandes. Un joven que no pasaba de la veintena de edad pero sí que hervía de afición puso en jaque el tablero del toreo tras incendiar la Feria de Fallas. Y tanto que lo hizo porque este festejo fue el preludio de su carrera: plantar cara a las figuras para ser uno más y demostrar que, con él en los carteles, el toreo está más vivo que nunca.

Venía de cortar tres orejas y un rabo en la Feria de Olivenza y disputar un mano a mano con López Simón en la Magdalena de Castelló, pero el casi lleno del aforo que registró el coso de Monleón no conocía a este joven que apoderaba por aquel entonces el maestro José Antonio Campuzano. Roca Rey solo había pisado el ruedo valenciano en 2014, pero lo hizo en dos ocasiones. La primera fue en una novillada sin caballos durante las mismísimas Fallas y la segunda, con caballos, en la Feria del 9 d'Octubre.

A partir de ese 17 de marzo, todos quisieron apuntarse al cartel de Roca Rey. Como si entre el torero peruano y València hubiese nacido esa línea que conecta recuerdos y afectos a través de un hilo invisible, de una aura ingobernable que en la mitología japonesa llaman musubi. Porque como ocurrió con "Blade Runner" el año de su estreno, la temporada de la presentación de Roca Rey nadie dejó de hablar de él.

La faena de la tarde fue la que realizó en el cuarto, segundo para él. El toro, de la ganadería Toros de Cortés, salió suelto del caballo, manso y se quería desentender de la muleta en el último tercio. Pero el coletudo limeño, que abrió la faena en los medios con pases cambiados por la espalda, imantó la embestida tras rematar esa serie con una arrucina, un cambio de mano y un natural sin fin. Con sometimiento, mano baja y con la embestida siempre cosida en los vuelos muleta, puso el corazón del público a palpitar de forma desbocada. Porque este joven peruano huele el triunfo como las pirañas la sangre.

El joven peruano ejecuta un pase de pecho en el toro de las dos orejas. Eduardo Ripoll

Este victoriano, que había desarrollado fondo, respondió para que la profundidad de Roca Rey desatara un incendio en el coso de la calle Xàtiva. Una descarga eléctrica. Un seísmo. Como un trago de cassalla. La plaza, al rojo vivo, era una orgía de griterío y tras una estocada al encuentro, paseó las dos orejas en medio del cráter ocasionado por la onda expansiva de su toreo.

En su primero ya había sido ovacionado, en su segundo había competido en quites con Talavante y en su sexto replicó el inicio de rodillas, con tanto ajuste que no cabía ni un papel de fumar entre el toro y él, de su compañero de cartel como si le gritara: "Aquí mando yo". Persiguió al victoriano por toda la plaza, hasta que, de forma inteligente, casi en terrenos de toriles, volvió a tirar de él como si lo llevara ensogado en su muleta. Otra labor de nuevo de buen fundamento, frescura y seguridad para cortar una oreja.

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El triunfo de Roca Rey se unió al de otros jóvenes toreros como Román, Juan del Álamo o José Garrido dentro un serial que la empresa calificó como "La feria del cambio" por los mano a mano como los de Roca-Talvante o Juli-López Simón. Qué lejos quedan ya ese tipo de ferias, en las que había carteles atractivos por su diferencia y no tan encorsetados por los intereses.

Esa tarde, después de aupar por la puerta grande a un Andrés que ya se había convertido en don Andrés con tan solo 19 años, se impregnó en el imaginario colectivo de los allí presente como el perfume de azahar perdura en primavera. Porque la memoria es un privilegio al que todos no pueden acceder. Los toreros, que son artistas, lo logran de vez en cuando.