20 horas de avión con escala en Miami. Y 9.500 kilómetros en el aire es el viaje que ha emprendido hoy Miguel Giménez, torero nacido en la Pobla de Vallbona, municipio del Camp de Túria, solamente para cumplir su ilusión de torear. No es una ficción ni una locura, aunque lo parezca, sino una apuesta personal por su afición, eso que construye a una persona y la ayuda a vivir. Ser torero tiene que ver con una desesperación extraña, difícil de definir, porque una pasión te lleva a jugarte la vida.

Por eso, el diestro valenciano, de 33 años, no concibe su vida sin ponerse delante del bravo: “Prefiero los disgustos del mundo del toro que caminar por la vida sin sentirme torero”, destaca tajantemente. Asegura que no ha perdido la ilusión por ser torero y siente la necesidad de torear de salón todos los días para que “el capote y la muleta sean una prolongación de mis brazos” y, de esta forma, seguir preparado para afrontar los compromisos del futuro. Su vocación torera, de una dureza tan férrea que perece hecha de hormigón, le ha llevado a cruzar el Atlántico para torear este próximo domingo en la plaza de toros de Fondgicarv, dentro del distrito de Lurín, en la provincia de Lima, la capital peruana. Estará acompañado en el cartel por Fabián Pareja, Guillermo Santillana y Javier Osores: “Estoy muy ilusionado. Me voy solo tres días, dos para viajar y uno para torear”.

Miguel Giménez: "Prefiero los disgustos del mundo del toro que caminar por la vida sin sentirme torero"

No es la primera vez que Giménez ha cruzado el Atlántico para torear. Ya lo hizo el año 2013, cuando era novillero, y se pasó medio año allí actuando en distintos pueblos peruanos: “Fue duro, pero aprendí mucho del toreo y su oficio”. Dos años más tarde, en septiembre de 2015, el torero valenciano tomó la alternativa en Navas del Rey (Madrid) de la mano del torero catalán Serafín Marín, con toros de Domínguez Camacho, y Octavio Chacón fue el testigo.

Esta temporada ha actuado en Pozuelo de Calatrava (Ciudad Real), donde cortó una oreja frente a toros de Gregorio Garzón, y en Sotillo de la Adrada (Ávila) frente a toros de Pedrés. Miguel Giménez se enfrenta a todo tipo de toros, con la mirada fija en las duras plazas del valle del Tiétar, o el Valle del Terror, como se le conoce en el mundo taurino. Es lidiador solvente y competente, constante y capaz y es fiel defensor de que el toro es quien pone a cada uno en su sitio: “Creo en el toro; él siempre nos brinda en muchos momentos la oportunidad de funcionar en la profesión”, aclara.

Trabajar para seguir como torero

“He tenido que trabajar en otras cosas para salir adelante como torero. Esto es muy duro porque yo soy mi propio apoderado, el que prepara los tentaderos, los toros a puerta cerrada y el administrador de cada viaje, pero no hay nada comparable a poder pegarle veinte pases a un toro cuando se desliza por los vuelos. El toreo es muy grande y confío mucho en mí”, finaliza con la puerta abierta a su principal sueño: “Me encantaría presentarme en la plaza de toros de València como matador de toros. Soy un torero de la tierra, que me formé en la Escuela Taurina de aquí, y creo que me lo merezco”. El toreo le mantiene vivo y ahora afronta este nuevo camino con la confianza plena en sus condiciones.