El domingo volví de Castelló en el coche con Francis Wolff (Ivry-sur-Seine, 1950), el filósofo, catedrático y profesor emérito de la prestigiosa Escuela Normal Superior de la Universidad de París. Su afición a los toros, nacida en su juventud, le había llevado a hacer más de mil kilómetros desde París hasta València para asistir a la Feria de Fallas y la Magdalena.

Él, apasionado de la música, es un perseguidor de las misteriosas geografías sin límites que habitan en los sentimientos: "En Francia me conocen como el filósofo de la música y en España, como el filósofo de los toros", apunta de entrada.

Por eso, desde los años 70 no ha dejado de asistir a los toros en el "Cap i Casal". La primera vez fue en la Feria de Julio, el que era el ciclo insigne de la capital valenciana. No olvida esa primera tarde en València como tampoco pierde en su memoria la faena de Curro Romero en San Sebastián en 1973, las faenas de Paco Ojeda, todo un ídolo en Francia, en Nimes o la tarde de José Tomás el 5 de junio de 2008 en Las Ventas, una de las mejores que ha visto.

En su móvil hay unas notas en las que reflexiona sobre cada corrida de toros que ve. Hay casi 2.000 festejos esclarecidos como la seda blanca. No tiene la intención de publicarlas, solo echar mano de ellas si escribe algo sobre toros. Es lo que hizo con Filosofía de las corridas de toros (Ediciones Bellaterra, 2010), un libro en el que tuvo que cambiar los tiempos verbales tras la reaparición de José Tomás.

Así que, después de la suspensión del festejo del día san José en València, un remoto gusto por la peligrosidad y la emoción le arrastró a la corrida de toros de Victorino Martín de la Feria de la Magdalena. La presencia de la ganadería en el cartel aterroriza, en cierto sentido, solo con leer su nombre.

A pesar de que no se llenó más de media plaza de aforo. A pesar de que no paró de llover y la humedad calaba el frío hasta los huesos, había en la atmósfera una alegría, una fortaleza y una voluptuosidad que no existan previamente. Los victorinos desprendían un romántico temor reverencial. La transparencia del aire, maravillosa, extraordinaria, dejaba sentir ese grave olor a toro que llegaba desde el ruedo, más reluciente que nunca. Con la autoridad de un amarillo intenso, de una tonalidad mate.

El cartel, un mano a mano entre Miguel Ángel Perera y Emilio de Justo, apetecía. Pero fue una tarde descafeinada, sin trofeos ni chispas. No hubo rivalidad y no saltó ningún toro con esa fogata de bravura característica de la casa y todos, sorprendentemente, blandearon. "No ha saltado ninguna alimaña", también apuntó Wolff. Solo "Estudioso", número 49 y precioso de hechuras, fue un toro extraordinario de clase. El son, el temple, el ritmo y la humillación destacaron en una embestida que fue puro almíbar. Sobre todo, en la mano derecha de Perera.

Por su parte, el toreo de Emilio de Justo es tan ambicioso, tan auténtico, que es difícil elegir entre gloria y virtud. Todo gran torero refiere, en el fondo, una quimera, una utopía, una ilusión. La de él es la emoción. Así lo demostró en una gran faena al quinto de la tarde que marró con la espada. Este capítulo fue el único que le gustó a Francis Wolff. Porque aquí sí, al fin, palpitó la emoción, desplegada en el aire como un abanico. De Justo, inmóvil, firme, navegaba con la embestida del clásico victorino encastado, tal leal a sí mismo que no había ninguna necesidad de salirse de su concepto. Su faena caló hondo por su valor, por su expresión y por su clarividencia. Cada muletazo, con un pulso exacto, hacía crecer la intensidad de los tendidos. Maldita espada.

Al llegar a València, tuvimos la sensación de tener delante de nosotros un testimonio encendido, un relevación asombrosa de un intelectual como Francis Wolff sobre ese juego con la muerte que exhibió Emilio de Justo en Castelló: el toreo.

FICHA DEL FESTEJO.

Toros de Victorino Martín, en tipo de su encaste y de juego desigual, aunque con el denominador común de la falta de raza. La excepción fue el cuarto, un toro importante por encastado. Quinto y sexto, por su parte, los más deslucidos por descastados y parados, al igual que el avieso y complicado segundo. Primero, noblote y soso; tercero, con clase.

Miguel Ángel Perera, de verde y oro: ovación tras aviso, silencio tras aviso y silencio.

Emilio de Justo, de catafalco y oro: ovación, ovación tras aviso y silencio.

Actuó como sobresaliente Enrique Martínez "Chapurra".

La plaza registró alrededor de media entrada en los tendidos.