Pablo Aguado atesora inevitablemente en las yemas de sus dedos el toreo que duele, que hiere. Ese que llega directamente al alma. Como ese cante de Camarón de la Isla. Como esas coplas viejas que hablan de sufrimiento y amores. Como ese sentir flamenco hecho arte que hace temblar de emoción la garganta de Dolores Agujetas.

El viernes en Castelló, el torero sevillano redimió de la lluvia, el frío y la humedad a los aficionados con una obra colosal. Los paraguas, chubasqueros -incluso alguno de ellos amarillos- y abrigos dominaron la vestimenta urbana de los tendidos toda la tarde. Sobre ese color inestable de ceniza en las nubes, se prendió la luz del toreo. Porque las nubes oscuras, lechosas, son como el toreo: corren hacia la nada para intentar permanecer.

Aguado recogió espléndidamente la embestida con la yema de los dedos, con delicadeza, para que se notase que el tacto en el toreo es fundamental para potenciar la embestida del tercer toro de Juan Pedro Domecq.

Una red de torería, con acequias de valor, convertía sus muñecas en el árbol genealógico del toreo. Una soflama de arte que redimía los meses sin toros en pandemia. Una aventura heráldica de todos los conceptos del toreo que se concentraban en su propio concepto. Sabedor del privilegio creador, sin freno, que el hombre reserva al hombre, Aguado realizó una faena sabrosa, con aromas de antaño.

Un trincherazo monumental se elevó ancho y libre hacia el firmamento como una concreción de sus anhelos y sus aspiraciones. Sus naturales tenían la dilección de poeta. Por la mano derecha, por donde se hilvanó la obra, florecían esos muletazos de una ligereza lopesca, volátil, airosa. Por no hablar del inicio genuflexo, con la rodilla en tierra, tan profundo como poderoso. Una cadencia sin segundos. Un arrecife que linda con la espeluznante inmortalidad de su tauromaquia.

Porque su toreo es como una fuente cristalina y amorosa, que va manando casi calladamente con un son apacible, melódico. Una faena con densos líquidos que se filtraban inevitablemente. Porque Aguado, tan natural, tan puro, torea casi sin darse cuenta.