A sus 39 años, Emilio de Justo tiene este Domingo de Ramos la posibilidad de darle un bocado a la historia del toreo. Si el torero de Torrejoncillo (Cáceres) mantiene la formidable dinámica de sus últimas tardes en Madrid y es capaz de cruzar la puerta grande igualará, en número de salidas, a maestros de la talla de Luis Francisco Esplá, Manolete, Ortega Cano o José Miguel Arroyo, “Joselito”. Cuatro umbrales contemplan a cada uno de ellos.

Cuando Emilio de Justo haga el paseíllo mañana en Las Ventas le asaltarán los recuerdos de la adolescencia, pasajes que han permanecido dormidos en algún pliegue oscuro de su memoria y que despertarán de pronto como después de un largo coma: hacer el paseíllo solo para lidiar seis toros es cumplir la máxima de su vocación, la misma le que he llevado a anteponer el toreo a prácticamente todo en su vida, incluso hasta su familia, tal como él mismo aseguró en una reciente entrevista con Levante-EMV.

Hacer ese camino arropado por su cuadrilla, con banderilleros como Chacón, Arruga, Revuelta o Morenito de Arles, es echar mano de un pozo en el que arrojar todo lo que él ha sido alguna vez en su carrera como torero aquellas mañanas de ostracismo y entrenamiento en soledad. Es entender las horas muertas que se descompusieron con la muleta en sus manos hasta que una tarde, por fin, tuvo suerte en Francia tras once años de alternativa y sacrificio. Pese a levantar el vuelo con 35 años, nunca pensó en abandonar su profesión porque el toreo -asegura- “es la pasión de su vida”.

Para él no hay vida más allá de mañana. Y lo dice sin rubor, sin tropezar en ninguna letra. Porque él asume con una naturalidad insultante el duelo a cara o cruz con los seis ejemplares de Domingo Hernández, Pallarés, Parladé, Victoriano del Río, Victorino Martín y Palha, rechazados estos dos últimos en el primer reconocimiento. Decidió la gesta sin pensar en Iván Fandiño -el último en hacerlo un Domingo de Ramos-, solo por “agradecimiento a la plaza más importante del mundo”.

Su gesto significa la enunciación de una poética pero, sobre todo, la explicitación de una dificultad. Y puede suponer un antes y un después en su carrera. Porque su aterrizaje ha supuesto un órdago a lo grande en un circuito de figuras que hasta ahora era relativamente estático, con una jerarquía muy predefinida.

Es un claro especialista en la diversidad ganadera. Y eso marca la diferencia. Así que su nombre se unirá al de figuras como Antonio Bienvenida, Andrés Vázquez, Ruiz Miguel o El Niño de la Capea. En última instancia y con menos suerte, al de Talavante, El Cid o Ferrera. No todos han triunfado en un festejo de seis toros. ¿Por qué unos lo consiguen y otros no? ¿Por falta de inspiración? ¿Por ofuscación sentimental, por falta de entendimiento y de comprensión?

Emilio de Justo tiene el conocimiento y la disciplina para hacerlo, anda con la confianza necesaria, sin ese titubeo característico de los que empiezan. No conoce sus límites, por tanto, no tiene límites y su toreo se expande sin control en todas las direcciones, en todos los toros. Suerte.