Ángel Téllez volvía a Madrid tras coger la sustitución del lesionado Emilio de Justo en uno de los carteles de la feria. Volvía con ese vestido blanco y plata que tantos triunfos le otorgó a Palomo Linares y que para él también es ya talismán tras salir por la puerta grande de Madrid. Volvía a San Isidro despojado de toda aprensión nerviosa pese a estar con Diego Urdiales y Alejandro Talavante. Volvía, casi como tapado, a la espera de ese rugido volcánico de la plaza más exigente del mundo que, a pesar de ser un torero nuevo y poco toreado, ya sintió en su anterior comparecencia frente a los toros de Arauz de Robles.

Con la actitud frente al primero de Victoriano del Río, de nombre “Enamorado II” y que acabó apagándose demasiado pronto, disipó todas las dudas de la parroquia venteña y con la manera de triunfar frente al sexto consiguió algo único: hacer paladear a la afición la sensación del toreo puro como concepto. Ese temblor que sucede, que llega sin aviso y que ya es irreparable porque no termina nunca en la memoria.

La faena a ese sexto, “Viajero” de Toros de Cortés, fue monumental, de una intensidad única. Porque el calambre sensorial del toreo en Madrid es muy exclusivo. Su sacudida emocional también. Ahí, en ese norte magnético que alinea la loca dispersión de las brújulas espirituales, el toreo se siente como una experiencia portentosa que se vive en cuentagotas por su carácter efímero, por su esplendor sacral magnánimo.

Un natural extraordinario de Téllez Miguel Oses

El mal uso de la espada le privó de las dos orejas rotundas de ese “Viajero”. Y con esa embestida seria de cinqueño pero con una clase excepcional, de gran categoría, Téllez demostró que posee una muleta única. Por su serenidad, por su solemnidad, por lo despacioso y firme que la maneja, y por la hondura que intenta proyectar en cada pase. Y el temple como virtud más clara.

Madrid se puso en pie varias veces. Pero una tanda por el pintón derecho, con un trazo larguísimo y enroscado, un cambio de mano y un pase de pecho con la mirada en el tendido fueron una descarga eléctrica. Otra tanda de naturales, dando el pecho, alargando al máximo el viaje y rematándolos detrás de la cadera, fueron dignos de poner a los cartelistas taurinos manos a la obra.

Otra de las claves de su concepto, como demostró en su primero, es la manera de ligar los muletazos. No pierde un solo paso, gira sobre el talón de la pierna de entrada para volver a ejecutar la suerte hasta apurar el ajuste hasta el límite.

Urdiales realizó un ejercicio de sabiduría taurina para dibujar pasajes de bella factura en el cuarto y Talavante sigue sin estar.

La tarde de ayer fue, directamente, el sueño del toreo, la revelación humana a través del misterio del arte de torear. La belleza poderosa y poética del torero Ángel Téllez.