Santiago Grisolía García vivió la fiesta de los toros sobre la que se decían versos a golpe de esquilón y se pedía dinero a golpe de hucha de barro. Esa época donde la gente se quedaba largas horas conversando en cafés de viejos novios y periódicos humeantes de literatura sobre las faenas vistas durante la tarde en la plaza de toros.

El laureado bioquímico se enamoró de los toros en los "Bous a la mar" de Dénia, donde incluso se puso delante de un animal de más de 300 kilos para arrojarse al Mediterráneo. Una experiencia difícil de olvidar.

Sus ojos presidieron, casi sin sin quererlo, medio siglo de bohemia torera y literaria a pesar de la desamortización artística que había hecho concienzudamente la guerra. Tanto es así que el presidente del Consell Valencià de Cultura conoció a una de las grandes figuras que ha parido la historia del toreo: Manuel Rodríguez, "Manolete". Según contó él en más de una ocasión, fue en noviembre de 1945, fecha en la que viajó en barco para ir a Estados Unidos por primera vez. Precisamente, ese año, Manolete cortó la primera oreja de la temporada valenciana en el primer festejo de la Feria de Fallas a un Albaserrada.

En aquella travesía que duró un mes, compartida con su amigo Mariano Yecla, coincidió con el Monstruo cordobés y comprobó cómo desplegaba ese magnetismo eléctrico en la corta distancia que se desbocaba en cada faena delante del toro y permitía la fabulación y el adorno: "Me pareció un hombre elegante, con el pelo engominado siempre peinado hacia atrás y un olor intenso a tabaco", escribió en un artículo publicado en la Revista Quites de la Diputación de València.

Se enteró de su trágica muerte en la plaza de toros de Linares cuando regresó a España a finales de 1947, año en el que trabajó en la Universidad de Chicago con la bioquímica noruega Birgit Vennesland. Recordaba que la fatídica noticia se la contó su profesor Jiménez Díaz, miembro del tribunal que evaluó su tesis doctoral.

Sobre ese primer viaje a Estados Unidos, le sorprendió la afición a los toros que allí había y la simpatía por los toreros, a los que los americanos llamaban "matadores". La razón era que leían con devoción las historias de Hemingway recogidas en su libro Fiesta.

En el mismo texto de la Revista Quites, Grisolía recuerda su amistad y admiración por Enrique Ponce, al que define como el primer matador en ser miembro de la Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba. Ahí también evoca una de las últimas corridas de toros a las que asistió. Fue en las Fallas del 2015, el día de la reaparición en València de Vicente Ruiz, "El Soro", "otro ejemplo de valentía y coraje" le define.

En estos últimos años, el científico alegaba que ya era mayor para ir a las plazas de toros por la "tensión" que suponía ver jugarse la vida a una persona. "Siempre admiraré la estética de esos pases, esos quites y esas verónicas, que son una coreografía improvisada y muchas veces, cuando la realiza un maestro con talento, de una belleza estética conmovedora, como las piezas de jazz que tanto me gustan", concluyó la publicación de la Diputación de València.