La plenitud de Daniel Luque

El torero sevillano muestra su versión más capaz y torera delante de un victorino de buena clase que tuvo que macerar con su buena lidia - Ureña no corona su apuesta en la Feria de Fallas tras encontrarse delante a tres toros vacíos

Jaime Roch

Jaime Roch

Justo al entrar a la plaza se escuchó un estruendo. Era un petardo, pero en el fondo parecía un ruido de sables previo al paseíllo mientras un dulce azul efímero se desplazaba por el cielo. La primavera empezaba a despuntar.

Un remoto gusto por la peligrosidad te arrastraba a la corrida de toros de Victorino Martín. Su presencia en el cartel aterrorizaba, en cierto sentido, solo con leer su nombre. La ambición particular de los dos toreros daba aires de grandeza a la tarde. Sensaciones fuertes. Jugarse la vida era un pacto de caballeros comprometido como traca final al ciclo fallero. Y así fue.

Sobre todo, a partir del cuarto, mientras la tarde se vencía inevitablemente en el letargo absoluto dentro de una corrida fea de hechuras, desigual e impresentable para una feria de primera categoría como las Fallas. Y no será por toros en el campo. Solo el sexto fue aplaudido de salida. 

En ese cuarto, «Hebijón» de nombre, no fue un toro fácil para el torero, pero sí emocionante para el gran público. A pesar de que se picó muy mal por parte de «El Patillas», mostró alegría en banderillas y tuvo buena clase en la muleta. Pero esa buena condición la desarrolló gracias a la plenitud del torero que tuvo delante: Daniel Luque. 

El torero de Gerena hipnotizó la embestida, la sedujo y, al mismo tiempo, se sintió dueño de las millones de estrellas que pueblan el universo tras brindar su faena al público. Porque estar ahí delante, señoras y señores, no fue nada fácil. La clave: el temple que imprimió en cada tanda. Su muleta era una almohada en la que descansaba esa embestida caprichosa. Un océano de caricias. Sutil en el toque, profundo en el embarque y largo en el trazo. Y claro, la gente despertó. No tenía otra.

El triunfo de Daniel Luque en la Feria de Fallas

El triunfo de Daniel Luque en la Feria de Fallas / Germán Caballero

El encuentro entre Luque y el victorino fue intenso. Pero, sobre todo, por el valor demostrado. Asustó y a él también le asustaría aguantar impertérrito las miradas del cárdeno. Pero no le dio pánico pisar las brasas. Fue como abrazar a un desconocido. Como pisar el abismo. Sin disipar la duda de la cornada en cada embroque. Pura incertidumbre. Una entrega feroz por parte del sevillano. Y todo ello con un excelente sentido de la técnica clásica del arte de torear: a su altura, en su terreno y apretándole cuando lo merecía. Y ahí fluyó el toreo con una serie honda y desmayada por el pitón derecho. Relajado y con gusto. En ese momento, no existían en los tendidos las palabras ni los actos más allá del silencio y la atención a ese torero. 

Otra serie al natural, siempre enganchando adelante el toro, rebosó claridad y ambición. Los pases de pecho también fueron monumentales por lentitud y expresión. Con una cadencia extraordinaria. Ante el peligro, demostró pureza. Ante lo incierto, firmeza y seguridad. Una serie a pies juntos al final de faena fue preciosa y una estocada entera puso el triunfo en sus manos.

Pese a la fuerte petición de las dos orejas, el presidente solo concedió una. El palco se ha mostrado demasiado cicatero con unos toreros y muy benevolente con otros durante esta feria. Y el público estalló enfadado. No era para menos: era una faena de dos.

Su primero fue un toro falto de fortaleza y de raza -la tónica general de la corrida- que desarrolló sentido muy rápidamente a pesar de su humillación, apuntada desde el inicio con el capote. Luque supo sujetarlo en la muleta a base de citarlo con el engaño retrasado para aprovechar la media embestida. Sacó naturales con clase y ajuste, pero pinchó y el premio se esfumó. En el sexto, que se lo brindó a su padre en el día del patrón de los padres, fue todo corazón y se dejó lamer la taleguilla con los pitones como si firmase un pacto macerado con el toro a través del fermento del valor para salir en hombros. Pero se apagó muy rápido.

Paco Ureña no pudo coronar su apuesta en esta Feria de Fallas tras pechar con tres toros flojos y vacíos de casta. En el quinto se jugó el pellejo a pesar de las avises intenciones del ejemplar y en el primero dejó series de naturales sentidas y templadas, pero la espada no viajó certera y se evaporó cualquier tipo de premio.

Los banderilleros merecen atención suficiente: Juan Contreras y Arruga se desmonteraron en el segundo; Curro Javier también hizo lo propio en el cuarto tras un par superior de ajuste; e Iván García también en el sexto tras dos pares que pusieron la plaza en pie. 

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