Análisis

Roca Rey y Rufo, príncipes de Sevilla y del futuro

El torero de Lima (Perú) y el joven de Pepino (Toledo) logran conquistar la preciada gloria de la Real Maestranza en un ciclo que ha contado con grandes toros de Victorino, El Parralejo o Matilla

Roca Rey y Tomás Rufo por la Puerta del Príncipe de Sevilla

Roca Rey y Tomás Rufo por la Puerta del Príncipe de Sevilla / EFE

Jaime Roch

Jaime Roch

Ver toros en la Real Maestranza de Sevilla es maravilloso. Una placer para los sentidos. Cada tendido tiene sus códigos, su idiosincrasia, suena diferente cada ole. Resulta una aberración diluirla en una simple definición. Hay que vivirla. Y claro, hasta allí que acudimos los seres humanos.

Porque precisamente buscamos pruebas de nuestra existencia y de que somos verdaderamente quienes creemos ser desde el día que nacemos. Por eso acudimos a una plaza de toros. Por eso nos emocionamos con el toreo. Ahí encontramos la respuesta porque nos ponemos en el espejo de la propia fragilidad. Y la vida está en juego.

«No he parado de llorar», aseguró Fernando, el padre de Andrés Roca Rey nada más entrar al Hotel Colón de Sevilla con una de felicidad a la altura de muy pocas situaciones. La cara de su madre no se quedaba atrás. 

Inteligente, a veces impresionante, siempre insobornable, anárquico en cierto modo también, el torero peruano dispuso en grado superlativo de una exultante capacidad para fusionar la pasión y el conocimiento por el toreo. Los terrenos y la profundidad fueron claves en sus dos faenas a los Núñez del Cuvillo. Hay más libertad en ese viento salvaje que traslada Andrés Roca Rey con esa tauromaquia tan volcánica delante de los toros que en ir a votar cada cuatro años. Es un anarquista cósmico. Un milagro o una revelación. Qué torero más necesario para el siglo XXI. La grandeza. Sevilla a sus pies.

Tomás Rufo

Tomás Rufo / Julio Munoz

Por su parte, Tomás Rufo conquistó su segunda Puerta del Príncipe tras confirmar su madurez y su proyección. En su trazo del muletazo, sea como fuere, concentra la ley universal del toreo: muñeca y cintura. Para llegar al sometimiento y la profundidad. Y pisa unos terrenos que seducen a la mayoría de las embestidas. Tiene madera de figura grande. Paseó las dos orejas del tercero de la tarde, un bravo y emotivo toro de Jandilla que repetía entregado y con hondas arrancadas. En el sexto, otro de los preciosos jandillas del encierro, le puso en bandeja ese triunfo con una profunda clase y en especial por lado izquierdo superior.

Por su parte, Emilio de Justo cortó las dos orejas de «Filósofo», de García Jiménez. Un extraordinario toro en la muleta premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre . Midió en la cercanía, pero se rebosó en la muleta con bravura hasta el final del muletazo. La armonía, la elevación del toreo, la grandiosidad de su expresión. Emilio de Justo cuajó la faena de su vida en la Maestranza de Sevilla. Qué difícil es estar así con un toro de gran categoría, infinita transmisión y preciosa hechura. «Filósofo» le abrió las puertas del cielo. Un intratable Luque también paseó las dos orejas de «Príncipe», un gran toro de El Parralejo que también fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre . O un muy capaz y generoso Manuel Escribano también cortó las dos orejas a «Patatero» que fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre y era hijo de «Cobradiezmos».

Para el final: Juan Ortega. Mueve las muñecas a la velocidad de óleo. Porque ellas atesoran el don de esa belleza que hierra nostálgica en la memoria de los aficionados para siempre. Vayan a verlo.

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