Con Nek Romero, hay torero

El novillero de Algemesí corta las dos orejas tras una magnífica faena a un gran novillo de Guadaira premiado merecidamente con la vuelta al ruedo

Jaime Roch

Jaime Roch

Un remolino de gente se agolpaba en la calle Xàtiva para ver salir a Nek Romero por su primera puerta grande de València como novillero con picadores tras el festejo con motivo del Centenario de la Coronación de la Virgen de los Desamparados. Todos los que le esperaban se habían emocionado con su toreo en el último capítulo de la fría tarde de ayer.

El novillero de Algemesí, ese pueblo que es un caldo de cultivo maravilloso para la afición taurina, se encontró con la suerte en sus manos: «Pensamiento» se llamaba el ejemplar de Guadaira premiado merecidamente con la vuelta al ruedo y que fue una máquina de embestir en su muleta. No era nada fácil estar a su altura, sobre todo, por la exigente forma que tenía de colocar la cara. Iba larga, profunda y también humillada pero había que tirar de ella con la muleta muy empapada en su hocico. Antes, el novillo se arrancó con alegría y de lejos en una gran suerte de varas interpretada por Francisco Ponz «Puchano», ovacionado fuertemente por el público.

Pero Nek Romero lo tuvo muy claro desde el principio. Brindó su faena al público y, como decía el maestro Antoñete, lo hizo pronto y en la mano: citó de lejos al natural y quieto como un mástil de bandera, empezó a ligar naturales. Y ahí, en una baldosa de la boca de riego, ya surgió el toreo. Volaba su muleta mecida y honda hasta detrás de la cadera, con el novillo ajustado a su cuerpo y las emociones desatadas en los tendidos. Porque el toreo auténtico te envuelve en una espiral de conmoción de la que es difícil salir cuando lo ves y lo sientes. 

Su muleta dormía ese fulgor de la bravura y «Pensamiento» se acogía a su don sagrado: la entrega inmarcesible. El animal era un manjar de clase, pero pedía temple y sitio, virtudes nada fáciles de encontrar y que Nek Romero las atesora en sus muñecas y pensamiento. Dos series de derechazos largos y profundos también fueron extraordinarias, con esa resonancia única y hasta corpórea que tiene el toreo

La puerta grande de Nek Romero en València, en imágenes

Nek Romero durante la vuelta al ruedo del novillo de Guadaira / Nautalia/Litugo

El público, conmovido, veía flotar de nuevo la ilusión de una esperanza del toreo nacida en València. Porque flotaba en movimiento el toreo, la energía honesta y hasta salvaje de esa pasión desbordante de vida que se entierra directamente en la memoria. Como la sonrisa que lucía Nek tras pasear las dos orejas conquistadas. Esta vez, al fin, lo vio claro con la espada y se volcó encima del novillo en los mismos medios. La plaza, con la respiración quieta, estalló tras una buena estocada y lo sacó en volandas por la puerta grande. 

En su primero pudo cortar una oreja después de una faena inteligente en la que nunca se rindió y siempre buscó la mejor colocación en beneficio del ejemplar, soso y falto de casta. Pero pinchó y fue silenciado.

Otro novillo de nota

Manuel Caballero paseó una oreja del otro buen ejemplar de la tarde: el quinto, un torete precioso con más de 500 kilos. Embestía con seriedad y franqueza. También con codicia y fue largo en su recorrido por los engañosos. Pero solo tras una fea voltereta sin consecuencias, el novillero de Albacete le cogió el aire y toreó con cierta armonía. Pinchó antes de dejar una estocada entera. El novillo fue para más. Mucho más. En su primero no pasó de discreto ante un auténtico inválido para la lidia.

Sergio Rodríguez dio una vuelta al ruedo por su cuenta en el primero, un ejemplar de buena condición que fue pronto y fijo con el que se mostró amontonado. El presidente Pedro Valero desatendió correctamente la petición de trofeo. No tuvo mayor lucidez en el cuarto.

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