Las últimas lecciones de Ponce: "Mi trayectoria ha sido un milagro"

El maestro de Chiva abre las puertas de su intimidad mientras tiene lugar la sagrada transformación de la persona en el torero, una escena única y exclusiva para Levante-EMV minutos antes de jugarse la vida

Ponce, antes de jugarse la vida: "No me acostumbro al vestido de torear"

Jaime Roch

Jaime Roch

Jaime Roch

Murcia

Pasadas las 16.30 horas, Enrique Ponce abre la habitación 711, una suite moderna llamada 'Las Damas' de la séptima planta del Hotel Nelva de Murcia. Apenas falta hora y media para que arranque la goyesca que comparte mano a mano con Pepín Liria y el maestro de Chiva se reencuentra con su padre y su tío Leandro, el hijo de su mítico abuelo con el que empezó su sueño de ser torero. 

Tres vestidos goyescos aguardan la espera de la elección. Cuelgan de la pared del salón-comedor dos exclusivos diseños de Lorenzo Caprile, uno en raso de seda y algodón color tabaco que estrenó en Ronda en 2010 y otro azul noche con bordados en oro y azabache que se puso en Murcia dos años más tarde. Pero el elegido es uno que estrenó este septiembre en Arles (Francia), un negro bordado en oro. 

La mesa de justo al lado de los trajes se ha transformado en un altar. Una exaltación de su espiritualidad, testimonio de fe y vida. Estampas de vírgenes, cristos y santos. Un cirio con la Virgen de los Desamparados, agua de la Inmaculada de Lourdes, medallas, cruces y cintas… No cabe una más en su particular capilla y frente a ella se sitúa los últimos segundos antes de partir a la plaza, cuando se queda solo en la habitación, con la inminente necesidad de ampararse a Dios, en busca del milagro del toreo

Tras un abrazo con sus familiares, la naturalidad improvisada de Ponce le hace reflexionar sobre su retirada, el final de una trayectoria única en la historia del toreo, que prácticamente culmina el sueño compartido de Gallito y su conocimiento oceánico del toro, las querencias, los terrenos y las distintas alturas para torearlo, es decir, el dominio definitivo de la lidia, del arte de torear. 

«Papá, por favor, dale al botoncito del aire, que lo he apagado porque hacía fresquillo», le comenta a Emilio, el progenitor de una leyenda, mientras se sienta en el sofá para escarbar más profundamente en la conciencia personal de su tauromaquia: «Estoy toreando con una naturalidad, un poso y unas formas que posiblemente sean las mejores de mi vida», señala de entrada, lleno de paz y sinceridad. Y es que Ponce no es un torero más. Ni siquiera una figura de época con su realidad temporal y todo cuando ello conlleva a sus 52 años y 34 de alternativa. Ponce es un eslabón evolutivo trascendental del toreo

Las innumerables estampas, medallas, cirios y cintas de santos, crístos y vírgenes a los que se ampara Ponce antes de torear

Las innumerables estampas, medallas, cirios y cintas de santos, crístos y vírgenes a los que se ampara Ponce antes de torear / J.R.

"No pienso que va a ser mi última tarde"

¿Cuáles son sus sensaciones en la frontera de su retirada?

Muy buenas, he buscado siempre mejorar, mejorarme a mí mismo y buscar y profundizar en mi concepto del toreo. Conservo ahora un asentamiento y un poso en mi concepto que ha sorprendido.

La última será en la plaza de toros València el próximo miércoles, 9 d'Octubre.

En España, sí. Pero, la verdad, es que antes de salir a torear tampoco pienso que va a ser mi última tarde en una plaza u otra… Porque cuando sale el toro, en lo único que pienso es en torear bien.

¿Cómo definiría esa solera que tiene ahora?

Creo que no se puede explicar. Eso es algo que ni se puede aprender ni se puede buscar. Te llega porque nace de dentro, del sentimiento. 

¿Es la maestría?

Puede ser... De repente, hay un sentimiento que lo definiría espiritual, ¿no? Y creo que esa es la gran diferencia porque ese poso y esa madurez solo te la da el tiempo, los años... Y, la verdad, es contradictorio, porque posiblemente cuando uno mejor está, con ese aplomo delante del toro, pues es cuando te tienes que ir. En ese sentido, creo que hay muchos toreros que nunca llegarán a tener esa plenitud. Sobre todo, porque se fueron antes de tiempo.

¿Ese sentimiento espiritual llega con la plenitud?

Sí, y la plenitud llega con la ilusión. La ilusión es la misma o más posiblemente que cuando empecé… La ilusión llega cuando entras por última vez a una plaza de toros y la gente espera lo mejor de ti. La ilusión es lo que quizá más mantenga y más se parezca al niño que empezó a querer ser torero.

Entiendo.

Insisto, pero eso te lo tiene que dar Dios. A eso no se puede llegar. No es algo que tú puedas elegir ni trabajar. Se tiene o no se tiene. 

¿Qué queda de ese niño que soñó con ser torero? 

Todo. El concepto y, por ejemplo, esa ilusión. Ahora miro hacia atrás, después de tantos años, y veo que ese niño si mira hacia adelante se encuentra con el Enrique Ponce de ahora.

El rostro de seriedad del maestro avanza conforme se pone las partes del vestido goyesco

El rostro de seriedad del maestro avanza conforme se pone las partes del vestido goyesco / J.R.

¿Y eso cómo lo explicaría?

Es un milagro. Si analizamos lo difícil que es buscar ese sueño y llegar a alcanzar el hecho de ser figura del toreo, la culminación del mismo sueño que tuve de niño, pues es prácticamente casi imposible. Por eso considero que mi trayectoria ha sido un auténtico milagro.

¿Qué busca ahora como torero?

Ralentizar la embestida de los toros, buscar cada vez mayor naturalidad delante de ellos. En mi toreo, ahora persigo la suavidad, que todo fluya completamente para llegar a ese sentimiento que hemos definido como espiritual y, en definitiva, conectar con la gente. Así que me voy del toreo con la plenitud alcanzada de llegar a torear como un día soñé. 

¿Es feliz?

Sí, y eso también se nota en la plaza delante del toro. El toreo, en ese sentido, es muy transparente. 

¿Cuál es el estado de su felicidad perfecta?

Estar a gusto con quien te rodea y tener la tranquilidad de no arrepentirse de hacer las cosas mal.

¿Qué cualidad aprecia más de un toro?

La nobleza, que es la entrega total del animal con toda su verdad.

¿Y en una persona?

También la nobleza, que junto a la humildad creo que son valores importantísimos para vivir. 

¿Qué espera del futuro?

Ser feliz y vivir.

El mozo de espadas, Rubén Arijo, ajusta el corbatín negro segundos antes de salir a la plaza.

El mozo de espadas, Rubén Arijo, ajusta el corbatín negro segundos antes de salir a la plaza. / J.R.

La sagrada transformación

Nada turba la atmósfera de la exclusiva suite y da comienzo la sagrada transformación de la persona, Enrique, en el torero, Ponce. Los nervios previos a jugarse la vida, tan lógicos, normales para cualquier otro mortal, no los aparenta apenas. Pero el silencio envuelve la magia de la realidad, un instante que congela el tiempo. Su fino cuerpo custodia lo vivido y la metamorfosis de su humanidad, el heroísmo último del siglo XXI, señala el porvenir de la tarde de toros cuando se hunde en el traje de luces. Su esencia adquiere inmaterialidad, se fortalece en esos momentos de flaqueza para otros. En su bordado goyesco laten las recónditas ilusiones de su toreo, los recuerdos más íntimos de su trayectoria, felices a veces y dolorosos en otras ocasiones. Fugaces instantes todos ellos de la infancia y de la vida del torero, que siguen encendidos e iluminan trayectos importantes de su itinerario taurómaco en el año de su adiós, que terminará en México en 2025: «Nunca se acostumbra uno al vestido de torear, aunque sean las últimas veces. Pero casi siempre tengo buenas sensaciones y creo que eso es lo verdaderamente bonito de ponérselo». ¿Qué es torear?, le preguntamos a minutos de hacerlo en una plaza: «En definitiva, creo que es poder sacar de dentro de ti un sentimiento para crear una obra de arte delante de un toro. Es plasmar con tu cuerpo, con tu figura y la embestida del animal una faena que quede en la retina de todo aquel que la ve».

Su mozo de espadas, Rubén Arijo, le ata los machos. Con las muñecas, el torero ya transmutado repite sus pases una otra vez. Dibuja al aire un natural, una verónica con sus dos manos… como si se metiese de lleno en la tarde. Ya no hay vuelta atrás. A continuación, Ponce le pide a Ana, su pareja, que le ayude a elegir el corbatín para ese día. Uno de color negro, a conjunto con el traje. El rostro se vuelve más serio todavía tras ajustarse la chaquetilla. Termina el proceso que sufren los artistas, pero aquí, en los toreros, lo auténtico consiste en que puede ser la última vez.

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