Tras la DANA, la ilusión de dos niños

Los pequeños Javier y Blai juegan al toro como refugio en el largo camino hacia la reconstrucción de las calles de Algemesí

Los pequeños Javier, con el capote, y Blai, que hace de toro, en las calles de Algemesí tras la DANA.

Los pequeños Javier, con el capote, y Blai, que hace de toro, en las calles de Algemesí tras la DANA. / Moisés Castell

Jaime Roch

Jaime Roch

València

Cuando el agua entró en su casa, lo primero que salvó Javier, de tan solo cuatro años, fue su capote y su muleta. Ahora, este niño de Algemesí que ya no puede dormir en su casa porque acabó arrasada por la DANA, ha protagonizado uno de los momentos emotivos de esta tragedia: una foto de Moisés Castell de dos niños jugando al toro en las calles embarradas de Algemesí

Los cargueros de esperanza que supone el toreo para estos niños, con su inocencia y con un capote y una muleta en las manos, entre los escombros de la desolación en Algemesí se traduce en la angustiosa necesidad de buscar un refugio ahora mismo. La necesidad de encontrar asideros vitales, fijados en la recuperación de la cotidianidad, los reclamos familiares, la mediación de la pasión del toreo como interlocutor sedativo en medio del drama. La foto atesora un especial poder de percepción. La humanidad reducida en un instante. La semilla de la vida tras el enorme campo de minas que ha supuesto esta mortífera DANA desdel pasado 29 de octubre. Esa necesidad, esa propensión de retener en sus manos el capote y la muleta en medio del drama, posee un sutil sentido de lenguaje en sus más poderosas ramificaciones expresivas: la esperanza en su futuro.

"Javier quiere ser torero"

En definitiva, es la ilusión por el toreo de Javier, de tan solo cuatro años, y Blai, de ocho, y también la imagen ofrecida junto a sus hermanos, tan espontánea como extraordinaria. La intensidad de las pasiones despiertas de esos pequeños y la enormidad de motivos para mirar hacia delante: "Javier quiere ser torero, pero nadie le ha ensañado. Él ve los vídeos de toreros como Emilio de Justo, Morante de la Puebla o Roca Rey y los interpreta a su manera", señala su padre. 

Así que Javier heredó la afición de su abuelo Juan Manuel 'Chamorro' y su bisabuelo Pedro, no se pierde una novillada en su pueblo en el cadafal 'Només tinc un' y profesa admiración al novillero local Juan Alberto Torrijos: "Siempre me pide ir a su casa y el novillero le enseña los vestidos, sus trastos de torear…", concluye su padre. 

Javier comparte pasión con Blai, hijo del fotógrafo Moisés Castell y quien se aficionó tras ir a los toros con su padre durante la Setmana de Bous de Algemesí: "Se asusta cuando ve el toro de cerca", señala su padre. 

Pasqual, hermano de Blai, hace de picador.

Pasqual, hermano de Blai, hace de picador. / Moisés Castell

La invitación del Capea

Ambos niños representan un fascinante espectáculo en sí mismo, como si el toreo cumpliera aquí una función salvadora tras la DANA. Así que tras ver la foto, Pedro Gutiérrez 'El Capea', hijo del mítico 'Niño de la Capea', no se pudo resistir a la tentación de invitar a los pequeños a su finca de Salamanca para ver la vida del toro: "La foto me transmitió mucho, sobre todo, porque dos niños no han perdido la ilusión por el toreo en mitad de tanta tragedia. Esos niños sueñan con estar en una plaza de toros vestidos de torero", manifiesta el diestro salmantino.

El encuentro de los niños con el torero se producirá pronto, antes de finalizar el año, cuando tenga lugar el festival a favor de los damnificados de la DANA en Alba de Tormes (Salamanca). 

Los pequeños Javier y Blai demuestran, pese a todo, que la ilusión es una sustancia infinita, inmutable y omnipotente. Que tienen a la tauromaquia como certeza de la propia existencia y como necesidad de hallar un punto de partida para construir el futuro. Gracias al toreo, ellos han encontrado casi de modo instintivo la acertada combinación de su felicidad en tiempos propios de guerra. 

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