Aarón Palacio, una delicia de torero

Quien no fue se lo perdió. Para lo ilusionante del cartel, fue poca la afición que se acercó hasta la plaza de toros de Valencia para ver a tres novilleros con futuro y proyección. Pero ya se sabe que el reclamo ante las taquillas no siempre está acorde con la calidad de lo que se anuncia. Sin embargo, quien se sentó este sábado en los tendidos del coso, salió satisfecho e ilusionado. La tarde dio motivos para la esperanza. Entre otras razones, porque se vio torear. Y además muy bien. Especialmente a Aarón Palacio, nuevo en esta plaza como sus otros dos compañeros de cartel. 

Pero el novillero nacido en la comarca zaragozana de Cinco Villas marcó la diferencia y perdió la puerta grande con los aceros. Y eso que la novillada de Talavante, con reses bien presentadas, algunas pastueñas, no acabó de colaborar del todo por la falta de fuerzas. 

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Las formas de Palacio

Pero, insisto, el toreo de Aaron Palacio fue una delicia. Con la izquierda citaba echando el peso del cuerpo en la pierna derecha, y conforme se venía el novillo, el joven lo iba descargando a su izquierda a la vez que acompañaba la embestida con la cintura, con el pecho, con el mentón y hasta con las pestañas. Siempre también con la voluntad de torear hondo, en trazo curvilíneo. Dicho queda.

En su primero, los naturales, poco ligados, fueron de temple y caricia, de compás, de yemas y palmas de las manos. Y su toreo en redondo, más engarzado, de muleta tersa y pulso inigualable ante la flojedad del animal. Una estocada tras pinchazo puso la oreja en su mano. Sin olvidar las soberbias verónicas cargando la suerte y ganando terreno. 

En su segundo, se acopló rápidamente a su oponente y eso que no fue nada fácil por lo incierto de su embestida. La verdad es que el animal parecía un morucho, feo de hechuras a más no poder. Una vez más, demostró que sabe colocarse y anduvo con esa decisión del que quiere ser alguien en esto. Embraguetado, la mano baja, la cintura juncal, la muñeca rota. El toreo, en definitiva. Pero emborronó su labor con los aceros y escuchó un aviso. Pero da gusto verle en la plaza por la colocación, el sentido del temple, la técnica perfecta. Ni un tirón, ni un trallazo, todo suavidad. Ahí queda su imagen de torero de futuro. 

El niño prodigio

Marco Pérez, que se presentaba en Valencia con la vitola de niño prodigio, también se mostró dominador de la escena y del animal y demostró que va a ser un año importante para él, igual que paraAarónn Palacio. Paseó una oreja de su primero y también erró con los aceros en el quinto tras jugarse la vida. En ese segundo, un auténtico toro por su ofensiva cara, estuvo con esa capacidad que tanto le han cantado los últimos años. Había que estar ahí delante para robarle los muletazos con los pitones pasándole por la barriga y tan cerca de tablas. Le brindó esa labor a El Soro y el maestro de Foios, tan apasionado siempre, le correspondió con una floreada de trompeta. 

Por su parte, Juan Alberto Torrijos, nacido en Algemesí, estuvo voluntarioso, especialmente en el sexto y le cortó una oreja tras una gran estocada. Se le adivinan buenas formas y tuvo disposición para afrontar un compromiso de tanto nivel como presentarse en la plaza de Valencia como es la Feria de Fallas. 

Posdata

Como posdata, me quedo en la retina la imagen de Aarón Palacio y su apoderado Raul Gracia, El Tato, conversando o más bien lamentándose de haber perdido la puerta grande. Esas palabras entre toreros son las que hacen crecer a un novillero con tanto futuro en sus manos como Palacio. Merece tiempo y carteles. 

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