La Quinta, apoteosis de bravura delante del rey Felipe VI

Milagro en la plaza de toros de València tras ser cogido dramáticamente Borja Jiménez a la altura del pecho

Román sale por la puerta grande tras intentar sobreponerse a la exigente corrida de la divisa sevillana con un 'Famoso' de vuelta al ruedo con el que Puchano brilló a caballo

De la dramática cogida de Borja Jiménez al triunfo de Román y la apoteosis de La Quinta

Redacción Levante-EMV

Jaime Roch

Jaime Roch

València

Un escalofrío crujió los cimientos de la plaza de toros de València en el segundo de la tarde. El público se quedó helado, directamente enmudeció tras el shock que produjo la durísima cogida sufrida por Borja Jiménez. El torero sevillano estuvo cogido por el pecho durante unos segundos cuando realizó la suerte suprema. El toro no pasó de su jurisdicción, su fue directamente a por él a la altura de los pechos y lo zarandeó de manera muy fea. Justo en el embroque de una estocada que no pudo consumar, lo cogió de forma muy dura a la altura del torso en unos segundos dramáticos en los que se temió lo peor.

La gente que casi llenó el coso se llevaba las manos a la cabeza y, rápidamente, el joven matador de Espartinas fue llevado, desmadejado, a la enfermería, donde el equipo médico que dirige el doctor Cristóbal Zaragozá apreció múltiples contusiones y varetazos pero, afortunadamente, sin cornada. ¡Un auténtico milagro! Se le apareció la Gepertudeta, la Mareta de València, y tiró su manto para salvarle, literalmente, la vida. Como el dolor en la zona lumbar era muy fuerte, de la enfermería fue trasladado al Hospital La Salud para realizar un TAC completo y descartar lesiones mayores. Y eso que Borja Jiménez pidió que guardaran el quinto y sexto toro para lidiarlos él mismo en un arresto de épica, pero finalmente no pudo por su estado de salud. Tenía todo el cuerpo quebrantado.

El sentido del toreo

Antes del percance, el de Espartinas le hizo las cosas llenas de inteligencia, de valor consciente, de hondura muletera, de temple, de alturas y de colocación pese al sentido que desarrolló el toro al final. Dejó un inicio extraordinario, con la pierna genuflexa, cargando la suerte y con la rodilla en tierra, y llevando al toro hacia adelante, muy toreado. Le brindó su muerte a Felipe VI y, en el momento exacto, montó Borja la espada, y se tiró en lo alto, siendo cogido. Pero él quiere ser figura. Quiere en el sentido más amplio de la palabra. Así lo demostró en la plaza de toros de València.

Así que Román estoqueó lo seis toros -tal y como hizo hace un año en su tarde en solitario- y con la ganadería de La Quinta llegó el espectáculo a la Feria de Fallas, el miedo y, al final, también el toreo. Fue una tarde de apoteosis de bravura, en pocas palabras. Porque los seis cárdenos embistieron con sus mayores o menores posibilidades. Pero embistieron, sí, incluso el manso sexto. Especialmente para el recuerdo quedará el que se lidió en quinto lugar, de nombre ‘Famoso’, número 35, cárdeno oscuro, premiado merecidamente por el presidente Pedro Valero -¡qué acierto!- con la vuelta al ruedo gracias a su excelente condición en la muleta de un generosísimo Román y un gran tercio de varas de Francisco Ponz ‘Puchano’, arrancándose desde la boca de riego al peto del picador para llegar humillado con formidable intensidad. Gran pelea. Siendo bravo, que no cupo la menor duda, el toro vendió cara su vida en la muleta, por donde embistió con gran clase, repetidor y con transmisión. 

Así que el rey Felipe VI apareció en la plaza de toros de València como una feliz celebración, como si de golpe quitase todo ese complejo de factores sociales y morales referidos últimamente para intentar desacreditar la tauromaquia y vivir una tarde de toros en toda su extensión, como así fue. 

El monarca quiso ser testigo presencial del mano a mano entre Borja Jiménez y Román Collado, preferentemente argumentado por el luto del vestido en azabache de Jiménez, las entradas que la empresa regaló a los pueblos más afectados de la dana y la presencia en el día del patrón de un valenciano como Román tras sus tardes categóricas del año pasado. Un cartel que resultó ser de los últimos en cerrarse en la Feria de Fallas y que Felipe VI ratificó con su presencia. A buen seguro que durante la tarde y varias veces él mismo comprobó que efectivamente el toreo es un inmejorable vehículo de propagación de emociones fuertes. Muy fuertes en ocasiones como esta por la tensión que proyectó. Un complejo ritual de vida y muerte. El toreo, sí. Y con los toros de La Quinta en el cartel, más todavía.

Esplá, asesor de privilegio

Junto al rey estuvo el maestro Luis Francisco Esplá, quien le trasladaba las complejas claves artísticas de la tarde con provechoso y fértil lenguaje de su memoria de torero y pintor. Esplá es de esos matadores ilustrados, tan intelectuales que transforma su experiencia vivida delante del toro en lenguaje, lo convierte así en testimonio y otorga una nueva dimensión subjetiva al sentido del toreo. Como ocurrió ayer en el coso de la calle Xàtiva, especialmente en ese quinto toro. Aquí hubo una tanda al principio llena de calidad porque Román metió el pecho y jugó la cintura, y porque remató con un sensacional pase de pecho de pitón a mucho más allá del rabo. Tuvo muchísimo que torear y el torero valenciano no le volvió la cara para pasear una oreja que le permitió salir por la puerta grande. Otro apéndice paseó el espada de Benimaclet en el cuarto, de nombre ‘Pegajoso’, ovacionado en el arrastre. De aspecto más asaltillado, tuvo una embestida vibrante y seria, tremendamente exigente. 

Román sale por la puerta grande de Valencia tras lidiar los toros de La Quinta

Román sale por la puerta grande de Valencia tras lidiar los toros de La Quinta / Miguel Ángel Montesinos

Buen quite de Blázquez

El tercero, que brindó a la enfermería, fue precioso de hechuras, una pintura de toro, y tuvo gran son por el pitón derecho, el temple de los Santaloma-Buendía. Y templado anduvo el valenciano, quizá la virtud principal -más allá de la decisión- con la que afrontó una tarde difícil que se puso cuesta arriba desde el principio. Muy firme en todo momento y siempre con la muleta plantada por delante. El sexto, que se lo brindó a su padre, fue correoso. Y con él dejó un gran quite por chicuelinas el torero sobresaliente, Víctor Manuel Blázquez.

En su primero, que se lo brindó al rey Felipe VI, Román se mostró muy suelto a la verónica, manejando los vuelos del capote. Noblote y humillador, el toro se desplazó con franqueza. Duró poco, pero con lo poco que duró, lo cuajó. Una estocada defectuosa evaporó la opción del premio.

Así que Román plantó cara, de nuevo, a su tarde en solitario. Que no era nada fácil por la tremenda corrida de toros que lidió La Quinta. Honores de bravura.

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