Feria de Abril 2025

Sevilla, el Vaticano del toreo

Una sublime Feria de Abril de Morante marca la diferencia en el palo del arte en el que también sobresalen las obras de Diego Urdiales y Pablo Aguado

Una gran verónica del maestro Diego Urdiales en la pasada Feria de Abril de Sevilla.

Una gran verónica del maestro Diego Urdiales en la pasada Feria de Abril de Sevilla. / Agencias

Jaime Roch

Jaime Roch

Sevilla

"¡Ya hay Papa!". Corría la noticia en el tendido de la Real Maestranza de Caballeríacon el poder de la electricidad. A las 19.14 horas se abría el balcón central del Aula de las Bendiciones, situada sobre el pórtico de la Basílica de San Pedro, y León XIV aparecía en escena por primera vez. 

Justo al mismo tiempo empezaba la tarde en la que Diego Urdiales y Pablo Aguado hicieron el toreo en la Feria de Abril de Sevilla. 

El milagro de Urdiales

En cuestiones religiosas, el toreo de Urdiales fue un milagro. Nadie lo esperaba. Pero fue tan hermoso el momento de cuajar aquella obra en aquel marco tan incomparable, que enseguida se supo que nunca se iba a poder narrar exactamente en toda su dimensión.

Aquí nada fue insuficiente o excesivo, según las rigurosas demandas de los aficionados sevillanos. El maestro de Arnedo (La Rioja) demostró una capacidad casi teológica para hacerse entender sobre la balanceante embestida del Juan Pedro Domecq, al que mejoró en su condición gracias al tacto de su temple, tan infinito como la noche que envuelve las estrellas.

Su elegancia rechazaba, naturalmente, toda exageración. Tan sencillo, tan puro, tan auténtico, toreó con el pudor más difícil que existe: el del sentimiento que no quiere ser excesivamente comunicado ni necesita ser compartido. El suyo propio, el sentimiento de la felicidad interior. Y eso que la banda de música del Maestro Tejera no interpretó ninguna nota, pero los oles se sucedían cada vez más rotundos.

Así que el magisterio total de Diego Urdiales se mostró en el momento más plácido, maduro y magistral de su carrera, haciendo del arte de torear un monumento de la naturalidad y de la torería que da vida a la fiesta taurina en estos tiempos convulsos. La cintura cimbreada, los brazos descolgados, las muñecas partidas y el muletazo dormido, acompasado, al son del sentimiento hondo de la tauromaquia más pura. Una faena tremendamente torera y pura al natural. Conjunto macizo, ligado en un palmo, manejando con suavidad y poder las telas, sin estridencias, sin un solo tirón, todo hecho con verdad y profundidad. Una obra de inconmensurable empaque, en definitiva.

Pablo Aguado, en un remate por abajo que eran pura filigrana

Pablo Aguado, en un remate por abajo que eran pura filigrana / Agencias

El toreo también llegó con Pablo Aguado mientras caía lentamente esa tarde de fumata blanca en Roma y Sevilla, dos templos secretos de las divinidades. La ciudad más bonita del mundo y la plaza más bonita del mundo, con un albero brillante como llamas de fuego y con una luz única, tan salvajemente hermosa. Dos espacios artísticos de carácter universal. Gemelas en alguna medida, muy distintas también pero contundentes las dos en su proyección: hacen de la vida una expresión artística superior.

El sevillano nacido en el barrio del Arenal cambió las orejas por la vuelta al ruedo tras una faena pletórica. Su forma de andarle al toro, de entrar y salir de la cara, de citar tan en el aire vazqueño... De rematar. Todo tuvo torería y belleza. Los remates por abajo eran pura filigrana. No faltó su sevillanía tan honda y tan innata al mejor toro de la buena corrida de Juan Pedro Domecq, que lidió un lote de Puerta del Príncipe en las manos de Sebastián Castella. Con el capote, Aguado también dejó un manojo de verónicas extraordinarias.

Bellísimo natural de Morante en su última tarde en la Feria de Abril

Bellísimo natural de Morante en su última tarde en la Feria de Abril / Agencias

Morante, otra galaxia

Y Morante obró por encima de todas las cosas. Su tauromaquia nos ha traído la alegría de vivir sin límite y sin miedo. Nos ofrece un bien revolucionario: la posibilidad de llevar una vida apasionada e interesante en medio de la inhumana combustión del día a día. Morante ha embellecido la vida en cada una de sus tres tardes de su sublime Feria de Abril. La hondura de sus tandas, sus pases de adorno, esa manera de andarle al toro por la cara, con esos detalles que marcan la diferencia personal de un torero único en la actualidad. Si el toreo es un arte, y se le debe considerar, Morante de la Puebla es su rey en estos tiempos.

A pesar de su fragilidad mental, sacaba de sus muñecas delicados rubíes, esmeraldas imposibles de encontrar en otro genio: "El torero sevillano tiene las muñecas partidas, como cuando las gitanas bailan sevillanas en el Real y rompen las muñecas en cada paso", decía un antiguo en el tendido en voz baja. En su corazón todavía alberga la más tenaz de las disposiciones: jugarse la vida para torear mejor que nadie en el cenit de su trayectoria, con el fragor de su valor tan asumido y consciente. El artista genial que salvó a un hombre sepultado.

Así que esta Feria de Abril hemos visto torear a Morante como quien toma una pócima necesaria para sobrevivir a la cotidianidad. Fervoroso apostolado, acompañado de una emoción sagrada. Inflamado por un sentimiento único que no es otro que la pasión por el toreo.

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