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Negarlo todo: la otra pandemia

La manifestación antimascarillas de agosto en Madrid. Andrea Comas

El hombre jamás ha puesto un pie en la Luna. La Tierra es plana y el calentamiento global, una farsa. El holocausto nazi no mató a millones de judíos, el VIH no causa el SIDA y la covid-19 no solo no es tan catastrófica como la pintan, sino que su irrupción obedece a un plan oculto diseñado por una élite poderosa con el objetivo de instaurar un nuevo orden mundial. A lo largo de la historia, las teorías conspirativas siempre han ganado adeptos en contextos en los que la verdad oficial desconcierta, incomoda o resulta demasiado descorazonadora. Como no podía ser de otra manera, la primera pandemia del siglo XXI ha abonado el terreno al florecimiento de un amplio abanico de corrientes negacionistas que se alejan del rigor científico y de las evidencias empíricas. Sus proclamas preocupan a las autoridades porque alientan el incumplimiento de las medidas sanitarias. En agosto reunieron a miles de personas en Madrid y, aunque no hay cifras oficiales sobre su auge, los últimos barómetros del CIS retratan una sociedad cada vez más desconfiada, pesimista y confusa, el caldo de cultivo idóneo para el negacionismo. Revelador resulta que el 40 % de los encuestados no se pondría la vacuna contra el virus. «Ante circunstancias complejas y ambiguas que generan mucha angustia, la condición irracional del pensamiento del ser humano se manifiesta y la objetividad queda en segundo plano. Es más sencillo negar la realidad y buscar explicaciones más simples. Creer que todo es un montaje genera mucha más seguridad psicológica», explica Oto Luque, catedrático de Psicología Social de la Universitat de València (UV). «La situación es inédita y no hay ningún manual sobre cómo han de hacerse las cosas. La ciencia requiere un tiempo de comprobación y avanza a un ritmo que no es el de los medios o el de la inmediatez de la vida de hoy», ahonda el doctor en Física y profesor de la UV José Cantó, para intentar entender un fenómeno que se aprovecha de los puntos ciegos sobre el conocimiento del virus y que logra cotas inéditas de difusión gracias al altavoz sin filtros de las redes sociales. El especialista en didáctica de la ciencia sostiene que las conspiraciones se presentan como atractivas porque parecen dar un plus de inteligencia al que dice saber algo que el resto oculta. «Te sientes superior a los demás por pensar diferente. Pertenecen al club selecto de los que tienen la razón», coincide el el científico y divulgador José Miguel Mulet (UPV), que aprecia un «componente grande de pensamiento sectario» en los revisionistas y destaca las conexiones con la ultraderecha. «Hay desde personas con unos intereses económicos concretos hasta otros que únicamente buscan llamar la atención y ganar notoriedad con opiniones estrambóticas», señala. La influencia de las costumbres religiosas y de líderes de masas o personajes populares como Donald Trump o Miguel Bosé son otros factores de expansión apuntados por Luque. «Mucha gente está acostumbrada a tener pensamientos mágicos basados en mitologías para explicar la realidad. Necesitamos saber qué pasará mañana y por eso funciona el tarot», mantiene.

Los expertos comparten la idea de que los conspiranoicos no están sujetos a un argumentario común sólido, sino que existen múltiples variantes. «Hay quien compra el pack completo: muchos antivacunas son terraplanistas, aunque no tiene por qué», desliza Mulet, que considera al movimiento negacionista de la covid residual y con una fecha de caducidad clara. «Ahora hacen mucho ruido mediático, pero en el momento en que funcione la vacuna y la epidemia disminuya se irán diluyendo. ¿Quién se acuerda de quienes se oponían a las redes eléctricas porque iban a servir para propagar enfermedades y controlar a la población?». El científico, premiado por su labor divulgadora, hace hincapié en el papel que tienen las instituciones a la hora de combatir los bulos con información certera, rápida y accesible. «El problema no es un convencido, sino el gran público. Gestionar la información ha sido complicado porque nos ha pillado desprevenidos, sin mecanismos para reaccionar rápidamente», lamenta. Un estudio de la Universitat Ramon Llull reveló que más del 80 % de los españoles recibe bulos relacionados con el coronavirus, sobre todo a través de las redes sociales.

José Cantó enseña a sus alumnos de Magisterio a comprobar las fuentes de informaciones contradictorias sobre un mismo asunto para que puedan decidir por sí mismos cuál es la más fiable. El negacionismo, a su juicio, evidencia la necesidad de promover una cultura de la información desde la infancia que alimente el espíritu crítico en la ciudadanía. Otra propuesta es que los medios de comunicación contraten asesores científicos. «Estamos yendo en contra de nuestro ritmo de vida y no nos da tiempo a digerir la sobresaturación de información», alerta. Bajo la óptica de los expertos, hay que huir de ridiculizar a los adeptos a las conspiraciones. Y la censura tampoco es la mejor opción. «Hay que rebatirles con argumentos y publicaciones concretas que sean verificables. Cuando los negacionistas ponen encima de la mesa estudios, hay que pedir que acrediten su prestigio», sentencia.

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