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Elecciones Estados Unidos

En campaña a 6.400 kilómetros

Cuatro mujeres estadounidenses se reúnen en una terraza de València y cuentan cómo viven con nervios la campaña pese a la distancia oceánica

Un bar de València ante las elecciones de Estados Unidos

EN CAMPAÑA a 6.400 kilómetros

Entre la camiseta de Lea Fuhr al lado de la estación de metro de Colón y el cartel que se alza entre el público que aplaude las palabras de Joe Biden hay más de 7.000 kilómetros de distancia y cinco usos horarios de diferencia. Es martes y casi a la vez que el candidato demócrata habla desde una de las zonas rurales de Georgia, Lea lo hace desde València sobre su estado natal: «Queremos que Georgia no sea más republicano», dice la mujer de 38 años, natural de Atlanta, sobre un territorio que vota conservador desde 1992 y que este año podría inclinarse por el tándem Biden-Harris.

La campaña estadounidense no entiende de océanos ni fronteras cuando está en juego el que se considera el despacho presidencial más poderoso del mundo. Madeleine Savit, de 68 años, Lea Furh de 38, Erika Worthington de 58 años y su mujer Julie Turner de 57 son cuatro mujeres estadounidenses que viven en València y han depositado ya su voto en la urna con una clara idea: despedir a Donald Trump. Pero no solo eso, su labor en estos comicios no está centrada exclusivamente en la entrega de su papeleta, sino en conseguir que cuantas más posibles lleguen a los Estados Unidos.

Con mayor o menor intensidad, las cuatro colaboran con la organización Democrats abroad, una plataforma que, según explica Madeleine, «ayuda a votar a otros americanos que están fuera del país». «Hay más votantes demócratas en el exterior que republicanos, por eso es tan importante que voten porque hay muchas complicaciones, lo que quieren evitar los seguidores de Trump es que mucha gente vote», considera Julie. «En función del estado es más o menos difícil», complementa Madeleine, que vota en el de Pensilvania, uno de los territorios industriales que en 2016 sirvieron para dar la victoria de forma inesperada a Trump. En su caso, cuenta, ha tenido que pagar 100 euros en tasas y documentación para ejercer su derecho al voto. Pese a ello, asegura que el voto exterior está en cifras de casi el doble con respecto a las anteriores votaciones. «Sí que noto mucho más interés», precisa Lea.

Las cuatro se sientan en una terraza y hasta que no llegan las bebidas no se quitan las mascarillas, un gesto que en España tiene la simple connotación de seguir la ley, pero que en Estados Unidos supone una declaración política. «Trump no ha hecho nada con el virus, ha ayudado a su expansión, y eso que sabía que podía ser grave, lo sabía desde enero, pero no hizo nada, y luego muchos de sus seguidores no creen en el virus», protesta Julie, abogada jubilada que llegó desde la costa oeste californiana hasta el litoral este valenciano hace dos años, junto a su mujer Erika, también letrada, también jubilada. «En EE UU hay mucho estrés y mucha tensión política, el país está demasiado polarizado», comenta la californiana. La joven de Atlanta secunda la moción y expone una ilustrativa situación personal: «No hablo con mi padre porque vota a Trump».

El nombre del actual presidente es una constante en la conversación. Las elecciones son casi un examen a su persona y eso se nota en su mitin en Arizona, en el de sus rivales y en la mesa a más de 7.000 kilómetros de distancia. Madeleine piensa que para Trump «toda publicidad es buena publicidad, quiere que su nombre esté siempre en las noticias». Las opiniones en la mesa, sin embargo, no dejan en buen lugar al que consideran «el peor presidente de la historia de los Estados Unidos». Lo tachan de «persona terrible», «racista», «machista», «abusón», «mentiroso» o «egoísta». De su mandato hay críticas de todo tipo y también a aspectos que podrían haberles afectado directamente.

«Ha sido una marcha atrás en derechos», reivindica Julie. Ella y Erika se casaron en 2013 en California. Hoy creen que se hubieran podido seguir casando porque la jurisprudencia habría recaído en el estado, pero que la administración Trump lo hubiera dificultado. Ponen de ejemplo el último nombramiento para la Corte Suprema de Amy Coney Barrett, «una ultraconservadora». «A ella no le gustan los matrimonios homosexuales», indica Erika.

El racismo es otro de los puntos que señalan Madeleine y Lea. Las dos tienen origen judío. «Mi padre huyó de Austria pidiendo refugio en EE UU, quizás por eso desde pequeña siempre estuve comprometida con la política, y ahora los vientos que trae Trump y su gente nos tienen que avisar de que se acercan al fascismo, tiene muchas características», expresa la mujer nacida en San Francisco, pero votante en Pensilvania. «Hay muchos votantes de Trump que son racistas, que lo son y creen que no o que dicen que el racismo no existe, pero sí que existe, hay violencia contra las personas afroamericanas», expresa Lea. El otro punto es el que les atraviesa a todas ellas: ser mujeres. «Vamos a ser el motor del cambio», indica Julie. «Las mujeres blancas están mayoritariamente en contra de Trump, pero las mujeres afroamericanas o que viven en barrios más humildes, todas, siempre, es un peligro para ellas», sentencia la abogada retirada.

Una larga noche electoral que podría durar días

Sobre su máximo rival, el aspirante y exvicepresidente con Obama, Joe Biden, las palabras no llevan destellos de ilusión. Un «emm...» antecede al «no era mi favorito» que desprende Lea, hoy profesora de inglés en Xirivella, que justifica que su preferencia estaba en Elisabeth Warren, pero que ahora la prioridad es ganar a Trump. «Además, no es solo el presidente, es el gobierno y la gente que le rodea», asegura al tiempo que añade que Biden «ha cambiado en los últimos años». Madeleine expresa que una de las diferencias es que Biden «respeta la democracia» y que no es una persona «que no polariza tanto como Hillary Clinton en 2016 y ayuda a que pueda vencer».

El día marcado para las elecciones es el próximo martes, aunque se puede votar desde hace semanas y este voto anticipado ha registrado cifras récord. Para esa noche, Madeleine indica que todos los resultados electorales suelen llegar más tarde de las 3 de la madrugada, aunque en estas elecciones, con la cantidad de voto por correo «no creo que sepamos los resultados hasta días después». Su plan, explica, es dormir el 3 por la noche («aunque no sé si podré con los nervios», admite») y quedar el día 4, miércoles, a un brunch con otros amigos con los que seguir las noticias desde Estados Unidos. Madeleine y Lea no tienen nada preparado para esa noche.

«Al tener el toque de queda tampoco se puede salir», indica la sanfranciscana. «Además, hay muchas papeletas que llegarán retrasadas y si el recuento está muy ajustado tendremos que esperar una semana para saber los resultados definitivos», insiste Lea.

Precisamente la escasa diferencia entre los dos principales candidatos y la tensión que vive el país es motivo de preocupación. «Tengo miedo por si hay protestas de unos que no acepten el resultado o de que se anulen muchas papeletas por correo», explica la profesora de inglés que añade que piensa en sus amigos de Georgia, «un estado muy dividido entre seguidores y detractores de Trump», que pueden salir «a celebrar o a protestar por los resultados y encontrarse con violencia de grupos extremistas». «Las armas siguen siendo un problema en EEUU, hay más de un arma por persona, es preocupante lo que puede pasar», insiste Madeleine. «No va a ser fácil sacar a Trump de la Casa Blanca, el resultado demócrata debe ser arrollador», remata Julie. «Si gana Biden, lo celebraremos, y si no...», el silencio congela la escena. No quieren pensar en esa posibilidad. Acabada la conversación se marchan. Quedan días de campaña y nervios al más puro estilo Orgullo y prejuicio: «No hay distancia cuando se tiene un motivo».

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