La palabra «héroe» chirría con más fuerza en los oídos de Miguel Ángel Polo que el estrépito intermitente que causa un camión de contenedores enfrente de la terraza donde nos hemos sentado para la entrevista, a la espalda del Palacio de Congresos. La trascendencia de esta historia no es tanto que su padre fuese un héroe, que lo fue, con todas las letras. Salvó la vida a un niño. Pero este es un relato mucho más hondo, lleno de emociones confrontadas, porque sólo existe la versión del héroe, la trágica. Falta la otra parte de la historia. La del salvado, la de los agradecidos, esa respuesta que cierre un círculo incompleto 43 años después. La voz que cierre un duelo que no ha podido seguir su proceso natural.

­-Entonces, ¿no titulamos con ‘héroe’?

-Odio la palabra héroe.

Miguel Ángel Polo (València, 1967) no recuerda nada de su padre, pese a que lo perdió con 10 años de edad. Su cerebro hizo un borrado de datos selectivo. «Amnesia traumática», le llaman los psicólogos, un mecanismo de defensa para evitar recuerdos, aunque sean agradables, que se vinculen con un trauma infantil. Los días y horas previas a la fatal noticia sí los revive a la perfección. «Mis padres me habían enviado a un campamento de verano por Palencia y recuerdo que no estaba a gusto. Me sentaba cada día en una piedra y miraba al horizonte esperando a que viniesen a por mí. No sé por qué, pero no estaba bien. A los pocos días vino mi tío César a buscarme y me llevó al pueblo de mis abuelos paternos y de mi padre (Fuentelapeña, provincia de Zamora) », rememora. «Hasta que a los dos o tres días ocurrió. Entró alguien y dio la noticia. Lo único que recuerdo es que cogí la puerta, eché a correr y me fui a llorar desconsolado sin parar de un sitio a otro por el campo, por las calles.... Fueron las peores 48 horas de mi vida. Estuve rezando para que no fuese verdad. Sólo tengo ese recuerdo, nada más. Lo que había escuchado Miguel Ángel de boca de unos de sus 16 tíos paternos es «Miguel ha muerto».

¿Sabes qué me jode mucho? No haber sabido nada de esta persona. Sólo sabemos que era un niño portugués y que hoy, si vive, tendrá unos 52 años. Quiero pensar que su vida ha valido la pena

Miguel Polo Gómez (Fuentelapeña, 1937 - València, 1977)murió en la playa de El Saler el 4 de agosto de 1977 (jueves) mientras salvaba a un niño de morir ahogado. «La historia es que era un día de playa como otro cualquiera. Se fueron mis padres y mi hermana, junto a mis tíos y unos primos. Ya era tarde. Se había ido ya mucha gente, así que estaban a punto de marcharse, prácticamente recogiendo. Y de repente se oyen gritos de un niño que se ahoga. Había bandera roja. Se metieron mi padre y mi tío» cuenta Miguel Ángel, que hace un inciso para volver atrás, como si no quisiese llegar al final. «Por lo visto también estaban los del puesto de la Cruz Roja. Con mi madre no he vuelto a hablar del tema y han pasado 43 años, pero le tiene mucha rabia a la Cruz Roja. Yo he sido colaborador y, cuando se enteró, me dijo de todo. No se atreverían a entrar, parecer ser», continúa. «El caso es que se metieron ellos dos. Sacaron al chiquillo. Pero, claro… mi padre se quedó. Se quedó en los brazos de mi tío Gaspar en el último suspiro. Se ve que había mucha resaca ese día. Había tragado mucha agua, estaría al límite ya por el esfuerzo, lo que fuese, y se quedó...» intenta terminar Polo la frase entre sollozos. Se hace un silencio mientras brotan lás lágrimas de sus ojos. «Llora tranquilo, tío, es normal. Suéltalo», le invita Paco Calabuig, el fotógrafo que ha venido a hacer la foto, compañero y amigo suyo desde los 20 años. Su compañía resulta reconfortante. Polo rompe otro silencio. «Joder, pensaba que lo iba a llevar mejor».

-Tu padre tuvo un par de cojones.

-Sí, pero me quedé sin padre y no hemos sabido nada del niño ni de su familia.

Polo se seca los pómulos. Toma aire. Continúa. «¿Sabes qué me jode mucho? No haber sabido nada de esa persona. Sólo sabemos que era un niño portugués. Si vive tendrá entre 51 y 54 años. ¡Joder, te han salvado la vida y no sabemos nada de ti! Quiero pensar que será una buena persona, que está vivo, que su vida ha valido la pena», apunta Polo, que sigue sacando el llanto del niño de 10 años que corría desbocado por Fuentelapeña aquel día de agosto.

«Pensaba que lo iba a llevar mejor, me cago en la puta. Es una cosa que tengo ahí, necesitaba sacarlo. Me jode no saber nada; saber si a esa persona, que estaría con sus padres, no le dijesen ‘te pasó esto un día y esa persona que te salvó la vida y se quedó allí tiene una familia’. Si hubiese sido al revés, yo lo hubiese buscado. No sé, en algún momento de mi vida habría ido a buscarlo para decirle ‘gracias’. Mi madre vive a 300 metros de dónde vivía entonces, habrá un acta de aquello», recuerda. «No sé si es un ingeniero, un yonqui, un obrero, un médico… eso me da igual. Sólo espero que sea una buena persona, que su vida haya valido o valga la pena» insiste Polo, fotógrafo colaborador de la agencia Efe y del Valencia Basket. Un tipo alegre y con carisma en el gremio de periodistas. De los que cae bien. Como su padre. Hoy Polo está nervioso, también, porque será el fotógrafo fotografiado.

Si la palabra «héroe» tortura a Miguel Ángel, ‘Saler’ taladra los oídos de su madre, Rosario. «Mi madre no ha vuelto a ir nunca más. Oye ‘El Saler’ y le dan sarpullidos. Si me llama y estoy por allí, le tengo que engañar y decirle que estoy en Pinedo. Yo, por el contrario, es el sitio en el que me siento bien, tranquilo. Voy muchísimo, miro al cielo, al mar, le hablo a mi padre. Es mi santuario. Voy a mucho a andar, a pasear, en bici».

El padre de Miguel Ángel Polo, en una foto de los años sesenta cedida por la familia.

La de la familia Polo Aguado no es una historia de rencor. Es de desconsuelo. «Este tema es tabú en casa. Mi madre salió y nos sacó adelante, pero a los 80 años sigue sufriendo. Notamos todos que es una tristeza permanente. La sensación de que aquel día se acabó su vida, de vacío total. Ella no quiso rehacer su vida. Mi hermana (Emma, 7 años menor) y yo sí que hablamos de mi padre, vemos fotos, pero nos faltan esos recuerdos. Yo no recuerdo llevarlo mal en la adolescencia, pero con el paso del tiempo he ido echando de menos tener a mi padre, que me hubiese ayudado, seguro, a tomar decisiones en la vida. A darme un ‘sopapo’ en un momento dado, a enseñarme a equivocarme. No he tenido ese faro que te ilumina en los momentos clave y, ¿sabés qué? Que cada vez lo llevo peor», afirma el hijo mayor del suboficial Polo. «Tengo el recuerdo de llorar mucho cuando mi madre se iba a sacarse el carné y me dejaba con una vecina, y lloraba y lloraba esperando hasta que la veía aparecer por el miedo a perderla también. Eso era todos los días».

Fue su padre, brigada del Ejército destinado a Bétera en los años 60, quien trajo a la familia a València. «Eran 17 hermanos y siguen vivos 15. Por ser una familia tan numerosa, Franco les hizo una casa en Fuentelapeña», cuenta Polo. Con sus tíos, su mujer y sus hijos y con la gente del pueblo, sí que habla de Miguel. «Con absoluta naturalidad. Y cuando voy al pueblo, no hay vez que me pare alguien de su quinta y me diga ‘qué pena lo de tu padre, con lo simpático y buena persona que era’». Su hermana Emma, por cierto, siguió la carrera de su padre. Fue militar hasta los 45 años. «Yo me hice fotógrafo por un tío hermano de mi padre, que hizo de su afición su profesión. Creo que mi padre estaría orgulloso de mí. Es una profesión bonita, soy un currante y tengo una familia maravillosa», asegura ahora con una sonrisa, marca genética del padre que le enseñó a montar en bici o a compartir películas del Cinexín. Eso le han contado. «Fíjate, tu profesión es inmortalizar los momentos, para que queden ahí», apunta Calabuig.

A Polo se le ha pasado por la cabeza, alguna vez, ir a la hemeroteca en busca de la noticia de aquel 4 de agosto. Quizá encontrase el nombre de aquel niño, quién sabe. No se ha atrevido a dar el paso. «No quiero saberlo porque me da miedo encontrar algo muy duro. Prefiero no investigar y quedarme con la duda de si ha sido una buena persona», apostilla Polo, alejado hoy de las creencias religiosas de la infancia. Las mentiras piadosas («Dios sólo se lleva a las buenas personas», «Tu padre estará en el cielo cuidándote»... y tópicos similares) son puñaladas en el alma de un niño huérfano. Insultos, que no consuelos.

La psicología intenta dar respuesta al dolor en un caso tan particular como este. No es un duelo por una persona desaparecida, pero emocionalmente es muy similar. «Queda un dolor suspendido porque hay una sensación de que queda una deuda de fondo, algo pendiente de resolver. La elaboración de un duelo así es más difícil porque se produce un bloqueo emocional, dejando a la persona anclada en el pasado. Pero cada persona que pasa por nuestra vida nos deja una señal, una enseñanza. Darse cuenta de ello ayuda», explica la psicóloga Carmen Navarro.

-Si estuvieses en la playa con tu familia, con bandera roja, y oyeses que un niño corre peligro ¿entrarías a intentar salvarlo?

- Uff (10 segundos de silencio)... Sí.