Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Reinfectarse de la covid-19

Lorena Pérez cuenta a Levante-EMV cómo pasó el coronavirus en dos ocasiones: una en marzo y otra en noviembre. La reinfección abre incógnitas sobre la inmunización, efectividad de anticuerpos y su duración

Lorena, pàciente reinfectada de covid-19.

Lorena Pérez es una excepción, una rara avis, casi un sujeto de estudio. Su singularidad no viene porque, como admite, la pandemia le haya cambiado la vida, algo habitual, para bien o para mal, entre una ciudadanía que está sufriendo los avatares de la salud, de las oportunidades y el desempleo. Ella, una ciudadana de València, es sin embargo la excepción de las investigaciones. «Teniendo en cuenta las decenas de millones de personas que ya se han infectado con el coronavirus SARS-CoV-2, la evidencia de reinfecciones es muy escasa», señalaba el Grupo de Trabajo Multidisciplinar sobre Inmunidad protectora y reinfección en covid de diciembre de 2020. «Yo he pasado la covid dos veces», indica Lorena. Ella es una persona reinfectada por el SARS-COV-2, con sus dos PCR positivas separadas de ocho meses y una prueba negativa y sus dos periodos de síntomas.

La primera fue tras un viaje a Madrid. Era finales de febrero. Allí, cuenta, se reunió con varias personas por motivos laborales. El virus era algo de nombre chino y apellido casi italiano. Una de las personas con las que coincidió venía de Milán. «Pero no se sabe si fue él o no, quizás el virus ya estaba circulando y me contagié por otro sitio, nunca lo he sabido», relata. A los tres días empezó a tener síntomas, «una sensación rara al respirar». Era similar a lo que sintió dos años atrás cuando le diagnosticaron una neumonía. Por eso, el día 2 de marzo acudió a La Fe. «Me hicieron una placa y me dijeron que estaba todo correcto y me mandaron para casa». En los siguientes días, conforme el coronavirus ganaba presencia en los medios, ella seguía haciendo una vida relativamente normal. «Hasta fui a mascletades», recuerda.

El 13 de marzo la sensación en el pulmón continuaba, así que Lorena decidió acudir a su centro de salud. De allí la enviaron al Hospital Doctor Peset a hacerse una prueba que salió positiva. «Me encerré en casa y dije a mis familiares que no quería saber nada de lo que estaba pasando», asegura. Durante el tiempo que estuvo aislada, recuerda, le hicieron seguimiento médico telefónico. Explica que el desconocimiento sobre el nuevo virus y cómo se estaban desencadenando los acontecimientos era lo que más le asustaba. Apenas se sabía nada de ese ser microscópico más allá de las cifras que salían publicadas en los medios y que no dejaban de crecer día a día. Estuvo un mes sin ver a su hija con quien convivía y que no desarrolló síntomas. Tampoco su, por entonces, pareja. No había contagiado a nadie. El 11 de abriluna PCR negativa le confirmaba que había vencido al virus.

El tiempo pasó. El verano duró lo que tarda en llegar el otoño con su nuevo repunte de casos, la segunda ola. Un día de noviembre empezó a sentir dolores de cabeza. «Eran unos dolores muy particulares, que a veces daban por aquí (señala la parte frontal), otras por aquí (pasa la mano por encima del cuello), y me tomaba paracetamol y nada». De nuevo volvió a ir al hospital y le descartaron covid sin una PCR porque ya lo había pasado. «Los datos disponibles indican que el virus SARS-CoV-2 induce una respuesta inmunitaria con activación de linfocitos B y T que se mantiene hasta, al menos, entre seis y nueve meses tras la infección» corrobora el informe científico que podrían haber utilizado como argumento desde el hospital.

«Intenté hacer vida normal, pero un día que iba a una reunión no fui porque estaba muy congestionada y decidí que era mejor no ir». De vuelta a casa se hizo una PCR y un test de antígenos «y cuando llegué para poner una lavadora no olía el detergente». El diagnóstico de la PCR confirmó los síntomas y contradijo el negativo del antígenos: positivo por covid por segunda vez ocho meses después. La diferencia entre los dos contagios reflejan como la forma de convivir con ella había cambiado. Los síntomas fueron distintos: dolor de cabeza durante ocho o diez días, congestión muy fuerte una mañana y pérdida de olfato. En esta sí que supo quién había sido quien le contagió (una reunión de trabajo) y se hizo un rastreo a sus contactos estrechos donde todos dieron negativo. «No contagié a nadie en ninguno de los dos positivos, ni a mi hija con quien estaba viviendo», asegura.

«No son muchos los casos confirmados de reinfección de covid en el mundo, pero es posible, claro», expresa el doctor en Medicina y especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública Salvador Peiró. Cuenta que estos casos pueden ser porque no se crearon anticuerpos suficientes, se han ido al cabo del tiempo o una nueva variante del virus escapa a su protección. Peiró cita la ciudad brasileña de Manaos, la primera en alcanzar la inmunidad de rebaño en verano, y donde los contagios han vuelto a replicar aunque el médico señala que todavía faltan estudios.

Lorena complementó sus pruebas con un test serológico. En el primero, cuando los síntomas de la segunda infección comenzaban a asomar, le salió negativo en anticuerpos IgG. El segundo, una semana después de pasar la enfermedad, dio positivo. «Es como si no hubiera desarrollado anticuerpos la primera vez», expresa Lorena. La inmunóloga y catedrática en Microbiología Marisa Gil explica que IgG son inmunoglobinas G, anticuerpos que aparecen cuando se está respondiendo a una infección y de los que el cuerpo sigue produciendo durante un tiempo. Previamente, de forma cautelar, aparecen las inmunoglobinas M (IgM) que buscan neutralizar el virus. «Estos anticuerpos duran meses en el cuerpo humano, suelen durar entre 9 y 10 meses, pero depende mucho del sistema inmunitario de la persona y la cantidad de patógeno que entre», desgrana Gil, quien coincide con Peiró en que la segunda infección «suele ser más leve que la primera». «Ahora sigo dando positivo en IgG e IgM», cuenta Lorena, que se hizo una nueva prueba a final de navidades.

Casi a la vez que Lorena mostraba los primeros síntomas en marzo, Marina Valdés, valenciana afincada en Madrid, comenzó a sentir dolores de cabeza. Creía que eran migrañas, pero tiempo después una prueba serológica le confirmó que había pasado la enfermedad. «Todavía no estaban claro los síntomas y debí ser medio asintomática», añade. En las fiestas navideñas comió con cinco compañeros de trabajo. A los tres días todos dieron positivo menos ella. «Un chico tenía covid y contagió en total a nueve personas y de la comida a todos menos a mí», indica Marina. En su caso, el sistema inmunitario y todo su arsenal impidió la reinfección.

Las preguntas, por tanto, continúan en el aire con el proceso de vacunación en marcha. ¿Cuánto tiempo duran los anticuerpos? ¿Genera la vacuna la misma inmunización que el primer contagio? ¿Evita la vacuna la transmisión del virus? ¿Las nuevas cepas o las futuras mutaciones complicarán su eficacia? «Falta todavía un seguimiento, estamos a la expectativa de cómo va evolucionando, falta ver qué pasa en Manaos, por ejemplo, y en Israel, que es donde acabarán primero la vacunación», indica Peiró. «Es importante señalar que el limitado tiempo de evolución de la pandemia covid-19 condiciona la posibilidad de extraer conclusiones definitivas», indica el informe de diciembre. El virus continúa abriendo interrogantes. 

Una fila de coches espera en el hospital La Fe de València para realizarse una prueba diagnóstica

El debate de si ser inmune es privilegio


El debate apareció prácticamente a la vez de la evolución inicial de la pandemia. Todavía no se sabía si era posible una reinfección ni si habría día que llegase una vacuna. Se habló de un pasaporte inmunitario o inmunológico. La idea era en un momento de confinamiento permitir a aquellas personas que ya tuvieran inmunidad al virus salir a la calle y hacer una vida relativamente normal, una posibilidad que ahora se da la vuelta ante el inicio de las vacunaciones. ¿Se podría pedir una carta que demuestre protección frente al patógeno?


«Hay varios conflictos éticos», señala la investigadora de Filosofía Moral y parte del Grupo de Investigación en Bioética de la Universitat de València Maria José Codina. «¿Qué uso tendría un pasaporte inmunitario? ¿Sería solo para viajar o podría suponer una discriminación en otros ámbitos?», insiste Codina. La filósofa compara este debate con el que se dio hace unos años sobre la posibilidad de realizar estudios génicos a la población para conocer algunas de las tendencias a las que tendría por su ADN, como la predisposición a sufrir enfermedades cancerígenas o cardiovasculares, por ejemplo. «En bioética hay cuatro principios: el de beneficencia, el de no maleficencia, el de justicia y el de la autonomía del paciente ,y en los cuatro el pasaporte inmunológico tiene problemas, como a quién beneficia y a quién perjudica, o si discrimina a quienes no estuvieran vacunados a la hora de acceder a un trabajo», sentencia.


También del Grupo de Investigación en Bioética de la UV es la médica Vicenta Alborch, quien compara el pasaporte inmunológico con otro debate que surgió hace años sobre si las personas contagiadas de sida debían avisar o no de la enfermedad. «En medicina existe el derecho a la confidencialidad y este tipo de pasaportes la vulneran. No se tiene por qué ir diciendo por ahí si se está enfermo o no», indica Alborch. «Este virus es todavía muy novedoso y al igual que antes se podía pedir un pasaporte inmunitario por haberlo pasado y se demuestra que se puede volver a contagiar con el tiempo, de momento no hay evidencias de que las vacunas no signifiquen que no contagien, sino que tengan una enfermedad más leve», añade la representante del Grupo de Bioética.


En este punto, el especialista en Salud Pública Salvador Peiró recuerda que todavía es todo «un poco especulativo» y que no se sabe si una vez puesta la vacuna se puede transmitir la enfermedad. «Eso frenaría la idea de un pasaporte inmunológico, porque el riesgo de transmisión todavía sigue», añade Peiró. 

Compartir el artículo

stats