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Curar para contarlo

El personal sanitario ha sido protagonista y acompañante de las historias de miles de pacientes que han luchado contra la enfermedad. Ahora, se convierten en narradores.

Un enfermero atiende una llamada a las puertas de Urgencias del Hospital La Fe de València.

Han sido la primera línea frente al virus, frente a los peores estragos de una enfermedad que paralizó el mundo. Su trabajo les ha hecho estar ahí y ser la tabla de salvación a la que muchos se agarraban para poder salir de aquel mar de escafandras, batas, maquinaria y diagnósticos. Muchos de ellos se convirtieron en la voz de quienes no podían hablar y en los oídos de quienes necesitaban saber. El personal sanitario ha sido protagonista de su propia historia con esfuerzo y emociones, aplauso en los balcones a las ocho, reivindicaciones y avisos de colapso. Pero no solo. También han sido los coprotagonistas de las historias de quienes cruzaban la puerta de un hospital con un ser microscópico como antagonista al que tenían que vencer. De algunas, es posible, no se acuerdan. De otras, posiblemente, no se olviden. 

Entre medias, rostros asustados sin nombre, nombres sin continuidad, edades como indicador de posibilidades, lista de antecedentes clínicos, actuaciones de urgencia y voces de seres queridos que preguntan, que consultan, que sufren. Porque el personal sanitario ha sido protagonista, coprotagonista y, en este caso, también narrador. Estas son ocho historias contadas por quienes fueron testigos y acompañantes de quienes las vivieron. Ocho casos donde la realidad persiste porque es narrada.  

Joan Emili Crespo

Enfermero del Hospital Clínico de València

Una bolsa. Es un detalle que parece insignificante. Es un trozo de plástico que sirve, principalmente, para transportar cosas, guardarlas durante un trayecto bien en el espacio o bien en el tiempo. Para Joan Emili Crespo, enfermero del Hospital Clínico de València, una bolsa representa la incertidumbre y los miedos de la primera ola de la covid cuando el virus era, todavía, prácticamente un absoluto desconocido. En ese trozo de plástico fue donde, a principios de marzo, un hombre guardó las llaves del coche, las de casa, su móvil y el mando del garaje, «todo lo que llevaba en los bolsillos», dice el sanitario, todos esos efectos personales que portaba en el momento en que cruzó las puertas del hospital. «Se encontraba mal, vino él mismo con el coche, entró y no volvió a salir», cuenta el enfermero que ha estado durante toda la pandemia en la UCI. 

Crespo explica que hoy en día esta situación no sería así, «hoy sabemos cómo darle la bolsa a la familia, cómo desinfectarla, pero en aquellos momentos todavía no, había mucho miedo». «Es una cosa superflua, pero me marcó muchísimo», explica el enfermero, que recuerda que ese hombre ingresó de madrugada prácticamente a la vez que el exfutbolista del Valencia Rubén Darío Ciraolo. En una bolsa cabía toda la vida que creía que continuaría días después. «Fue muy rápido, en prácticamente cinco o seis días desde que entró falleció, no le dio tiempo a despedirse porque en la primera ola todo era más complicado», relata Crespo. La bolsa con sus cosas acabó saliendo del hospital junto al cuerpo de su dueño, que acudió a Urgencias porque no se encontraba bien. 

Lydia Martínez

Enfermera del Hospital General de València

Lydia Martínez, a la izquierda, junto a dos compañeras; todas con trajes EPI. Levante-EMV

Lydia Martínez no tenía que estar en la UCI. Su especialidad y destino habitual son los quirófanos. Sin embargo, el aumento de ingresos en el Hospital General de València y la falta de cirugías le llevaron a atender a los pacientes críticos de coronavirus en uno de los hospitales que más presión vivió durante toda la pandemia. Los turnos que tiene el personal de Enfermería les permiten ganar algo de distancia emocional con los pacientes. «No sé si es bueno o malo, pero evita ese apego y pasarlo peor porque es muy duro», cuenta. Eso no impide que haya casos que le vengan a la memoria, aunque sean de personas a las que no se conoce, a las que no se les hace seguimiento y por las que el personal sanitario se deja todo en todo momento. 

«Recuerdo un señor, tendría unos 65 años, que comenzó a empeorar y tuvimos que intervenir rápidamente para intubarlo», recuerda. Era de noche, Lydia Martínez acababa de entrar en la guardia. «¿Ya? ¿Ya?», fue la pregunta que hacía el paciente en voz alta y con cara de susto cuando se le comunicó que le tenían que intubar y que tenía que avisar a la familia. «No quiso hacer una videollamada para que no le vieran en esa situación, envió unos mensajes y se puso a besar las fotos de sus nietos y a llorar, es muy duro ver que se van a despedir de alguien porque es posible que fallezcan». La historia no tiene final, al menos no conocido para este periódico. Los turnos de descanso y rotación entre las diferentes plantas tienen estas cosas; la enfermera no sabe si aquellos mensajes fueron los últimos o si pudo completarlos más adelante. 

Enriqueta Cuchillo

Médica del SAMU

Enriqueta Cuchillo y su marido Vicente Sánchez en una foto familiar con sus dos hijos. Levante-EMV

La historia de Enriqueta Cuchillo con la pandemia lleva el nombre propio de su marido, Vicente Sánchez. Los dos son médicos del SAMU y ella estuvo junto a él durante cuatro días en la habitación. Controlando, vigilando, cuidando hasta que se lo llevaron a la UCI porque la neumonía no mejoraba. Vicente Sánchez se contagió de covid en una guardia a principios de marzo de 2020, según recuerda su mujer. Ella denuncia las condiciones en las que se trabajaba durante aquellos primeros días de pandemia cuando la covid se expandía y la normalidad agonizaba. « Teníamos una mascarilla, precintada, que solo debíamos usar si era absolutamente necesario, y si no lo era, la pasábamos al compañero del relevo entrante. Nos pasaron información escrita sobre los EPI, pero no nos formaron para usarlos. Además, no teníamos nada más que tres EPI que solo se debían usar si era un covid diagnosticado, pero nosotros atendemos a toda clase de pacientes, respiratorios, infartos, ictus, accidentes... ¿Cómo sabíamos quién contagiaba y quién no?», rememora. 

El día 10 de marzo comenzaron los síntomas. «Empezó con fiebre, pero pensó que estaba constipado», dice Enriqueta Cuchillo, quien recuerda que comenzó a llamar al CICU pero que se encontraba «colapsado». A los tres días acudió al 9 de Octubre donde le confirmaron el positivo de covid y la neumonía. La siguiente semana estuvieron aislados en casa y ella se dedicó a auscultarle, controlar la fiebre, la saturación de oxígeno... hasta que tuvieron que volver al hospital. Esta vez para ingresar definitivamente. Allí Enriqueta estuvo cuatro días con Vicente en la habitación. Hasta que el quinto día tuvo que ser trasladado a la UCI donde pasó 14 días. «Estábamos preocupados, pero nunca pensábamos que iba a tener ese desenlace», relata su mujer. Allí esperaba cada día la llamada diaria, «con el corazón encogido», en el que le informaban de la evolución de su marido. El 7 de abril falleció Vicente Sánchez. Desde entonces Enriqueta está de baja: «No puedo ni pensar en volver a subir a una ambulancia». Mira atrás y al frente y protesta por la «falta de empatía» de las administraciones y denuncia la situación en la que se contagió su marido: «Nos enviaron a todo el personal sanitario a la guerra sin protección». 

Javier Pitarch

Residente de Medicina Interna del Hospital General

El residente en Medicina Interna Javier Pitarch. Levante-EMV

La palabra «positivo» cambió la cara de su interlocutora. Javier Pitarch es residente de Medicina Interna en el Hospital General de València y recuerda cómo tras la frase «su padre es positivo» aquella mujer con la que hablaba rompió a llorar. Y había razones para ello. Era el inicio de la tercera ola y aquel hombre del que hablaba tenía el riesgo de su avanzada edad al que sumarle un tratamiento de hemodiálisis. Su presencia en el hospital no tenía nada que ver con el virus, pero un par de toses alertaron al médico en formación. «Tenía unas décimas y entonces tosió un par de veces y me dijeron que llevaba así dos días». En ese momento, pidió una PCR «para descartar y quedarnos tranquilos». Pero dio positivo. La PCR confirmaba la mala noticia. «La hija sabía que su padre seguramente moriría si se contagiaba del virus», cuenta Javier Pitarch. Efectivamente, a la semana desde su ingreso falleció. 

Hay un «sin embargo» en su relato. «Hay veces que piensas que acabará mal y sorprenden y se acaban recuperando». El residente añade otro caso, el de otro señor mayor que superaba las nueve décadas de edad. Ingresó en el hospital por covid. «Al principio iba bien, pero empezó a empeorar», recuerda el residente. La edad es uno de los principales factores de riesgo. «Requería oxígeno y cuando se lo dábamos lo toleraba». Las llamadas con la familia eran complicadas. Se hablaba de la posibilidad de fallecer. «Puede ser», rememora que les decía cuando le preguntaban. La edad no ayudaba. «Hay llamadas que ya saben que la cosa va mal, sobre todo, si llamas a deshora, si llamas de madrugada, pero no fue este el caso». Javier Pitarch relata que el hombre comenzó a mejorar, «se fue cogiendo y acabó por recuperarse». Estuvo más de tres semanas ingresado, pero recibió el alta. 

Brenda López

Enfermera del Hospital La Fe de València

Entre «los ojos llenos de horror en los pacientes» y el estrés de la sobrecarga física y emocional de trabajo hay espacio para una nueva vida. Brenda López, enfermera del Hospital La Fe de València, estuvo dando la mano a un corazón que tenía que latir por dos. «Entró una chica embarazada de 26 semanas y hubo varias reuniones para saber cómo se podía actuar ante ese caso», cuenta la enfermera. Aquello fue durante la tercera ola, la más fuerte en la Comunitat Valenciana. El sistema de oxigenación por membrana extracorpórea o ECMO era el que se encargaba de filtrar y oxigenar su sangre fuera de su cuerpo para reducir el esfuerzo del corazón. «Lloraba y le daban ataques de pánico pensando que podía perder al bebé, que le iba a afectar aquello, pero le dabas la mano y se calmaba», detalla Brenda López. «Fue un caso extraordinario», añade la enfermera que recuerda que estuvo al menos tres semanas ingresada, pero que salió adelante, embarazo incluido. 

Carmen Mascarós

Enfermera del Hospital General de València

La enfermera del Hospita lGeneral Carmen Mascarós. Levante-EMV

Nada más acabar su jornada, Carmen Mascarós llamó a su madre y le dijo lo mucho que le quería. Había visto en directo una de esas miles de videollamadas que se convirtieron en parte de la rutina durante el confinamiento. Ella es enfermera del Hospital General de València y vio cómo un matrimonio latinoamericano se despedía de su hijo, a miles de kilómetros de distancia, a través de la pantalla de un móvil. Él estaba a punto de ser intubado y la mujer, que también estaba contagiada, no se quiso separar de él hasta prácticamente el último momento. En esa situación, llamaron a su hijo. «La última imagen que tuvo su hijo de su padre fue antes de entrar en una UCI en España para ser intubado», recuerda Carmen Mascarós. «Pensaban que no iba a salir, que iba a fallecer y quería despedirse». Ante aquello, reflexionó y llamó a su madre. «No sabemos la suerte que tenemos ni valoramos lo que supone que la gente que queremos esté cerca a nuestro alrededor».

Juan Vicente Llau

Jefe de Anestesiología del Hospital Peset de València

Juan Vicente Llau admite que la pandemia ha sido la situación donde más emociones y de forma más intensa ha vivido en un hospital. Con Miguel (nombre cambiado) pasó por varias de ellas. Miguel fue uno de los pacientes más jóvenes que acabaron en la UCI durante la primera ola ( 57 años). «No podía ni contestar, casi ni respirar», recuerda. «Nos preparamos para dormirlo, es una sensación muy dura y donde hay que actuar muy rápido y de manera muy coordinada». Así, dormido, estuvo entre 10 y 12 días. El tiempo estaba detenido en la conciencia de Miguel mientras su cuerpo y el personal sanitario que tenía alrededor luchaban contra la infección del virus. Y entre él y su casa, las palabras del jefe de Anestesiología del Hospital Peset de València. «Todos los días llamaba a su mujer y le decía lo mismo, que la mejor noticia era que Miguel seguía aguantando, que había esperanzas», relata Llau. 

Había días en los que el mensaje era que había empeorado, otros en los que respondía al tratamiento, otros en los que el problema era el riñón y otros en los que el optimismo imperaba. De vuelta, la mujer de Miguel daba siempre la misma respuesta: «Gracias por hacer todo lo que pueden con él». Si hasta el día siguiente no había noticias es que podía haber buenas noticias. Y así fue. «En una de esas llamadas le dije que estaba respondiendo bien y que íbamos a quitarle la máquina de respirar». Se hizo el silencio. «¿Está ahí?», recuerda que preguntó el médico. La emoción le impedía contestar. «¿Va a salvarse?», llegó como pregunta de vuelta. «Sí, hay muchas esperanzas», respondió. 

Los días dejaron el proceso «lento» que conlleva volver tras estar días dormido, con sedación. Hay confusión y todavía dificultad para respirar. «Le voy a pasar a su marido», fue una de las comunicaciones que le dio Juan Vicente cuando había una mejoría. Le dio un número de teléfono con el que le iba a llamar, un móvil que tenían preparado y envuelto en plásticos para comunicar a los pacientes de la UCI con las familias. «Miguel, es tu mujer» y Miguel se puso el teléfono en la oreja. «Ella hablaba y vi cómo él aguantaba el teléfono y sonreía; yo salí y desde fuera compartimos el momento», relata Llau. «Para nosotros es un momento especialmente emocionante, él le habló un poquito, cada día más; aún estuvo otros ocho días en la UCI, luego fue trasladado a planta y a los días volvió a su casa. Hoy sabemos que está bien y prácticamente recuperado». 

Juli Arrufat

Estudiante de Enfermería en prácticas en Atención Primaria

Juli Arrufat vacuna a su abuelo en Vila-real. Levante-EMV

Pero no todo en la covid son ingresos hospitalarios. El final de 2020 dejó la gran noticia respecto al fin de la pandemia: la vacuna. Conforme han ido pasando las semanas, la inmunización por este medio ha ido creciendo. Así le llegó la semana pasada a Olegario en un centro de salud deVilla-real en manos de su propio nieto. «Ha sido muy emocionante, esto ya me lo quedo yo para mí para siempre», asegura Juli Arrufat, encargado de inyectar el antígeno a su abuelo que le protege frente a los peores efectos de la covid. 

El todavía estudiante de Enfermería de la Universitat Jaume I de Castelló habla de su abuelo con el cariño de quien le ha criado. «Es una persona muy especial, alguien que me ha cuidado y que le ponga yo la vacuna es muy especial, es devolverle un poco», explica el joven. La coincidencia fue medio buscada. Su familia es de Vila-real, localidad en la que le ha tocado realizar su prácticas en uno de sus centros de salud. «Coincidió que es el ambulatorio al que vienen mis abuelos», indica. Cuando comenzó semanas atrás sus prácticas, su abuelo ya había recibido la primera dosis. «Supe que tenía que venir a ponerse la segunda así que estuve atento y cuando vino le acompañé, pedí hacerlo yo y que un compañero me hiciera la foto», cuenta el enfermero. «Entre tantas noticias malas que nos deja la pandemia, la vacunación es un rayo de esperanza y poder vacunar yo a mi abuelo más todavía», concluye. 

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