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Filósofo y pedagogo

José Antonio Marina: "La compasión es el único sentimiento exclusivo del ser humano"

"En esta pandemia nos estamos acostumbrando a recibir las cifras de muertos sin inmutarnos, sin rebelarnos, y eso no puede ser"

José Antonio Marina

Es difícil, por no decir raro, que en este país un filósofo sea famoso, que sus libros, y van ya unos cuantos, figuren en las listas de los más vendidos y causen expectación desde el anuncio de su llegada a las librerías. Pero tal es el caso de José Antonio Marina, que acaba de publicar Biografía de la Inhumanidad: Historia de la crueldad, la sinrazón y la insensibilidad humanas (Ariel), una obra que empezó a escribir en su mente, confiesa, cuando estaba trabajando en Biografía de la Humanidad: «Me encontré con un aspecto tremendo: que la humanidad ha sufrido una y otra vez colapsos terribles que la abocaron al horror. Eso me hizo repetir una pregunta que ya me había hecho respecto de las personas individuales: ¿Por qué si somos tan inteligentes hacemos tantas tonterías? que en esta ocasión derivó en ¿Por qué si somos tan inteligentes hacemos tantas atrocidades?»

Reflexionar sobre la inteligencia puede llevar a una conclusión muy dura, y es que cuanto más inteligentes, más crueles somos…

Con la inteligencia pasa lo mismo que con otras muchas funciones o creaciones humanas que están sometidas a lo que yo denomino la ley del doble efecto. Es decir, que todo lo que aumenta nuestra energía puede usarse de una manera constructiva o destructiva. Cuando aparecieron los ferrocarriles, aparecieron los accidentes ferroviarios; cuando se pudo utilizar la energía atómica, se bombardearon Hiroshima y Nagasaki…Esto es, que cuando la inteligencia aumenta nuestras capacidades constructivas aparece también un aumento de nuestras posibilidades destructivas. Los humanos no somos absolutamente puros ni absolutamente criminales, y en Biografía de la Inhumanidad se puede apreciar que, en la primera parte de nuestra historia, los seres humanos fuimos admirables pero que, al mismo tiempo, ya éramos también seres potencialmente peligrosos, y que por lo tanto hemos de tener siempre en cuenta ambos polos.

Lo que ha aplicado a la inteligencia puede aplicarse a muchas otras cuestiones. Por ejemplo, a la religión. Porque si, como afirma, las primeras creencias religiosas suscitaron sentimientos prosociales, no es menos cierto que la religión ha servido como pretexto para la guerra desde el inicio de los tiempos.

Efectivamente, porque cuando ves la evolución de la humanidad, las grandes religiones, y me estoy refiriendo a los profetas de Israel, al budismo, al confucionismo e incluso al inicio de la filosofía griega, que aparecen en lo que los especialistas llaman eje axial de la historia, son enormemente beneficiosas para la evolución y humanización de nuestra especie. Y es que no debemos olvidar que tenemos unos orígenes muy humildes, que somos unos primates listos, y que todas esas grandes creaciones nos han ido dirigiendo hacia el gran objetivo, que a mi juicio es convertirnos en personas dignas, aspecto en el que las religiones han desempeñado un importante papel. Pero, claro, también tienen un lado negativo, sobre todo cuando se alían con el poder, porque entonces surge la excusa de que, para conseguir un fin absoluto, se puede sacrificar un fin inmediato, y eso es lo que ha llevado a las persecuciones, las torturas, las inquisiciones y todo tipo de tiranías, de manera que en cada momento debemos saber qué colabora a nuestro progreso civilizador y qué nos corta las alas.

No es extraño que la crueldad surja cuando se han adorado a dioses que, como Yahvé o Alá, legitiman la ira, la venganza, el rencor, la sangre del sacrificado… Pero de súbito emerge la figura de Jesús de Nazaret. Como filósofo: ¿puede considerarse el cristianismo como la gran revolución filosófica de la humanidad civilizada?

Sí, pero no solo el cristianismo. La gran revolución surge cuando los dioses se hacen buenos, cuando, como los que usted ha citado, dejan de vincularse con el poder, cuando dejan de ser dos dioses de una nación. El hecho de que empiece a pensarse en los dioses como seres buenos y pacíficos, eso fue un gran avance en nuestra evolución, en la manera de vivir nuestra humanidad.

Frente a la inhumanidad, frente a la crueldad, frente a la atrocidad, usted apela a la palabra compasión. ¿Se refiere a la compasión entendida en sentido cristiano/católico?

No, me estoy refiriendo a una cosa más fundamental, a la compasión como el único sentimiento propio de la humanidad, y por eso cuando se pierde se dice: «Esa persona es inhumana: no tiene compasión». El significado de la palabra compasión, al modo en que yo lo utilizo, es el de sentirnos afectados por el dolor de otra persona, y que esa emoción despierte un movimiento de ayuda. Y eso, ayudar al débil, es un sentimiento exclusivamente humano que viene desde el comienzo de los tiempos. Por eso creo que sería necesario hacer una historia de la compasión, porque al principio esa era una emoción muy tribal, que se sentía por los miembros de la tribu, pero no por los de fuera, ante los que, si acaso, había era indiferencia cuando no directamente odio. En ese modelo tribal fue en el que se basaron los nazis, que no tenían ningún reparo en exterminar a «los otros» porque consideraban que habían dejado de ser humanos, es decir, que eliminaron la compasión. En cuanto al sentido cristiano, hubo un momento, dentro del llamémosle «cristianismo malo», en que la palabra compasión adquirió un significado lacrimoso, se convirtió en un paternalismo casi humillante, tergiversándose la palabra de tal manera que no es extraño que surgiesen expresiones como «No quiero compasión», que equivale a decir «No quiero limosna». El sentido amplio de la palabra compasión, al que yo me refiero, va incluso por delante de la justicia. La compasión de la que hablo es la compasión con la que, y eso está demostrado científicamente, nacen todos los niños, y que se desarrolla hasta los 26 o 27 meses de edad.

Eso sería maravilloso aprovecharlo cuando el niño comienza a formarse.

Claro, pero por desgracia, a lo largo del proceso educativo estamos apartando a un lado, cuando no eliminando, esos sentimientos de compasión que, entre otras cosas, son los mayores inhibidores de la agresividad. Ahora que se habla tanto de la educación emocional, yo llevo muchos años recomendando que una de las educaciones que debemos fomentar es la del sentimiento de la compasión.

El miedo nos sirve para tomar precauciones, pero tiene un lado oscuro. ¿Es el miedo exagerado, el excesivo, el infundado, la causa de las mayores atrocidades de la historia de la humanidad?

El miedo es una emoción que se ha mantenido a lo largo del proceso evolutivo porque nos defiende. Es la respuesta adecuada a la aparición de un peligro. Pero aquí la inteligencia nos ha jugado una mala pasada porque el ser humano es el más miedoso que existe, porque no solo teme los peligros reales sino también los inventados. Y además es una emoción que limita mucho las respuestas humanas y que es muy fácil de despertar. Por eso ha sido siempre la herramienta preferida del poder y la elegida por todos los sistemas para ejercer la violencia.

¿Cuáles son, desde su punto de vista, las verdaderas raíces del racismo?

El racismo empieza cuando se pervierte un movimiento que es muy natural, como es el del sentido de pertenencia a la tribu, de modo que algo que creíamos haber vencido cuando con la Revolución Francesa se reconocen los derechos humanos, sin embargo no ha desaparecido ni aún hoy en día, sino que emerge cuando surge el odio al otro, al vecino, y uno de los mecanismos con los que se organiza es el racismo, sí, como también el nacionalismo perverso o la pertenencia a una iglesia o a una clase social… Debemos perseverar y mantener esas reacciones en cuarentena.

Sostiene que estamos perdiendo la capacidad de asombrarnos y reaccionar, de asumir aquella frase atribuida a Stalin: «Un muerto es un drama. Un millón de muertos, una estadística». Pero no solo pasa en las guerras. Véase lo que ocurre en la pandemia: nos hemos acostumbrado a escuchar cifras de muertos diarios sin parpadear. ¿Qué habría que hacer para sensibilizar a la ciudadanía?

Facilitar cifras estadísticas es necesario, pero eso no humaniza nada la situación. Uno de los grandes peligros que tenemos todos, porque forma parte de nosotros, es la capacidad de habituarnos a todo. A mis alumnos de Filosofía solía repetirles que el primer mandamiento es ‘No Acostumbrarse’, y no hacerlo porque eso implica acostumbrarse a lo bueno, a lo malo y a lo irregular. Al menos, empecemos por ahí: ¡Vamos a intentar afinar nuestra sensibilidad!

Uno de los temas a los que usted dedica especial atención es a la violencia de género, algo que ha habido siempre, pero las noticias que nos llegan de cómo se está ejerciendo a través de ciertos crímenes horrendos, de ciertas maneras de «ejecutarla», son propias de psicóticos. ¿A qué obedece este comportamiento que podríamos calificar incluso de enfermedad mental? ¿Tal vez al hecho de que el papel social de la mujer es cada vez más importante y que hay hombres que no lo asumen y se rebelan con violencia extrema?

Al revisar toda la historia de la humanidad, lo que se ve con toda claridad es que nunca se ha valorado el papel de la mujer ni su sufrimiento. El abuso hacia la mujer ha sido siempre no solamente consentido, sino casi no percibido, al punto de que en el repaso que he hecho a los horrores del siglo XX me he fijado en que la utilización de las violaciones masivas y organizadas como arma de guerra no fueron declaradas crímenes contra la humanidad ¡hasta el año 2008! Porque, para colmo de perversión de este asunto, las mujeres que habían sido violadas dentro de estas gigantescas atrocidades, no se atrevían a contarlo ya que, aunque eran las víctimas, se arriesgaban a que las mirasen mal. Ese diabólico entramado de sentimientos contra la mujer se basaba en una especie de indiferencia respecto de su suerte y eso sigue manteniéndose en muchos niveles.

Pero ¿por qué no están dando el fruto que se esperaba todas las medidas que se han tomado?

Porque creo que no se ha analizado bien este problema. La violencia de género tiene muchísimos componentes: no es lo mismo ese sentimiento de posesión, ese «la maté porque era mía» que el caso de un hombre que mata a su mujer, a sus hijos y se suicida. Son dos tipos de violencia distintos y cada uno tiene unos componentes diferentes, igual que es diferente la violencia de la manada que viola a una chica. Mientras metamos todas en el mismo saco, mientras no se vea exactamente cuáles son los componentes psicológicos y las motivaciones de cada una de esas violencias, nos encontramos con lo que hay: que las medidas no funcionan porque en muchos casos estamos retroalimentando el mismo fenómeno que queremos eliminar. Por ejemplo, yo he observado en mis alumnos adolescentes un brote de machismo fortísimo. Debemos decirles a las chicas que, cuando descubren que sus parejas les controlan el móvil o les ordenan la manera en que tienen que vestirse; cuando consideran que los celos son una demostración de afán de dominio y no un sentimiento de amor, deben reaccionar ya, porque si no serán cada vez más vulnerables. Y si, encima, le añades el «adoctrinamiento» del «todos los hombres son malos» lo que estás construyendo es otro tipo de machismo. Estamos siendo muy torpes en analizar el problema. 

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