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Vivir peor que los padres (o diferente)

Los jóvenes que ya vivieron la crisis de 2008 y ahora la covid se cuestionan, entre la inestabilidad de sus trabajos, si han empeorado sus condiciones de vida.

Elizabeth, Marina, Julio y Mauro, en el piso que comparten en València, mientras deciden qué ver en la televisión al término de sus jornadas laborales. JM LÓPEZ

El debate no es nuevo, pero sí se ha renovado. Prendió la mecha la joven escritora manchega Ana Iris Simón en un acto oficial en La Moncloa en el que apuntó con crudeza —frente al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez— al presente precario que afrontan las nuevas generaciones de españoles. La crisis de 2008 sembró de dudas laborales y vitales a los jóvenes que la pasaron y, sin que aquella tormenta se hubiera despejado del todo, el impacto de la crisis de la covid-19 en la economía española y valenciana puede dar el golpe de gracia a una nueva tanda de personas menores de 30 años.

Marina Guillén abre la nevera de su piso compartido, dividida en estantes para cada compañero. JM López

«Me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad. Con 29, que es la edad que tengo yo ahora, mis padres tenían una hija de ocho y esperaban su segundo hijo. Vivían en Ontígola, un pequeño pueblecito de Toledo de 1.000 habitantes. Mi madre trabajaba allí de cartera y la oficina estaba en nuestra propia casa, porque a mi edad, mis padres tenían, claro, una hipoteca. También tenían un coche (...), pero sobre todo tenían la certeza de que podrían mantener sus trabajos, a sus hijos y pagar la hipoteca», contó Simón, autora de la novela Feria (Círculo de Tiza, 2020), donde aborda los problemas de la España rural.

lejos de la vida de sus PADRES

En su discurso expuso lo que le sucede a ella ahora: no tiene acceso a un trabajo estable, ni a coche, ni a una vivienda en propiedad. Sí que es cierto que está embarazada, una rareza a su edad en España. Simón criticó que, al contrario que ella, muchos otros ven imposible tener hijos si no existen las condiciones para ello. Según sus palabras, tan amadas como odiadas en internet, habría que dar mayores ayudas a la natalidad en España —que hagan viable la economía española futura— y beneficios fiscales para que su generación no abandone los pueblos en favor de la aglomeración urbana.

lejos de la vida de sus PADRES

La Comunitat Valenciana, que desde hace décadas tiene al sector turístico como caballo de batalla a nivel laboral, sufrió en 2020, año covid, un desplome del 11,7 del PIB, según la Conselleria de Economía Sostenible. Se trató de una de las mayores caídas de España. Y, en cuanto a desempleo juvenil y tasas de emancipación, la Comunitat aparece a la triste cabeza del país.

lejos de la vida de sus PADRES

Un experto del Institut Valencià d’Investigacions Econòmiques (IVIE), Antonio Villar, reclama «acabar con la segmentación del mercado laboral que está diseñada contra los jóvenes» a través de los contratos temporales. «El problema, más que el desempleo, es la rotación», algo que, según Vidal, mete a los jóvenes en un bucle de malos empleos «que puede durar diez años». Eso sí, como nota positiva para esos trabajadores precarios adelanta que «en diez años se va a jubilar un 30 % de la población activa», por lo que se abrirá «una gran oportunidad».

Por otro lado, el sociólogo Rafa Castelló lamenta que «las condiciones sociales de las generaciones jóvenes son peores que las de la generación anterior», a la que él pertenece. El profesor de la Universitat de València piensa que la revolución tecnológica no se está aplicando «para el bien común», sino para el enriquecimiento de unos pocos: gran multinacional norteamericana, sí; tienda de moda del pueblo, no. «La promesa del sistema liberal capitalista de ‘si usted trabaja y se esfuerza, conseguirá mejorar sus condiciones de vida’ es falsa», recalca para describir el hoy.

València es una de las grandes ciudades de España —por detrás de esas dos aspiradoras de gente y talento llamadas Madrid y Barcelona— que cuenta con miles de jóvenes que deciden compartir piso con personas de su edad en su misma situación. Emancipados de sus padres, sí, pero sin vivir solos.

Elizabeth Arana (32 años), Marina Guillén (30), Julio Ayala (27), Mauro Janeiro (30) tienen trabajo, pero sus salarios apenas se alejan del sueldo mínimo interprofesional y el alquiler medio en la capital del Túria se comería la mitad de sus salarios si decidieran vivir solos. El Banco de España recomienda destinar al alquiler de la vivienda un máximo del 35 % del salario, y en esas cifras se mueve este grupo de millenials que responden cuando suena el timbre de un edificio de la zona de Cánovas.

Después de sufrir malas experiencias en pisos anteriores, juntos han ideado lo que Marina, una de las inquilinas, llama «el método». En «el método» ponen por encima de todo el compromiso con la limpieza, el orden, el respeto mutuo y la voluntad real de compartir vida con el resto de integrantes. Y por suerte, cuentan, les funciona a la perfección.

Su «método» es un ejemplo del entramado que deben idear muchos jóvenes valencianos para que su experiencia al compartir piso sea agradable. O sea, que no se traduzca en cuatro personas que entran en casa, pegan portazo, se encierran en su habitación, intentan evitar a los demás para comer y se pelean por cuánto tiempo usa la ducha cada uno. Para la historia de las redes sociales españolas ha quedado, por ejemplo, el caso viral de la joven estudiante manchega Elena Cañizares, a quien sus compañeras de piso intentaron echar de la vivienda cuando contrajo la covid aunque ella prometió no salir de su habitación más que para calentar tuppers y usar el inodoro.

Otros jóvenes deben, de manera más simple pero también frustrante, quedarse en casa de sus padres. Irene Peris, de 24 años, es vicepresidenta del Consell Valencià de la Joventut (CVJ), estudió Comunicación Audiovisual, ha cursado enseñanzas profesionales de clarinete y este curso acaba las de piano. Su labor en el CVJ es voluntaria y sus únicos ingresos proceden de las clases particulares de música que da. Así que vive con sus padres y, al tiempo, ejerce presión sobre las instituciones para mejorar las expectativas de su generación.

«Si los jóvenes no tienen acceso a un trabajo o el trabajo que pueden tener no es con unas condiciones óptimas, esto genera que no puedan emanciparse. Si además las condiciones de la vivienda son malas, naturalmente las personas jóvenes no pueden hacer un proyecto de vida y formar una familia», considera Peris. Ella, que sigue en la casa familiar, cree que «las personas jóvenes de hoy en día no viven igual que vivieron sus padres», y que la crisis del coronavirus «ha lastrado mucho más» los problemas que se arrastraban desde el fatídico 2008. «Si ya por entonces tenían difícil el acceso a un trabajo, ahora todavía es peor», lamenta.

Las mújeres jóvenes, más afectadas

Después de que 11.600 jóvenes mujeres valencianas hayan tenido que regresar a casa de sus padres tras la pandemia, en vez de pensar en tener hijos propios, ellas vuelven a ser las hijas bajo el techo de la infancia. «Yo creo que tener hijos ni siquiera pasa por la cabeza de las personas jóvenes. Si no encuentras un trabajo, por mucho que tengas una pareja y quieras vivir con ella, no puedes hacerlo porque no tienes ese paso previo que es la estabilidad económica, así que lo de los hijos ni siquiera se lo plantean», apunta Peris. Incide en que los avances tecnológicos, educativos y sociales de España en las últimas décadas «no compensan» lo que tenían las generaciones previas. «La base vital no la tenemos. La clave es la estabilidad. Por mucho que tú tengas otras cosas, si no tienes esa base no puedes estar viviendo mejor que tus padres», asevera.

El historiador Jorge Ramos Tolosa, profesor asociado de Historia Contemporánea en la Universitat de València, da la respuesta contraria a la gran pregunta: es decir, si los jóvenes españoles viven peor que sus padres. «Ahora tenemos muchísimas dificultades y hay una precariedad terrible, pero tampoco se puede idealizar cómo fueron los inicios de la vida laboral de nuestros padres y madres porque también sufrieron», considera Ramos, de 35 años y que ha vivido la mayor parte de su carrera con sueldos entre los 200 y los 500 euros como profesor asociado, a pesar de acumular premios extraordinarios en todos los niveles universitarios. Aunque su situación económica ha sido baja para la calidad de sus titulaciones, señala que «hay que estudiar» en qué época vivieron sus padres antes de lanzar consignas como la de Ana Iris Simón.

«Pasaron por el final de la violencia franquista, la transición, la represión patriarcal y de las personas LGTBi. Además de la cuestión de las drogas en los ochenta y la destrucción de muchos sectores económicos, industriales y manufactureros», repasa el profesor, quien también menciona las tempranísimas edades a las que empezaron a trabajar muchos de los nacidos en los cincuenta o los sesenta y las labores de casa y cuidados de los hijos —sin remuneración— que asumieron las mujeres.

Para Ramos, el marco de la cuestión no debe ser «antes era mejor y ahora peor», sino cómo «el sistema económico capitalista se va sofisticando para saber cómo maximizar sus beneficios». Ese «factor clave» de la precariedad actual se puede resolver, según él, con un retorno al «consumo de proximidad» y «soberanía alimentaria», un punto en común con el discurso de Simón, quien reclama que la vida vuelva a esos pueblos caídos en un segundo plano después del vaciamiento del tejido industrial y del sector primario español. Dice Simón: «Que los jóvenes de pueblo no nos veamos obligados a hacinarnos en grandes ciudades (...) pasa por revertir lo que nos trajo aquí, por reindustrializar el país, por una regulación inmobiliaria sin medias tintas y por medidas que beneficien nuestros productos frente a los de fuera».

Ramos matiza una de esas propuestas de la escritora —que ha confundido a muchos al poder situarse tanto en la izquierda revolucionaria como en la derecha conservadora del arco ideológico—. En concreto, el historiador valenciano considera que «cualquier solución debe pasar por la sostenibilidad», por lo que aquellas industrias de aquella España ya no tendrían cabida en una sociedad centrada en combatir una acuciante crisis climática.

Para los valencianos que deban trabajar en capitales de provincia, Peris propone «reducir el coste de los abonos de transporte público», algo que ve como un primer paso para que decidan quedarse en sus pueblos y que las raíces locales pervivan.

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