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Encrucijada hacia la normalidad mejorada

Completada la inmunización de los mayores de 12 años y alejada la incidencia del virus de los niveles altos de riesgo, la Comunitat Valenciana aspira a coronar la última desescalada en una fecha tan simbólica como el 9 d’Octubre. El ansia por recuperar la vida previa a la covid choca con los impactos sociales y psicológicos de una crisis que dejará huellas duraderas

Interior de un bar tras los cambios de las restricciones al ocio nocturno en València. JM López Dos personas caminan con y sin mascarilla frente a las Torres deSerranos. JM LÓPEZ

Nueva normalidad mejorada. Detrás de esta alambicada expresión se esconde la última etapa de una dura carrera a contra reloj que la Comunitat Valenciana aspira a coronar en la fecha más épica de su historia, el 9 de Octubre. El eufemismo oculta una realidad tan innegable como descorazonadora: han transcurrido 545 días desde el primer estado de alarma y las restricciones siguen condicionando de una manera u otra la existencia de 5 millones de valencianos. Pero la perspectiva de un nuevo escenario con menos limitaciones también brinda la esperanza de una pequeña conquista, 783 después de la entrada triunfal de Jaume I en la ciudad de València. De lo que se trata ahora no es de ganar una guerra por una porción de tierra y dignidad, sino de completar una desescalada -si la curva epidemiológica lo permite- para recuperar un pellizco más de aquello que antes de la pandemia solía denominarse «vida cotidiana». Es la merecida recompensa a año y medio esfuerzos y sacrificios compartidos para vencer un virus que deja tras de sí muchas familias devastadas y un cansancio emocional enorme para gran parte de la población.

Los ecos de algunas de las costumbres que por habituales nadie valoraba antes de la crisis sanitaria y que se esfumaron con la última ola de contagios han vuelto a reflejarse esta semana en las calles. La desaparición de la trasnochada figura del toque de queda, junto a la reapertura del ocio nocturno hasta las tres de la madrugada (con la posibilidad de llenar el 50 % de la capacidad interior de los locales), la supresión del límite de personas que pueden juntarse en una reunión social al aire libre y el incremento (hasta multiplicarse por dos) del aforo permitido en los eventos al aire libre han contribuido a aliviar el clima de hartazgo que se respiraba entre amplias capas y sectores de la población. El fuego purificador que el pasado domingo devoró las fallas más resistentes de la historia, confinadas en Feria València desde marzo de 2020, adquirió el simbolismo de un fin de ciclo en un momento en el que la Comunitat Valenciana se sitúa como la tercera autonomía española con menor incidencia acumulada de contagios, después de haber abandonado la situación de riesgo alto como consecuencia del desplome de la transmisión de casos y de las hospitalizaciones por covid, que se han reducido un 80 % con respecto a hace un mes. Esta evolución favorable del virus coincide en el tiempo con el desenlace del tan multitudinario como inédito proceso de vacunación diseñado para los mayores 12 años, que ha permitido inmunizar ya a 3,8 millones de valencianos hasta el momento.

Llegados a este punto, todos los interrogantes que acompañan a cada cambio de etapa vuelven a estar encima de la mesa:¿qué pasará a partir de ahora? Con el alto grado de vacunados alcanzado, ¿no es el momento ya de retomar el contacto físico?¿Volverán los abrazos y dejaremos atrás las mascarillas o nos costará retornar a las costumbres de antes?

Este diario ha tomado el pulso de media docena de voces expertas en ramas tan dispares como la sociología, la filosofía, la psicología, la psiquiatría, la epidemiología o la salud pública. Sus reflexiones sobre lo que deparará el nuevo escenario en el horizonte son dispares. Si algo ha puesto en evidencia la pandemia es que las arenas en las que se mueve el virus son tan movedizas que toda predicción puede quedar desfasada en cuestión de días. En lo que sí coinciden la mayoría de los especialistas es en que los efectos de esta larga situación de excepcionalidad serán duraderos y en que las alteraciones generadas en el comportamiento de la sociedad no serán tan pasajeros como podría pensarse. La nueva normalidad mejorada, sostienen, se parecerá mucho a la realidad actual.

Los estudios conocidos hasta ahora apuntan a que el impacto de la crisis ha causado estragos en las interacciones sociales y puede dejar secuelas profundas en un porcentaje no desdeñable de gente. Aunque más de la mitad de la población ha sabido adaptarse y probablemente saldrá reforzada con nuevas habilidades para enfrentarse a los problemas, los grupos más vulnerables y los colectivos de personas con más dificultades sociales o económicas lo tienen más difícil y muchos pueden quedarse por el camino si los escudos protectores de las familias o de la administración no lo remedian y si las medidas restrictivas siguen prolongándose sin un desenlace claro. Un dato muy a tener en cuenta es el aumento del 30 % en el número de jóvenes valencianos de 20 a 39 años que decidieron quitarse la vida en el primer año de la pandemia. Los expertos llaman la atención sobre el repunte del «malestar psicológico», del individualismo, de las situaciones de intolerancia social y de la crispación, producto en buena medida del carácter insólito y prolongado de la emergencia sanitaria. En lo que también sintonizan es en que cuestiones como el uso de la mascarilla o el teletrabajo perdurarán en el tiempo bien por razones de higiene y precaución o bien por comodidad, por economizar gastos o por reducir la huella ecológica. Lo que más divide, en cambio, es el grado de rapidez con el que se recuperará el contacto interpersonal de siempre. Unas voces creen que la pandemia no va a romper las costumbres y los comportamientos configurados a lo largo de siglos porque la vuelta a un tiempo pasado que fue mejor pesa más, pero otras auguran que la prudencia en los abrazos y en las distancias de seguridad con el interlocutor, junto a otros hábitos que se han extendidos con la covid, se quedarán en buena medida asentados aunque el riesgo de contagio remita. Y ello a pesar de que, en la búsqueda de la necesaria seguridad psicológica y de un mayor equilibrio emocional, la inmensa mayoría ansía abrazar la normalidad de la forma más acelerada posible.

Eso sí, primero tiene que ser posible. La desconfianza se palpa en el ambiente con el recuerdo presente de otras ocasiones anteriores en las que el levantamiento de las restricciones ha desembocado en un aumento de casos y en un repliegue de las libertades. Los epidemiólogos no descartan nuevas olas y sostienen que no puede bajarse la guardia hasta que se vacune también a los niños, se avance en la inmunización en otros países donde el proceso va muy rezagado y se compruebe con mayor detalle cómo evoluciona el virus camino del 80 % de la población con la pauta completa de inyecciones. Tampoco cabe hablar de normalidad, subraya el presidente de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Rafa Ortí, hasta que el nivel de incidencia acumulada baje de 50 casos por cada 100.000 habitantes (la mitad del índice actual que se contabiliza en la Comunitat Valenciana), lo que en términos del semáforo covid se consideraría un «riesgo bajo» de transmisión. «Cualquier relajación excesiva va a producir problemas que pueden tener consecuencias», avisa Ortí.

Otra incógnita para cuya resolución hará falta más tiempo es la de en qué medida se cumple aquel manido lema del «saldremos mejores». Los investigadores sociales consultados no son excesivamente optimistas. Con la que ha caído, quizás sea suficiente con que no salgamos peores. 

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