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Los ángeles del universo trans

Endocrino y sexólogo de la Unidad de Identidad de Género del Hospital Doctor Peset de València. Trataron a personas trans y les proporcionaron fármacos seguros y asistencia en consulta a inicios de los 2000, cuando la ley aún no lo contemplaba. «Era de justicia»

Marcelino Gómez (izqiuerda) y Felipe Hurtado Miguel Ángel Montesinos

Al principio Marcelino Gómez trabajaba de lo suyo. «Haciendo diabetes, haciendo tiroides». Estaba recién incorporado de la carrera en el Hospital Doctor Peset de València, pero un día empezaron a cambiar las cosas. Era finales de los años 90. «Veo que empiezan a ingresarnos pacientes, sobre todo mujeres trans mayores que se dedicaban a la prostitución. Muchas tenían cirugías mal hechas, se automedicaban, contaban que una peluquera les había inyectado aceite en las nalgas, mujeres que desarrollaban un tumor cerebral, un embolismo pulmonar... Historias de mucho dolor», recuerda. Ese fue su primer contacto con personas transgénero. «Pensaba en lo mal que estaban siendo atendidas, y empecé a generar empatía y sensibilidad con el tema».

Por esa época Felipe Hurtado también trabajaba de lo suyo, y también recibió a mujeres en su consulta de sexología. La historia es calcada. «Vi que eso no podía ser así, porque se estaban haciendo muchísimo daño y sin controles de ningún tipo». Se puso a indagar y a buscar bibliografía «para ver que se hacía en este tipo de casos y de alguna manera auto formarme».... Y Marcelino conoció a Felipe.

El endocrino y el sexólogo son dos ángeles. Es lo que sale de la boca de muchas personas trans a las que han atendido durante más de veinte años. Hoy forman parte de la Unidad de Identidad de Género del Hospital Universitario Doctor Peset. Se dedican sobre todo a tratar a personas trans, asegurarse de su salud y de que su transición sea lo mejor posible. Pero hay que retroceder veinte años, cuando no había unidad, ni expertos, ni legislación que amparara a estas personas.

A principios de los años 2000 la sanidad pública no contemplaba ninguna parte del tratamiento para una persona transgénero. Como cuentan Felipe y Marcelino, la transfobia presente en la sociedad hacía que ellas (la gran mayoría eran mujeres) acabaran ganándose la vida ejerciendo la prostitución en lugares como la Avenida del Oeste de València. El cóctel se completaba con la automedicación, provocada por el desamparo de la Seguridad Social. «Acababan tomando fármacos tóxicos, anticonceptivos que llegaban de Brasil de mala calidad...» recuerda Marcelino.

Fue entonces cuando empezó a recibir la visita de varias oenegés a su consulta y tomó una decisión profesional valiente, movido por algo que «es de justicia». Pese a estar fuera de la carta de servicios, empezó a ayudar a estas mujeres trans junto a Felipe. A tratarlas, a sacarlas del pozo. «Aquellas mujeres en blanco y negro acabaron siendo multicolor cuando salían de la consulta», dice.

«Recuerdo perfectamente ir recogiendo muestras de anticonceptivos orales que mis compañeros ginecólogos tenían en la consulta, en la puerta de al lado. Después quedaba con Cruz Roja, o con Médicos del Mundo, y nos íbamos a zonas como el barrio de Velluters. Allí veíamos a las mujeres y se los cambiábamos. Recogíamos los malos, los que no tenían que usar, y a cambio le dábamos los modernos y seguros. Les explicaba que eso no se lo tenían que tomar, que aquello no se lo debían pinchar. Y les pedían que se vinieran al hospital, para que viera cómo estaban».

Marcelino Gómez, endocrino Miguel Ángel Montesinos

"Ya se ha pasado la época de la pancarta. Nosotros la hemos agarrado mucho tiempo, pero ahora necesitamos más recursos"

Marcelino Gómez - Endocrino

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May Chordá, una de esas mujeres trans que, aunque no fue tratada por Marcelino pasó por todo ello lo recuerda así. «Las mujeres se pinchaban las unas a las otras, o se pinchaban el triple de dosis porque estaban ansiosas de estar por fin como ellas querían. Muchas desarrollaron hasta cirrosis. Nos estábamos matando poco a poco», explica.

Marcelino y Felipe formaron un equipo. Y siguieron trabajando en la cuerda floja, en la alegalidad. Se empezó a correr la voz, y por el boca a oreja empezaron a llegar personas de Murcia, Castilla-La Mancha, Baleares... Pero lo hicieron, recuerdan, por buena voluntad y por compromiso, porque «era de justicia». En aquella época «ningún médico quería meterse en ese jardín, nadie quería tratar los problemas de esas mujeres», recuerda Hurtado. Llegaban casos realmente duros. «Recuerdo el de un chico, que fue a una clínica privada de València donde le prometieron que le quitarían los ovarios y el útero». Y lo hicieron... pero sin tratamiento hormonal después. «Tenía unos problemas serios, una descalcificación, en definitiva estaba viviendo una menopausia con 20 años ¿Cómo no iba a tratar a esa persona?», incide.

Muchos tratamientos, como recuerdan, se hicieron de forma compasiva. «Gracias a la buena voluntad de algunas personas». Cuentan que «aquí con el PP se han puesto prótesis de mama, cosas que no se hacían en ningún otro sitio de Europa. Lo conseguíamos hablando. ¿Qué dice el jefe de servicio?Que no le importa ¿Y el anestesista? Ha puesto un poco de reparo, pero al final se hizo. Íbamos caso a caso concreto y al final los médicos decían ‘mira, esto es una cosa de justicia’, se ponían en la piel de esas personas y lo entendían». Para Marcelino esto demuestra que «la sociedad siempre está por delante de las leyes».

Fue con la ley 3/2007 reguladora de la rectificación registral de la mención relativa al sexo de las personas recién aprobada cuando llegó su primera reunión de conselleria. Entonces se empezó a hablar del tema y dar algunas pautas, aunque nada por escrito.

Los derechos para el colectivo trans han ido ampliándose con los años hasta llegar a la ley valenciana de 2017, considerada por los entrevistados como «la más completa de España». Pero esto no fue siempre así, y Felipe y Marcelino tuvieron que batallar e inventar tretas para garantizar la prestación de estas personas y conseguir algo que, hoy en día, es de sentido común.

«No podíamos recetar anticonceptivos si el nombre era de hombre, entonces se nos ‘olvidaba’ ponerlo entero en la receta, o poníamos solo la inicial para que ellas pudieran recogerlos y tener acceso a fármacos modernos». Otro procedimiento «humillante» era la ley que obligaba a las personas trans a desnudarse frente a funcionarios para que estos comprobaran sus genitales. Felipe y Marcelino recuerdan que «adjuntábamos siempre cariotipos en el informe para que el funcionario lo viera y no hiciera falta pasar por ese trámite a las personas».

El propio Felipe recuerda bien su paso por decenas de juicios, donde le llamaban a testificar sobre si la persona tenía una identidad de género distinta a su sexo biológico. En cuanto a los diagnósticos «no podíamos poner ‘transexualidad’, así que escribíamos hipogonadismo o algo similar para poder recetarle aquello que necesitaba», recuerda Marcelino. Felipe, incluso, llegó a contactar con trabajadoras sociales y oenegés para conseguir trabajo o formación laboral a estas mujeres.

En la calle, la transfobia se llevaba por delante las vidas de muchas mujeres. «Ya hacía mucho tiempo de la ley de peligrosidad, pero igualmente muchísimas de ellas acababan en el calabozo», comenta Marcelino. Como matiza Chordá, que tuvo que prostituirse en la época «nos veíamos abocadas a ello o al mundo de la farándula», no había más opciones. Explica que ella fue repudiada por su familia en 2002, por trans y por prostituta. «¿A qué nos exponíamos? A ser apedreada, violada, agredida verbal y físicamente...», recuerda.

Chordá cuenta que llegó a robar botes de medicamentos a su madre para repartirlo entre sus compañeras y que se aplicaban descargas eléctricas en el rostro en peluquerías para quitarse el vello facial. Muchas mujeres siguen con marcas a día de hoy. «Muchas mujeres se inyectaban en la cadera y los pechos. Lo hacían personas desde sus pisos particulares en Madrid y Barcelona, en unas condiciones de higiene terribles. A una amiga le inyectaron silicona líquida en la vena y casi pierde la vida...», rememora.

Felipe Hurtado, sexólogo Miguel Ángel Montesinos

"Adjuntábamos cariotipos en los informes para evitar que el funcionario desnudara a la persona y tener que pasar por ese proceso tan humillante"

Felipe Hurtado - Sexólogo

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Ha pasado mucho desde esa situación, con un avance de derechos y reconocimiento incontestables para el colectivo. Ahora Marcelino y Felipe piden dejar de sujetar pancartas. «Nosotros las hemos llevado mucho tiempo, pero ya ha pasado la época de la pancarta, necesitamos más recursos» reclama Marcelino. «Tiene razón en que la ley es fantástica pero tiene que desarrollarse y poner los medios que hagan falta», complementa Felipe.

El sexólogo explica que, por ejemplo, este año ya lleva a 170 pacientes «a los que no tengo que ver solo una vez», y que en su día a día no para de forzar la agenda. Marcelino igual. «La gran mayoría del equipo de la unidad sufrimos del síndrome del trabajador quemado. Queremos tirar la toalla pero no lo hacemos por lo de siempre, por compromiso, pero no podemos estar toda la vida trabajando por voluntad».

Otros problemas que pesan sobre la Unidad de Identidad de Género son, por ejemplo, que no aparezca dentro de la web del hospital y sea casi imposible encontrar un teléfono o correo de contacto. «Llevamos ya ni sé las cartas a Sanidad para que solucionen esto, pero nada», se queja Felipe. También el desconocimiento sobre su existencia, «hasta hace nada me he encontrado con casos que su médico de cabecera les había dicho que no había nada así». Tampoco hay, por ejemplo, la posibilidad de contactar con ellos por interconsulta. «A veces consiguen mi correo personal o llaman pero después de estar preguntando un buen rato», denuncia Hurtado.

Falta también formación y sensibilización. «Este tema en las facultades no se toca para nada, solo en algunos posgrados en los que participo, pero ya está», dice Hurtado. Y en los hospitales todavía se reproducen comportamientos poco éticos; «sigue habiendo mucha transfobia en el campo sanitario. Compañeros que nos dicen ‘estos son enfermos mentales’ o ‘yo a este no le trato’. Sigue siendo una realidad, la transfobia sigue metida en el caparazón de mucho médico» , denuncia Marcelino.

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