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| Exconseller y exsecretario de Organización del PSOE.

Ciprià Ciscar: "Solo queda en política aquello que es fruto de negociación y acuerdo"

Dejó la primera línea en 2019, tras cuarenta años en cargos. Esta es su etapa de mayor felicidad, dice, porque lo ve todo con más serenidad. Puede reflexionar y elegir sus silencios.

Ciprià Ciscar (Picanya, 1946), durante la entrevista, en su casa. fernando bustamante POR ALFONS GARCIA

El periodista debe admitir de entrada su fracaso (un día más) cuando la frase más repetida en una entrevista es «esto no lo tratamos, por favor» en versiones distintas. El periodista debe reconocer el valor del personaje que, pese a los años transcurridos, continúa respetando la discreción y la lealtad con quienes compartió primera línea política. Su casa es la misma que la de sus bisabuelos, en el municipio del que fue alcalde hace más 40 años. Es una casa de pueblo, con un salón que sorprende, al que el adjetivo ecléctico no hace justicia. Ciprià Ciscar es uno de los políticos valencianos más veteranos, con una trayectoria desde los tiempos de la clandestinidad hasta las últimas elecciones de 2019, cuando decidió dar un paso al lado antes que aceptar el refugio del Senado. La experiencia no impide que siga mostrando kilos de timidez cuando el fotógrafo pone el objetivo delante. Prepara unos cafés y agua con gas en el silencio de la casa, enlucida de libros y salpimentada con algunas fotos y recuerdos.

Hace unos días oí a Fernando Trueba decir que es maravilloso no estar. ¿Lo comparte?

Puede tener razón. No estar permite estar donde uno quiera. Lo entiendo.

¿No estar o estar en la sombra, el poder en la sombra? ¿Qué es mejor?

No estar en primera línea política tiene elementos muy placenteros. Durante un tiempo a lo mejor el noble deseo es estar, pero superado eso, no estar es una liberación, porque se ven las cosas con mayor objetividad. No se incide directamente en las cosas, pero en política se equivoca quien cree que estar es poder.

¿No hay adicción al poder?

Estar, si se entiende como poder, sí genera una adicción muy grande. Aunque uno esté mucho tiempo en una misma actividad, si tiene imaginación le quedarán muchas cosas por hacer. Por lo tanto, es mejor que vayan estando varios. La presencia en los gobiernos hace darse cuenta de que realmente el poder es menos del que se cree. Hay muchas limitaciones.

¿Es verdad eso de que el poder realmente es de la economía, de los grandes capitalistas?

En gran medida, pero no total. Pueden dejar de influir tanto como quieren. Es decir, el poder es compartido, es amplio y tiene limitaciones. Por eso siempre he pensado que desde el punto de vista de una fuerza política, la aspiración tiene que ser la mayoría. Pero aún cuando se tenga, solo permanece aquello que es fruto de negociación y acuerdo.

Además hoy las mayorías absolutas son imposibles.

Aunque lo fueran. Cuando nosotros, al principio de la autonomía, aprobamos la Llei d’Ús i Ensenyament del Valencià teníamos mayoría absoluta, pero me pareció que si no había un acuerdo, eso tenía corta duración. Como sucede muchas veces con las leyes educativas. El poder, aunque se tenga la mayoría suficiente, en las cuestiones trascendentales hay que compartirlo, porque eso significa permanencia de las conquistas y planteamientos que aúnan a la sociedad, que ya no se acuerda de quien los ha producido, porque son suyos, y los defiende. Si uno tiene la idea de que son de otro, la amenaza está ahí.

Esa idea de los unos y los otros quizá es la que hoy marca más la política de hoy, muy de bloques.

Es un defecto que estamos viviendo. Y el otro bloque cuando gobierna se siente en la obligación de cambiar todo. ¿La Constitución, por qué aguanta 40 años? Porque fue fruto de un pacto. En el Estatut d’Autonomia había visiones distintas, pero hubo habilidad en que mientras unos discutían símbolos, denominaciones y tal, otros iban cargando competencias, que es lo que cuenta.

¿Al final lo que hubo fue una transacción de símbolos por competencias?

Hubo que sacar adelante el Estatut, porque si no, no se podía. Fue rechazado inicialmente. La compensación de muchas cosas fue que, aunque no se fue por la vía del artículo 151 de la Constitución, a los pocos meses estaban las transferencias del 151 solo para la C. Valenciana y Canarias. La discusión era más simbólica que de contenidos, pero lo esencial eran estos para configurar una autonomía sólida y amplia.

Entonces qué absurda aquella ‘batalla de Valencia’, ¿no?

Era una batalla contra la autonomía. El éxito fue conseguirla con todas las competencias. Es verdad que se tardó, desde 1979 hasta el 1 de julio de 1982.

Lleva tanto en política activa que casi nadie sabe que antes fue abogado. Representó a la familia en el caso de Miquel Grau, porque se lo propuso Carles Dolç, y su primer alta a la Seguridad Social fue como profesor, cuando aún pensaba si ser diplomático.

Su primer sueldo de la política (150.000 pesetas, menos de mil euros) fue como conseller, porque de alcalde de Picanya no cobraba. «Eran momentos austeros», recuerda, en el gobierno autonómico de Joan Lerma, donde llevó la cartera de Educación y Cultura hasta 1989. La Llei d’Ús i Ensenyament del Valencià y el IVAM son fruto de esa etapa.

¿Hasta dónde llega su valencianismo, se puede calificar de nacionalismo?

Lo he pensado a lo largo del tiempo y creo que lo que siento es más una cuestión de justicia, igualdad y respeto hacia culturas que un planteamiento identitario nacionalista, que me parece que en el siglo XXI sólo trae problemas.

¿Es así por lo sucedido en Cataluña estos últimos años, por el ‘procés’?

Yo diría que antes. También contribuye, pero en pleno siglo XXI pensar que lo mejor es lo de uno y que nada hay igual en un mundo tan complejo e intercomunicado es un error. Por ejemplo, cuando la Llei d’Ús, dije que hacían falta tres años para ponerla en práctica y que en 50, que nos vamos aproximando, se verían los efectos. Y son que hoy día la gente ha de estimar su cultura y su lengua, ha de tener un cierto dominio, pero es muy importante también saber otras lenguas e interrelacionarse con el mundo. Y saber que es un problema de justicia e igualdad entre las personas, no de identidad. Al final volvemos a lo de siempre: Estado democrático de derecho. Eso es lo fundamental. Y luego, aspiración a la mayoría.

¿Y ese esquema lo ve amenazado hoy con la presencia de la ultraderecha o cree que es una situación coyuntural?

Todo es posible, pero a lo que nunca hay que renunciar es a la mayoría para practicar el diálogo y el acuerdo. No por necesidad, sino por permanencia de las políticas. El pasado está bien para detectar errores y aciertos, pero lo importante ahora es saber qué esperamos del siglo XXI. El XX ya está cerrado y mi idea clara (habrá otras), es que el político más importante que ha tenido el siglo XX en España se llama Felipe González.

¿En todo el siglo XX?

Sí, en todo el siglo XX, aunque ha habido otros políticos relevantes, como Manuel Azaña y Adolfo Suárez. Del siglo XXI no me atrevo a decir, porque estamos en el primer cuarto. Sé que la opinión del XXI no la puedo dar, puedo hacer previsiones, pero nada más.

¿Son previsiones optimistas?

El pesimismo sólo solo contribuye a crear tristeza y limitación. El optimismo real permite transmitir alegría. Y en política tiene que haber pasión y alegría. Está bien ver las cosas de una manera realista, pero hay que apostar por el optimismo a partir de una respuesta real a la sociedad, porque si no, el optimismo es difícil de mantener. Hay una especie de nube populista, pero hay que pensar que sea una cuestión pasajera, que surge porque hay mucha frustración y desesperanza.

Ha hablado varias veces de la Constitución en términos elogiosos, pero esa frustración surge de algo, de un contexto político que tiene su origen también en la Constitución. Quizá no ha sido tan positiva.

La frustración siempre surge por las expectativas que se han formado, por la actuación no correcta de quienes gobiernan y por aspiraciones irrealizables. Todos esos elementos crean una frustración y una desconfianza que se pueden proyectar en un populismo. Obliga a más exigencia. A defender que cabe todo el mundo en nuestro modelo, pero es esencial el Estado democrático de derecho. Que no venga uno y diga que el poder judicial ha de estar sometido al legislativo o que los medios de comunicación han de hacer lo que diga el poder.

Eso está pasando en países de Europa, no están tan lejos.

Claro que está pasando. Y ese es el problema. Por eso creo que hoy es más necesaria que nunca la defensa del Estado democrático de derecho para vencer cualquier tentación de quien está en la desesperanza. Lo segundo, ejemplaridad del gobernante y exigencia de la sociedad.

Hablar de ejemplaridad es hablar de corrupción. ¿Ha tenido propuestas para corromperse?

No puedo decir haber rechazado algo porque nadie me ha propuesto nada. Lo hubiera rechazado. Quizás también funciona un cierto respeto cuando se sabe que esa no es una vía, porque cuando alguien intuye que la hay, la utiliza.

Estuvo en Madrid en la época de Luis Roldán y trató con una serie de personajes que luego han salido mal parados.

La corrupción ha dañado mucho a la política. Como decían los abuelos, el que no vulgues que se sàpia, no ho faces. Porque antes o después aparece. Pero la mayoría de políticos sigo pensando que no han estado involucrados en estas cosas.

La corrupción casi siempre surge cuando se consolida un proyecto y se llevan muchos años en el poder.

El poder ejecutivo es bueno que no se eternice, aunque esté la misma fuerza política, porque transcurridos unos años uno puede tener la tentación de creerse que es para siempre. Y no lo es.

En aquellos años 90 se empezó a hablar de la cultura del pelotazo y la ‘beatiful people’, germinó una izquierda obnubilada por el dinero. ¿Esa deriva solo podía llevar al derrumbe del proyecto socialista?

Tuvo su repercusión, pero en España, cuando se inicia el periodo democrático, en 1978, la renta per cápita estaba en 5.000 dólares. En el año 2000 estaba en 25.000. Es un crecimiento espectacular. ¿Cuántos universitarios éramos en España a finales de los 60? Aquí en València había unos 12.000, nos conocíamos casi todos. Ahora hay 1.800.000. Todo eso ha hecho que este país cambie, que haya más oportunidades, gente más culta y preparada y a su vez también algún que otro aprovechado.

Quiere decir que es mucho más lo positivo que las marcas de la corrupción.

Sin duda. Nunca debieran haber ocurrido estos casos, pero la ambición humana de poder y dinero está ahí.

Ahora que vemos el caso de las mascarillas en Madrid en lo más duro de la pandemia o el sumario de Azud, se puede pensar que llevamos marcado ese gen en nuestro ADN, que en otras culturas parece no darse.

La sociedad ha de tener recursos para atajar todo eso. Control, vigilancia y actuación. En estos años se ha volcado mucha gente en la acción política y cuando se gobierna hay necesidad de muchos puestos. Hay gente con un afán de aprovecharse, pero no se puede generalizar.

¿Ha visto muchas traiciones en su experiencia política, ahora que dice que se ha incorporado mucha gente?

No. Al poder, como a la miel, se acercan muchas moscas, y no hay que esperar demasiado, sino entender que la condición humana a veces es así. Y que la gente también evoluciona.

El IVAM fue el primer museo autonómico de arte moderno. Era 1984, aquellos años en los que Andreu Alfaro pasaba cualquier tarde por la conselleria y se llevaba al político a cenar y hablar hasta las mil y quinientas a casa de Joan Fuster. «Fue en una exposición de Alfaro en Barcelona. Le dije que teníamos que hacer una en València. ‘El arte no es una exposición. El arte es una apuesta y no quiero ser el primero, porque dirán que es localismo’, contestó». Ese es el germen del IVAM. El triángulo se acabó de conformar con Tomàs Llorens, elegido como director.

No fue todo fácil. Algunos querían un museo de artistas valencianos contemporáneos. El empujón para la trascendencia internacional fue la compra del legado de Julio González. Y de eso quien dio la pista fue el pintor Eduardo Arroyo. «El éxito mayor del IVAM es que ya no recuerda nadie quienes lo hicimos. Es de la sociedad valenciana», señala Ciscar ahora.

¿Son sus dos hijos pródigos, el IVAM y la Llei d’Ús del Valencià?

Yo tengo mucha estima a los temas en educación: el incremento de centros docentes, de institutos y eliminar la segregación por sexos. Y acabar también con una separación que había con niños de etnia gitana.

¿En algún momento se echa en cara no haber dado el paso de intentar ser ‘president’ de la Generalitat? ¿Lo vive como una frustración?

Para nada. Aquí tuvimos un periodo muy largo de gobiernos del PP. En el caso nuestro, un presidente único, durante 12 años, y el periodo actual, de coalición. Hay un equilibrio que no encontrarás en ninguna otra autonomía. En 40 años hay 20 y 20 de gobiernos progresistas y conservadores. Ni Madrid ni Galicia, ni Castilla y León, ni Andalucía, ni Cataluña. Eso tiene que dar de pensar también sobre dónde estamos y cómo estamos. Quiere decir que aquí hay una izquierda fuerte y una derecha fuerte.

Ahora que se habla mucho de las cloacas del Estado, ¿puede dar fe de que existen?

No he estado en lugares ejecutivos. Yo no tenía certeza de que existieran como tal.

Era la etapa de los GAL.

Si las había eran contra el Gobierno. No era una acción derivada de este.

¿Le gusta más el Felipe que conoció en aquellos años 90 que el que ahora elogia la derecha?

La derecha lo elogia porque no está. Pero en cualquier caso, el liderazgo tiene una función de comprensión del momento y de respuesta hacia el futuro. En ese sentido Felipe no mira hacia el pasado, está pensando en lo que pasa hoy y lo que puede pasar mañana. Eso me parece que es un rasgo de líder.

Se ha referido varias veces a liderazgo. ¿Faltan líderes en la España de 2022?

No lo sé. El liderazgo es el que se anticipa a los acontecimientos, el que percibe el estado de ánimo de la gente y es capaz de cambiarlo. El liderazgo no es el carisma.

Cuando uno da nombre a una familia política es porque es líder de algo. Todavía sale en algún papel lo de ‘ciscaristas’.

Es una cuestión de referencias políticas y personales, pero no es real.

¿No se ha sentido líder?

No. Me he sentido defendiendo lo que he creído en cada momento y sabiendo mi papel. Como secretario de organización, me he sentido leal y solidario con el secretario general. ¿Compartes al 100 % todas sus opiniones o decisiones? Seguramente no, pero la lealtad es también eso.

¿A un político joven le recomendaría antes sinceridad o lealtad?

Sinceridad para ser leal, porque sin sinceridad no se es leal. Lo otro es sumisión.

La epidemia de covid no ha dejado a nadie indemne. Ciscar deja una refleción también: «Me ha dado un poco de pena que todos quisieran sacar pecho. ¿De qué? Gobernar no es ir de verbena, estás para todo lo que sucede y especialmente para lo que constituye un problema para la gente. Pero no puedes sacar pecho, porque siempre falta. Son temas de los que no puedes presumir, sino aprender. Y unir».

¿Esos han sido algunos de los últimos consejos que ha dado a Ximo Puig?

Se lo he transmitido. Y que hay que tener solvencia y pensar que nosotros queremos gobernar y ser mayoría. En todo caso, el Gobierno de Puig ha demostrado capacidad de respuesta y de defensa del interés general en un tiempo de dificultades muy duras. Ha mejorado muchos aspectos, sanitarios y educativos, de los valencianos con mucho esfuerzo.

¿Es viable descentralizar más? ¿O es una promesa de eslogan?

Hay bastante de eslogan, pero se pueden descentralizar cosas. Hay otras que no tiene sentido. ¿Descentralizar el Senado? Lo que hace falta es reformarlo y que sea una cámara territorial. Da igual dónde te lo lleves.

¿Está costando más entenderse entre los socios de lo que debería?

El problema es que se ha ido tanto a una dinámica de bloques que lo que tú subes, lo baja el socio.

¿Al final, con esta situación de bloques, es más posible que haya acuerdos entre PP y PSOE o eso es cargarse las bases de la democracia?

Aquí es una experiencia no hecha. Hay dificultades. Feijóo está buscando voto moderado, pero para algo así tienes que llegar a acuerdos previos. Si todo eso no se produce es difícil, lo que se acentúa es la política de bloques. Y es lo que se está dando.

¿Cree en los cordones sanitarios a la ultraderecha?

Tienen que ir ayudados por sistemas electorales. En Francia es fácil porque hay una segunda vuelta, que es más que un cordón sanitario. En cambio, el sistema español, por mucho que algunos lo criticaron, es muy favorecedor de la presencia plural y amplia.

¿Y hay escapatoria al desgaste cuando tienes el poder? Vivió esa época final de Felipe, donde era previsible la derrota.

Con el tiempo siempre se produce desgaste, porque alguna cosa no se resuelve a gusto de los que te apoyan Algunos sostienen que lo que más desgasta es no tener el poder. El tiempo marca. Cualquier período de diez o doce años de gobierno deja huella.

¿Con qué etapa de su carrera se queda, cuál sería la de mayor felicidad?

La de ahora. Lo veo todo con más serenidad y menos riesgo. Tengo el mejor recuerdo de la etapa de conseller, aunque en algún momento tensa.

¿La relación con Lerma es mejor ahora que cuando estaban en el poder?

Acabábamos entendiéndonos. Había una capacidad de buscar el acuerdo. Yo pude hacer algún amago, pero nunca di el paso. Me hubiera sentido mal haber contribuido a quitar a alguien. Para eso te vas.

¿Y cómo ha llevado la relación familiar y política, porque su cuñado (Rafael Blasco) ha estado en prisión y su hermana ha estado investigada?

Eso me agota… Lo hablamos en otro momento.

¿Las caídas humanizan?

Debieran humanizar, pero tampoco lo sé, depende mucho de cómo uno es.

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