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Incubar segundas oportunidades para cambiar vidas

En España, había 12,5 millones de personas en riesgo de exclusión en 2020, según el informe Arope. Mirar hacia otro lado no era una opción para Melquiades Lozano y Andrea Platero, que impulsan un proyecto de emprendimiento inclusivo para quienes necesiten crear su medio de vida.

Karla Fiol muestra una de las tartas decorativas que ha elaborado. . m.a.montesinos

Melquiades Lozano dedicó veinte años de su vida a la empresa. Con su traje y corbata, trabajaba a diario en una consultora, con lo que su situación económica y profesional era envidiable. Su voz interior, sin embargo, le pedía a gritos que se lanzara a la calle a tender una mano a los que más lo necesitaban. Así empezó a compaginar las reuniones en despachos con el voluntariado. El shock llegó cuando se encontró charlando en un banco con una de las personas sin hogar a las que acompañaba, justo delante del edificio donde se había citado ese mismo día con los directivos de una importante empresa. «Son 20 metros de distancia y dos universos paralelos», reconoce. A partir de ese momento, su impulso para «hacer algo» se hizo cada vez más fuerte. Fue entonces cuando tomó la decisión de dejarlo todo atrás y dedicarse a brindar segundas oportunidades a las personas en riesgo de exclusión que necesitan trabajar para poder subsistir y que ya han agotado todos sus recursos. La misma segunda oportunidad que la vida le dio a él hace cinco años para construir «una familia con valores».

Melquiades Lozano es cofundador, junto con Andrea Platero, con la que además comparte su vida, de la Asociación Con Valores, una incubadora de «emprendimiento inclusivo». «El principal factor de exclusión es la falta de trabajo», apunta Lozano. En España, según el informe Arope 2021, 12,5 millones de personas, el 26,4 % de la población, estaban en riesgo de exclusión social en 2020. Además, Cáritas señala que facilitan acogida anualmente «a casi 40.000 personas sin hogar en todo el país». Rompiendo con la desconexión que existe entre el ámbito empresarial y social, Melquiades y Andrea, con su trayectoria en diferentes oenegés, pusieron en marcha en 2019 el proyecto con un objetivo claro: ayudar a quien necesite crear su propio medio de vida, un autoempleo.

«Empezamos ‘incubando’ a nueve personas, ahora son cincuenta en cada edición», señala Melquiades. En total, han participado ya 179 emprendedores y suman cinco ediciones. Además, la incubadora tiene el apoyo de numerosas empresas y entidades sin ánimo de lucro. Así, han pasado de contar con veinte profesionales del negocio a los 150 mentores y mentoras que colaboran de manera altruista. Para sustentar la iniciativa solidaria, se financian un 70 % con fondos europeos, un 20 % con el convenio firmado con el Ayuntamiento de València para que los Servicios Sociales les deriven posibles integrantes y un 10 % de donaciones.

Cada una de las casi doscientas personas que han pasado por la asociación constituyen una historia de superación. Durante la ‘incubación’, que son tres meses de aprendizaje y dos de seguimiento, los emprendedores y emprendedoras tienen una formación de cuatro horas a la semana; dos horas de mentorización por equipos según su actividad económica; sesiones de coaching; y un cuarto bloque de validación en la calle, donde van empresa a empresas presentando su propuesta. «La idea es ser capaces de dar herramientas útiles y prácticas, adaptadas a su nivel formativo», detalla Melquiades. ¿Consiguen triunfar? «¿Qué es el éxito?», se plantea. Para él lo importante es «generar un efecto positivo en las personas». «Vamos a elevar sus conocimientos. Vamos a crear un grupo humano que no existía hace meses y que se convierte en familia. Y el 33 % de los ‘incubados’ aproximadamente va a generar ingresos, aunque en muchas ocasiones no sea un sueldo completo», afirma.

Karla Fiol participó en la cuarta edición, que se desarrolló de septiembre a diciembre del año pasado. Llegó de Venezuela hace cuatro años con su marido y sus dos hijas como solicitantes de asilo político. Ambos son arquitectos, pero ella quiere cumplir su sueño: abrir un negocio de tartas decorativas. Cuando contó su historia a las voluntarias de CEAR, estas le animaron a que se inscribiera en la incubadora. Gracias a la asociación ahora ha conseguido un contrato con una cocina de alquiler, se está dando de alta en autónomos y participa en el proyecto Impulsa de Cruz Roja. «Lo más importante que me han enseñado es a ver que hay otras oportunidades. Me han explicado de qué manera hacer las cosas y que no todo necesita una gran inversión o tener que alquilar un local», subraya. El proyecto le ha cambiado la vida y le ha permitido «recuperar la seguridad en mí misma y valorar mi producto y mi experiencia».

En la misma edición participó Julián Ros, un valenciano de 56 años que había agotado el subsidio de paro y que no podía acceder al de mayores de 52 años. Escuchó sobre la incubadora en Asuntos Sociales, donde le instaron a que se apuntara. Su suerte fue coincidir con dos personas de su mismo perfil, Enrique y Norberto. Los tres han iniciado un proyecto de montajes eléctricos al que la incubadora proporcionó un cliente desde el principio, la empresa Robotnik. Ahora continúan en la búsqueda de nuevos proveedores. Cinco meses después, mantiene el vínculo con la organización. Recientemente, viajó a la capital de Letonia para formar parte de una de las iniciativas europeas a las que se suma la organización, que ya tiene nueve en marcha, para compartir experiencias y buenas prácticas con otras entidades similares.

Una familia con valores

Tanto él como Karla coinciden en el gran equipo que se forma. Para Melquiades es una «familia con valores». «La incubadora te hace sentir que no estás solo. Uno se ahoga en un vaso de agua, porque ve su drama y piensa que es el único que no tiene dinero o que no puede cumplir su sueño. Cuando llegas aquí, ves que hay otras personas como tú. Es como un gran grupo de apoyo. Toda la preocupación que muestran por nosotros, te hace sentir cobijado, te da tranquilidad y paz, es como la palmadita en la espalda que necesitas», admite Karla. Ambos valoran el trabajo de los profesionales. «Hay un equipo humano muy grande. Te apoyan emocionalmente y tienen mucha empatía. Su ayuda era una manera de decirnos ‘tira para adelante que para atrás no hay nada’», insiste Julián.

A pesar de la distancia entre el sector de la empresa y el social, «al 70 % del mundo empresarial sí le importa lo que le pasa a estas personas», recuerda Melquiades. Él lo achaca a que muchos de ellos «viven en su burbuja». «El primer regalo que se lleva el mentor es acordarse de lo afortunado que es. Ni el contrato más grande que ha firmado, ni el acuerdo más grande que ha cerrado son comparables con las miradas de agradecimiento. Lo otro es efímero, superficial, esto no. Somos ultra millonarios emocionalmente. El sueldo que tenía en la consultora no lo veré nunca, pero cada seis meses generamos un grupo de personas que se incorporan a nuestra familia», destaca.

Para intentar ampliar esa comunidad y no dejar fuera a nadie, han iniciado un programa piloto con veinte emprendedores en el que las sesiones son telemáticas y sin límite de inscripciones. «Nos faltan algunas cosas de la presencialidad, pero ganamos el poder llegar a más gente y abrirnos a otros países. Queremos una incubadora que, en cada lugar en el que haya personas en riesgo de exclusión que quieran crear su propio medio de vida, nosotros podamos aportarles conocimiento y una propuesta de emprendimiento», matiza Andrea Platero. Con todo, Melquiades no puede evitar la emoción al recordar el vuelco que dio su vida. «Hay millones de personas que están en circunstancias complicadas y eso es problema de todos. No se puede mirar para otro lado. Cuando alguien está en esa situación, si no le ayuda nadie es imposible que salga de ahí y ese alguien puedes ser tú», concluye.

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