Nos hacía falta un baño de aguas levantinistas, croar en ellas junto a multitud de granotas, reencontrar las señas de identidad deportivas. Habíamos pasado el verano, tras un descenso inesperado, entre voces madridistas, culés y valencianistas. Llegamos a pensar que iban desapareciendo otras opciones. Que Daniel, nuestro nieto querido, crecería con la dificultad de elegir, de seguir los pasos de su madre y su abuelo.

Los susurros levantinistas eran débiles y apenas se oían. Nos enteramos de que venía Jorge Drexler a Valencia. Recordamos una de sus milongas, aquella que ya cantamos hace un año, la de «yo soy un moro judío que vive con los cristianos, no sé que Dios es el mío ni cuáles son mis hermanos». De un lado a otro, de deseos a realidades, andábamos perdidos y algo desamparados. Hasta que el miércoles pasado acudimos al segundo aniversario de la Peña granota Tirant lo Blanc de Alaquás.

No sabemos lo que sentirán las gentes que acuden a balnearios. Aseguran que entran en baja forma y salen reparados de cuerpo y alma. «Las aguas, los barros, hacen maravillas», cuentan. Puede ser verdad. Porque nosotros salimos renovados de la fiesta de Alaquás. Como si de un balneario se tratara la aplicación de aguas y barros levantinistas durante tres horas mágicas hizo milagros. Volvimos a saber quienes eran nuestros hermanos, guardamos la milonga de Drexler y nos apuntamos a viajar a Tarragona. Sí, a la imperial ciudad de la que se enamoró Júpiter y fue capital de la Hispania Citerior. Para animar allí a nuestro Levante que hoy juega frente al Nastic.

Bien atendidos los asistentes por el presidente de la Peña Paco Tur y el todoterreno Miguel Martí, se nos pasó el tiempo volando. Fuimos acompañados de uno de los Siete, Hermes Gracia, y cenamos junto a dos exjugadores, Gimeno y Latorre. Rememoramos los acontecimientos más sobresalientes de la década del segundo como futbolista del Levante.

Hablamos y hablamos, saciamos con ellos y con consejeros, jugadores, jugadoras, técnicos y seguidores nuestras ganas de pasar una velada rociada del color azul y grana valenciano. Pedro Villarroel disfrutó como un niño toda la noche. No acostumbraba a ir a eventos semejantes en las peñas. Tan solo asistía a la cita anual de Camp del Turia. Pero Pepe Puchades, presidente de la delegación, le animó a acercarse a la afición. A fe que no debió arrepentirse. Porque se bañó a gusto en la charca granota, despojándose de distanciamiento y mostrándose accesible. Aseguró éxitos de todos los equipos levantinistas en la presente temporada y terminó logrando del alcalde de Alaquás la promesa de una futura calle del Levante en la población.

Llegando a casa, mientras seguíamos paladeando sabores granotas recogidos, no nos dejamos llevar por la euforia. Asumimos las tremendas dificultades que esperan en el camino de los objetivos señalados. Pero también comprendimos que era una noche donde mandaba la celebración. En la que había que festejar, por encima de otros asuntos, el nacimiento y consolidación fuera de la Valencia urbana de nuevas peñas del Levante como esta querida Tirant lo Blanc de Alaquás.